La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-jueves

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Jueves de la XXXII semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro de la Sabiduría (7,22–8,1):

La sabiduría es un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, móvil, penetrante, inmaculado, lúcido, invulnerable, bondadoso, agudo, incoercible, benéfico, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, todopoderoso, todo vigilante, que penetra todos los espíritus inteligentes, puros, sutilísimos. La sabiduría es más móvil que cualquier movimiento, y, en virtud de su pureza, lo atraviesa y lo penetra todo; porque es efluvio del poder divino, emanación purísima de la gloria del Omnipotente; por eso, nada inmundo se le pega. Es reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad. Siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama sólo a quien convive con la sabiduría. Es más bella que el sol y que todas las constelaciones; comparada a la luz del día, sale ganando, pues a éste le releva la noche, mientras que a la sabiduría no le puede el mal. Alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 118

R/. Tu palabra, Señor, es eterna

Tu Palabra, Señor, es eterna,
más estable que el cielo. R/.

Tu fidelidad de generación en generación,
igual que fundaste la tierra y permanece. R/.

Por tu mandamiento subsisten hasta hoy,
porque todo está a tu servicio. R/.

La explicación de tus palabras ilumina,
da inteligencia a los ignorantes. R/.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
enséñame tus leyes. R/.

Que mi alma viva para alabarte,
que tus mandamientos me auxilien. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,20-25):

En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el reino de Dios, Jesús les contestó: «El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.»
Dijo a sus discípulos: «Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el Hijo del hombre, y no podréis. Si os dicen que está aquí o está allí no os vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación.»

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

Jueves de la XXXII semana del Tiempo Ordinario. Año I.

Después de la exhortación a los gobernantes, el autor describe el encuentro con la Sabiduría, que toma la iniciativa. Salen a buscarla «los que la desean» y ella es la que conduce al «reino» (βασιλεία: término polisémico que significa «realeza», «reino» y «reinado»), de modo que quien guste de tronos y cetros debe respetar la sabiduría si quiere reinar perdurablemente (cf. Sab 6,12-25). Enseguida, sin pronunciar su nombre, presenta a Salomón como modelo de «rey» sabio que, sin embargo, comenzó como todo mortal (cf. Sab 7,1-22a).
El autor hace un alto elogio de la Sabiduría presentándola con lenguaje filosófico-religioso, más cercano a la cultura griega que a la hebrea. Se refiere a:
• La naturaleza del espíritu de la Sabiduría
• Su origen divino
• Su actividad exterior.

