La Palabra y la reflexión del padre Adalberto

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Palabra del día

Jueves de la XXIV semana del Tiempo Ordinario. Año II

San Andrés Kim y compañeros mártires. Memoria obligatoria

Color rojo

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,1-11):

Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 117,1-2.16ab-17.28

R/. Dad gracias al Señor porque es bueno

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia. R/.

«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa.»
No he de morir, viviré para contar
las hazañas del Señor. R/.

Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,36-50):

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.»
Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.»
Él respondió: «Dímelo, maestro.»
Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?»
Simón contestó: «Supongo que aquel a quien le perdonó más.»
Jesús le dijo: «Has juzgado rectamente.»
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.»
Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados.»
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?»
Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»

Palabra del Señor


Reflexión de la Palabra

Jueves de la XXIV semana del Tiempo Ordinario. Año II.
En el capítulo 14 exhortó Pablo a los corintios a preferir los dones en razón de su utilidad, y no en proporción a su atractivo, subordinando explícitamente el don de hablar en lenguas extrañas tanto al amor como a las manifestaciones del Espíritu, sobre todo al don de profecía (hablar por inspiración del Espíritu Santo para anunciar un mensaje de Jesús a la comunidad). El criterio que adujo fue la edificación espiritual de la comunidad por encima de la propia edificación espiritual. Y los invitó a procurar que en la comunidad abunden los dones que edifican la comunidad para crecimiento de la misma y para el buen éxito de la misión. Sin reprimir, hay que procurar orden y paz en las asambleas, porque «Dios no quiere desorden sino paz».
1Co 15,1-11.
Ahora habla de otro asunto, sin aparente conexión con el anterior, pero quizá sea el tema de otra de las consultas formuladas por la comunidad: lo relativo a la vida después de la muerte física.
Lo aborda remitiéndose al primer anuncio de la buena noticia, anuncio aceptado por ellos y que es objeto de su fe y de su fidelidad, y razón de su experiencia de salvación, a condición de que el mensaje se conserve como les fue anunciado. De lo contrario, su fe sería vacía de contenido. La afirmación requiere una explicación: la adhesión de fe se la dieron a la persona de Jesús («creerle a»), pero esto implica también su obra («creer en») y su mensaje («creer que»). Pablo se refiere al mensaje, pero en relación con la experiencia que los corintios han vivido y con los testigos que les transmitieron ese mensaje en nombre de Jesús. Le creyeron a Jesús a través de su testimonio.
Así que la autenticidad de su fe depende de la permanencia en el mensaje que recibieron, por el cual experimentaron la salvación (vida nueva) que ahora disfrutan. Si no fuera así, su fe quedaría vacía de contenido, y daría paso a ideologías contradictorias con esa misma fe (cf. 1Co 15,12).
Comienza refiriéndose a su mensaje, que es una transmisión fiel del que él recibió. La muerte de un Mesías «por (causa de) nuestros pecados» (ὑπὲρ τῶν ἁμαρτιῶν ἡμῶν) responsabiliza al orden social injusto de esa muerte; la referencia a las Escrituras (τὰς γραφὰς) alude probablemente a Is 53,8-9 y, en general, a «la Ley de Moisés, los profetas y los Salmos» (cf. Lc. 24,44); la sepultura es garantía de la muerte real, con la cual contrasta la resurrección «al tercer día» (tras breve lapso) «como lo anunciaban las Escrituras», alusión a Sl 16,10 (cf. Hch 13,35), Os 6,2; Jon 1,17.
Después se refiere a las «apariciones» (dejarse ver) de Jesús: a Cefas («Pedro») y luego a los Doce (grupo, no número), después «a más de quinientos hermanos a la vez», la mayor parte aún vivos, a los que se podía recurrir para verificar el hecho; más tarde a Santiago (su pariente) y a «todos los apóstoles». En último lugar, por considerarse él «el menor de los apóstoles» e indigno de tal nombre por haber perseguido la Iglesia, habla de la aparición a él como de una experiencia que marcó su vida con el favor de Dios y la cambió para siempre.
Ese es el contenido de la predicación de todos: el mensaje recibido y la experiencia personal que confirma ese mensaje. La «noticia» es comprobadamente «buena», y se remonta hasta el Señor.
El sentido de la vida depende de su finalidad. Una vida autorreferencial adolece de escaso sentido y pierde valor, ya que, al encerrarse en sí misma, limita su propio futuro. Una vida entregada por una causa se carga de sentido, adquiere mucho valor y se proyecta al futuro dejando una huella memorable en la convivencia social. De manera sorprendente, las vidas entregadas por las causas de los más desvalidos de la sociedad resultan ser las más ilustres, dado que su grandeza está en proporción directa a la nobleza de su causa. La vida del Mesías Jesús fue entregada por él para liberar y salvar a los «pecadores», es decir, a los responsables de la injusticia que hay en la sociedad humana, que somos todos «los hombres». Esa vida entregada se conmemora en la cena del Señor, y quien come de esa cena se empeña en entregar su propia vida por la misma causa.
Feliz jueves eucarístico y vocacional.
Adalberto Sierra Severiche, Pbro. 
Vicario general de la Diócesis de Sincelejo
Párroco en Nuestra Señora del Perpetuo Socorro → Fan page 

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