Angeles

Históricamente, Colombia ha sido el país de los excluidos y marginados, o el de los expropiados de sus bienes y del bien común. Expropiación que inició desde la llegada de los españoles y se ha mantenido a través de los usurpadores del poder y del bien público disfrazados de banqueros, inversionistas, empresarios, caudillos neoliberales, caciques electorales con complejos mesiánicos, partidos elitistas, etc.


Si en la época colonial la expropiación fue de tierras, oro y esmeraldas, la expropiación actual es de salud, educación, impuestos, pensiones, derechos fundamentales y más. Lo lamentable es que nos acostumbremos a este tipo de expropiación y consideremos como normal esta práctica del poder hasta tal punto que veamos como beligerantes exigir el reconocimiento de la dignidad humana y la protección de sus derechos .

Ante tales expropiaciones siempre ha habido, históricamente, la emancipación de un pueblo valiente que reclama lo que por derecho le pertenece, llámese indígena, negro, comunero, bananero, criollo, independentista, feministas, revueltas campesinas, minga indígena, sindicatos, primera línea, etc. Esta emancipación, aunque sufra persecución, siempre desborda los límites de cualquier represión y hace posibles los avances sociales de una nación.

Para quien está acostumbrado a privilegios la emancipación será siempre una amenaza de índole socialista o comunista; pero, para quien ha estado marginado, olvidado y excluido su emancipación será la vía que permite el reconocimiento de sus derechos.

Es más que claro que la violencia jamás será la vía licita o una justificación para obtener los propósitos sociales que se persiguen, y quien así lo hiciere es víctima de su propia maldad oculta.

Hoy tenemos una vía de emancipación racional fundamentada en la participación democrática libre y responsable que se expresa en un sufragio voluntario y transparente. El resultado de esta expresión democrática es evidencia de un nuevo estado de conciencia social que no debe atemorizar a quien se deja llevar por sus temerarias percepciones ideológicas partidistas o creencias religiosas fundamentalistas .

Quien logre asumir una lectura objetiva de los fenómenos sociales que expresan nuevas opciones de liderazgo debe ser profeta de la cultura del encuentro fraternal, del diálogo social y de la caridad política.

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