Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,57-66.80):
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre.
La madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan.»
Le replicaron: «Ninguno de tus parientes se llama así.»
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: «¿Qué va a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.
Palabra del Señor
24 de junio.
Solemnidad del nacimiento de Juan Bautista.
El nacimiento y la infancia de Juan se caracterizan por una sorprendente intervención de Dios que genera unos hechos tan novedosos que replantean el entorno inmediato y repercuten más allá del círculo familiar y vecinal.
1. Primera lectura (Is 49,1-6).
Al dirigirse a las islas y pueblos lejanos, el profeta-Siervo es consciente de que su auditorio es universal, más allá de las fronteras de Israel. Su anuncio se refiere a sí mismo:
1. fue llamado por el Señor desde el seno materno,
2. su vocación profética tiene carácter decisivo («boca… espada afilada»),
3. goza de la protección amorosa y personal del Señor («en su mano»),
4. lo envía con una misión urgente y con carácter puntual («flecha bruñida»),
5. y las palabras de envío son precisas:
• «mi Siervo»: cooperador libre en la obra liberadora del Señor.
• «en ti exhibiré esplendor»: revelador universal de la gloria del Señor.
Pero, ya en la tarea, el Siervo muestra la lucha que libra en su interior:
• el trabajo es agotador, y el resultado parece ser nulo,
• pero mantiene su confianza en el Señor, que es su respaldo.
En esta lucha, el Señor le renueva esa misión en términos más concretos:
• de una parte, reunir al pueblo disperso y restablecer las tribus de Jacob;
• de la otra, ser luz de las naciones para que la salvación del Señor llegue a toda la tierra.
2. Segunda lectura (Hch 13,22-26).
En la sinagoga, Pablo sintetiza la historia de Israel hasta llegar al rey David. Se había referido a Saúl, de quien afirmó que reinó durante una generación («cuarenta años»), reinado del cual no habló Esteban, porque Saúl fue infiel; esto lo presupone Pablo al decir que Dios «depuso» a Saúl. Pablo presenta a David como hombre grato a Dios, pero, en contraste con lo afirmado por Jesús (cf. Lc 20,41-44), presenta a Jesús como sucesor de David y salvador «para Israel». En síntesis, define a Jesús en relación con David. La intención de Pablo es mostrar a Jesús como el heredero de la promesa de Dios a David, el rey (no a Abraham, el patriarca), es decir, como fundador de una dinastía que habría de realizar el reinado de Dios, prometido a Israel.
Y para que sus oyentes sepan a quien se refiere cuando les habla de Jesús, apela al testimonio de Juan en cuanto precursor suyo, dado que este había sido una figura muy conocida entre los judíos de Palestina y de fuera. O sea, que ahora define a Jesús en relación con el testimonio de Juan como precursor de Jesús:
• aduce el bautismo de Juan en señal de enmienda (μετάνοια) para el perdón de los pecados,
• recuerda que Juan en persona negó enfáticamente que él fuera el Mesías,
• y que el mismo Juan anunció al que vendría tras él, que era el encargado de sellar con el pueblo la nueva alianza.
El testimonio de Juan Bautista declara a Jesús el verdadero «esposo» de la alianza entre Dios y el pueblo de Israel, y da a entender que ni él ni ninguno de los profetas puede disputar con él esta condición, por lo que Jesús es libre para realizar esa alianza prescindiendo de cualquiera otro que pretenda esa prerrogativa. Así que son suyos el reino («David») y la alianza («Juan Bautista»).
Sorpresivamente, Pablo declara ante los judíos («descendientes de Abraham») y ante los paganos («prosélitos») que ese mensaje de salvación es para los cristianos («a nosotros se nos ha enviado este mensaje de salvación»), dado que Israel fue infiel a su misión. Este es un razonamiento muy audaz de su parte, porque, por el testimonio del profeta, declara la exclusiva divina en favor de Jesús, y por la descendencia davídica lo reconoce como heredero soberano del reino. Legitima, de este modo, la pretensión de los cristianos como herederos del Mesías.
3. Evangelio (Lc 1,57-66.80).
El nacimiento de Juan es, ciertamente causa de alegría para muchos. También es causa de grandes decisiones:
• Contrariamente a la costumbre, no es el padre quien determina el nombre del niño, sino la madre. Y esta actitud de la madre es respaldada por el padre: la tradición justifica la ruptura.
• Esta ruptura con la tradición resulta ser liberadora para el propio Zacarías, quien pasa de ser sacerdote a ser profeta. Deja el culto estéril y sin fe y anuncia la intervención histórica de Dios.
• La vecindad, que compartía esa alegría, también resulta cuestionada por lo que acontece con el niño; este, en vez de hacerlos pensar en la tradición, los pone a todos a imaginar el futuro.
La vida del niño transcurre con un ritmo propio:
• Es un niño normal, con un desarrollo de acuerdo a lo previsto,
• Pero manifiesta una ruptura con la convivencia social («el desierto»), que hace eco a la ruptura de sus padres con la tradición.
• Y espera un momento específico, el de presentarse a Israel, momento que se dará cuando lo señale el oráculo divino (cf. Lc 3,2).
En el fondo, toda vida es un don nuevo de Dios, un nuevo comienzo, un llamado a despejar el horizonte. La vida humana no tiene sentido en perpetuar el pasado, sino en barruntar un futuro venturoso, cada vez más abierto a la trascendencia y a desplegarle oportunidades a la esperanza de la humanidad.
Cada cristiano tiene la vocación divina de hacer avanzar la historia. Por eso es seguidor de Jesús en la búsqueda del reino de Dios, y, como Juan, precursor del Señor, heraldo de ese reino que el Señor viene a hacer realidad en todos los momentos de la historia.
La celebración de la eucaristía nos hace testigos de ese mundo nuevo y mejor, y nos da la luz y la fuerza para lograrlo.
Feliz solemnidad.
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