Sab 7,22-8,1.
La pretensión de «Salomón» es dar una visión de la Sabiduría lo más completa que le resulte posible. Primero esclarece la naturaleza de la Sabiduría por la del espíritu que hay en ella. A continuación, la relación natural de la Sabiduría con Dios, sugiriendo una dependencia muy íntima. Finalmente, su actividad, que es capacidad de renovar cambiando, de lucir sin ocaso, de abarcar y gobernar con acierto el universo.
Es preciso recordar que «espíritu» (hebreo, רוּחַ; griego, πνεῦμα) significa «viento» y «aliento». En la primera acepción, connota «fuerza»; en la segunda, «vida». Esto implica que el término engloba el concepto de «fuerza de vida», y es en ese sentido que el autor se ha referido a ese «espíritu» de la Sabiduría (cf. 1,5.6; 7,7), que es «espíritu santo» de Dios (9,17).
7,22b-23: El espíritu de la Sabiduría.
Declara 21 atributos (3×7: la totalidad homogénea multiplicada por la totalidad heterogénea) para significar su perfección absoluta. Los presenta en grupos de dos o de tres, con una cierta progresión: propiedades físicas, cualidades morales, disposiciones providenciales, y atributos divinos. Esta altísima perfección la sitúa en la esfera divina, como «espíritu» de Dios, es decir, comunicación de Dios, o don de sí mismo a las creaturas y, en particular, a la humanidad.
La intención del autor no parece ser definir con precisión el sentido conceptual de cada uno de esos 21 atributos, que en su mayoría responden a conceptos griegos, sino ponderar en los términos del nuevo lenguaje la excelencia de la sabiduría israelita. Tenía que mostrar que la sabiduría heredada de los antepasados no es inferior, sino superior, a la nueva sabiduría que encuentran los creyentes en la cultura griega.
7,24-26: Origen divino de la Sabiduría.
Ahora, con un sutil cambio gramatical de sujeto (ya no es «el espíritu de la Sabiduría», sino la Sabiduría misma), presenta el ser mismo de la Sabiduría, más allá de sus atributos. Es como si se pasara de lo «adjetivo» a lo «sustantivo».
Su condición divina la hace incomprensible, pero el autor se vale de imágenes que indican a la vez procedencia e intimidad, y trata de describirla con algunas metáforas que sugieran su omnipresencia y al mismo tiempo su habitación en la creación –sin confundirse ni mezclarse con la misma– para manifestar y dar a conocer a Dios.
Se vale el autor cinco metáforas sugerentes, sin ponerle límites conceptuales a lo que quiere expresar: efluvio, emanación, reflejo, espejo e imagen, todas en relación con Dios, el inefable. Y eso es lo que el autor pretende con esas metáforas, mostrar la íntima relación inseparable de la Sabiduría con Dios. Pero es consciente de que no define ni a Dios ni la Sabiduría.
7,27-8,1: Actividad de la Sabiduría.
Finalmente, se muestra activa (no solamente presente) en el universo. Por decirlo así, el autor pasa de lo «sustantivo» a lo «verbal», es decir, al quehacer de la Sabiduría, que se verifica tanto en el universo creado como en la historia de los seres humanos. La actividad de la Sabiduría en la creación es diversa de la que realiza en la historia a través de los «amigos de Dios».
Ella es fuente permanente de renovación de la creación sin afectar su identidad; transforma interior e individualmente a los hombres buenos haciéndolos amigos de Dios y sus profetas. Según el autor, «Dios solo ama a quien convive con la sabiduría». Ella es superior en belleza a la creación por su carácter permanente, y «gobierna el universo con acierto», y por eso es maestra de gobernantes.
La grandeza de la Sabiduría se manifiesta en sus «obras». El autor sintetiza resumiendo todo en la creación como un todo, y particularmente en el ser humano. Per más adelante abundará en la descripción detallada de las obras de la Sabiduría en la creación y en su actividad en la historia, ya que en la tradición israelita las «obras» de Dios son señaladamente la creación, la liberación («éxodo») y la salvación («promesa»). Al afirmar que la Sabiduría «todo lo puede» sugiere su identificación con Dios también en el obrar tanto como en el ser. Dios es sabio y actúa sabiamente. Al decir que la Sabiduría renueva el universo sin cambiar ella misma, deja constancia de la inmutabilidad de Dios y de su capacidad de renovar la tierra (cf. Sal 102,28; 104,30), quizá abriendo una rendija a la concepción griega de Dios como «motor inmóvil». Su ingreso «en las almas buenas de cada generación» alude a lo que antes dijo el autor (1,4) e indica ahora su finalidad: hacer «amigos de Dios y profetas». Esta actividad de la Sabiduría se bifurca: «amigos de Dios» implica la relación personal, de intimidad, de los hombres con él; «profetas», la calidad de testigos de esos «amigos» en relación con el resto de la humanidad. Aquí se puede tratar de entender lo que el autor expresó antes en categorías griegas (cf. 1,4). «Alma» es la vida individual y el sentido de la misma según las opciones de cada uno. A esto se refiere ahora al hablar de «amigos de Dios». En cambio, «cuerpo» es la misma vida, pero en relación social, con los demás humanos (identidad, presencia y actividad), es decir, la vida en convivencia. A esto se refiere ahora al hablar de «profetas».
El que no convive con la Sabiduría, es amigo de la injusticia, y así no puede disfrutar de esa amistad con Dios que entraña la Sabiduría. Y, para explicarlo, pondera otra vez el ser de la Sabiduría con la metáfora de una luz incomparable y sin posibilidad de ensombrecerse, razón por la cual es incompatible con el mal, porque ella «gobierna el universo con acierto».

Hay una expresión restrictiva incompatible con el mensaje de Jesús: «Dios ama solo a quien convive con la sabiduría» (7,28). Excluye al que obra el mal, al impío o pecador. Pero Jesús revela que el Padre ama también a los malos, a los injustos (cf. Mt 5,45), a los desagradecidos y a los malvados (cf. Lc 6,35). Hay un dato llamativo en Sab 7,4, donde el rey sabio dice que lo criaron «con mimo, entre pañales» (ἐνσπαργάνοις), texto al que alude el evangelista cuando dice que, a Jesús, recién nacido, su madre «lo envolvió en pañales» (ἐσπαργάνωσεναὐτὸν: Lc 2,7). Así Lucas sugiere el linaje real de Jesús y su plena condición humana.
Por lo demás, lo que se dice de la Sabiduría, a grandes rasgos, se cumple plenamente en Jesús, que es Hijo del Padre, y presencia y actividad de Dios en la creación y en la humanidad.
Sabio, en lenguaje cristiano equivale a hijo de Dios y testigo de Jesucristo. Por eso, la sabiduría cristiana está relacionada con el Espíritu Santo, que nos hace hijos del Padre y testigos del Señor. Y esa es su actividad santificadora en la vida de fe y en los sacramentos, en particular de la Cena del Señor: hacernos hijos y testigos.
Feliz jueves eucarístico y vocacional.

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