Recursos de fe para este viernes 22 de junio

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Angeles

Palabra del día

(contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Viernes de la XI semana del Tiempo Ordinario. Año II

San Paulino de Nola, obispo; santos Juan Fisher, obispo, y Tomás Moro, mártires. Memoria libre

Colores verde/blanco/rojo

Primera lectura

Lectura del segundo libro de los Reyes (11,1-4.9-18.20):

En aquellos días, cuando Atalía, madre del rey Ocozías, vio que su hijo había muerto, empezó a exterminar a toda la familia real. Pero cuando los hijos del rey estaban siendo asesinados, Josebá, hija del rey Jorán y hermana de Ocozías, raptó a Joás, hijo de Ocozías, y lo escondió con su nodriza en el dormitorio; así, se lo ocultó a Atalía y lo libró de la muerte. El niño estuvo escondido con ella en el templo durante seis años, mientras en el país reinaba Atalía. El año séptimo, Yehoyadá mandó a buscar a los centuriones de los carios y de la escolta; los llamó a su presencia, en el templo, se juramentó con ellos y les presentó al hijo del rey. Los centuriones hicieron lo que les mandó el sacerdote Yehoyadá; cada uno reunió a sus hombres, los que estaban de servicio el sábado y los que estaban libres, y se presentaron al sacerdote Yehoyadá. El sacerdote entregó a los centuriones las lanzas y los escudos del rey David, que se guardaban en el templo. Los de la escolta empuñaron las armas y se colocaron entre el altar y el templo, desde el ángulo sur hasta el ángulo norte del templo, para proteger al rey. Entonces Yehoyadá sacó al hijo del rey, le colocó la diadema y las insignias, lo ungió rey, y todos aplaudieron, aclamando: «¡Viva el rey!»
Atalía oyó el clamor de la tropa y se fue hacia la gente, al templo. Pero, cuando vio al rey en pie sobre el estrado, como es costumbre, y a los oficiales y la banda cerca del rey, toda la población en fiesta y las trompetas tocando, se rasgó las vestiduras y gritó: «¡Traición, traición!»
El sacerdote Yehoyadá ordenó a los centuriones que mandaban las fuerzas: «Sacadla del atrio. Al que la siga lo matáis.» Pues no quería que la matasen en el templo.
La fueron empujando con las manos y, cuando llegaba a palacio por la puerta de las caballerizas, allí la mataron. Yehoyadá selló el pacto entre el Señor y el rey y el pueblo, para que éste fuera el pueblo del Señor. Toda la población se dirigió luego al templo de Baal; lo destruyeron, derribaron sus altares, trituraron las imágenes, y a Matán, sacerdote de Baal, lo degollaron ante el altar. El sacerdote Yehoyadá puso guardias en el templo. Toda la población hizo fiesta, y la ciudad quedó tranquila. A Atalía la habían matado en el palacio.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 131,11.12.13-14.17-18

R/. El Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.» R/.

«Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono.» R/.

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Ésta es mi mansión por siempre,
aquí viviré porque la deseo.» R/.

«Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema.» R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,19-23):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Y si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!»

Palabra del Señor


Reflexión de la Palabra

Viernes de la XI semana del Tiempo Ordinario. Año II.
El relato nos sitúa en el reino del sur, en Judá. Atalía, hija de Ajab, rey de Israel (o del reino del norte) estaba casada con Jorán, rey de Judá. Jehú mató al rey de Israel y al rey de Judá, y su propósito –a juzgar por los hechos– era unificar bajo su corona los dos reinos. Atalía intenta exterminar a los herederos de Jorán y asegurarse para ella la corona de Judá e impedir la maniobra de Jehú. De lograr su cometido, se acabaría la estirpe del rey David, portadora de la promesa.
2Ry 11,1-4.9-18-20. 
Yehoshebá (Josebá), que era la esposa del sacerdote Yehoyadá (o Joadá), jefe del sacerdocio en Jerusalén, escondió en el templo durante seis años a Joás, hijo del rey Ocozías, descendiente de David, y así lo libró de ser asesinado por Atalía, quien reinó en Judá entre 841 y 835.
El séptimo año (835), el sacerdote Yehoyadá pone en marcha su plan de restaurar la monarquía davídica:
• La guardia personal del rey, formada por mercenarios carios (originarios de Asia Menor) y los guardias juraron lealtad al rey, que les fue presentado.
• Estableció tres anillos de seguridad para impedir cualquier intrusión e hizo la ceremonia de coronación.
Cuando Atalía se enteró y reaccionó, esto era un hecho cumplido, y la multitud enardecida ya aclamaba al nuevo rey. Protestó inútilmente. Por escrúpulos religiosos, el sacerdote impidió que la asesinaran en el templo, pero, una vez fuera de este, la ejecutaron.
La coronación de Joás tuvo sus efectos:
• La restauración de la monarquía davídica y, por consiguiente, de la alianza de Dios con el rey y el pueblo, y de estos con Dios.
• La demolición del templo de Baal, la destrucción de sus estatuas y la muerte de su sacerdote, respaldado por Atalía.
• El comienzo de una etapa de «alegría» para el país y de tranquilidad para la ciudad. El problema de la idolatría había sido superado una vez más.
Esta lucha por el poder, incluso cuando se trata de la recuperación del trono de David, usurpado con violencia y sevicia, resulta hiriente a la sensibilidad de los seguidores de Jesús. Para el pueblo de Israel significa mucho este hecho, pues les garantiza la continuidad de la familia real, que era portadora de la promesa.
Esto se enmarca dentro de un concepto restringido de la promesa de Dios:
• La promesa se concibe en términos de descendencia, longevidad y tierra para desarrollarse y ejercer su libertad.
• Está condicionada a la fidelidad a la alianza con el Señor que sacó a Israel de Egipto. Sin dicha fidelidad, se puede hablar de ruptura de la alianza.
• Está vinculada al linaje de Abraham, y al de David, después de este. Por eso la preocupación por la pureza de la sangre y la repulsión a mezclarse con los otros pueblos.
Eso explica –no justifica– el irrestricto apego de los israelitas a su tierra, a la Ley de Moisés y a sus prohibiciones sexuales. Pero los excesos muestran que algo estaba mal.
El nacimiento virginal de Jesús deshace el prejuicio del linaje biológico, el don del Espíritu Santo eleva la promesa a un rango por encima del cual no hay otro, y la universalidad del amor de Dios abre el horizonte a toda la humanidad, sin que ningún pueblo salga perjudicado.
Esto es lo que los discípulos de Jesús hemos de testimoniar viviendo juntos el espíritu de las bienaventuranzas. Y esto es lo que la luz y la fuerza que dimanan de la eucaristía nos impulsan a construir. Somos depositarios de una alianza nueva y de mayor valor (cf. Hb 8,6.13).
Feliz viernes.
Adalberto Sierra Severiche, Pbro. 
Vicario general de la Diócesis de Sincelejo
Párroco en Nuestra Señora del Perpetuo Socorro → Fan page 

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