La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-viernes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Palabra del día

Viernes de la XXVII semana del Tiempo Ordinario. Año II

Feria, color verde

Día de la Raza. Fiesta Nacional

PRIMERA LECTURA

Son los hombres de fe los que reciben la bendición con Abrahán, el fiel

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 3, 7-14

Hermanos:

Comprended de una vez que hijos de Abrahán son los hombres de fe.

Además, la Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, le adelantó a Abrahán la buena noticia:

«Por ti serán benditas todas las naciones».

Así que son los hombres de fe los que reciben la bendición con Abrahán, el fiel.

En cambio, los que se apoyan en la observancia de la ley tienen encima una maldición, porque dice la Escritura:

«Maldito el que no cumple todo lo escrito en el libro de la ley».

Que en base a la ley nadie se justifica ante Dios es evidente, porque lo que está dicho es que «el justo vivirá por su fe», y la ley no arranca de la fe, sino que «el que la cumple vivirá por ella».

Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros un maldito, porque dice la Escritura:

«Maldito todo el que cuelga de un árbol».

Esto sucedió para que, por medio de Jesucristo, la bendición de Abrahán alcanzase a los gentiles, y por la fe recibiéramos el Espíritu prometido.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 110, 1-2. 3-4. 5-6 (R.: cf. 5b)

R. El Señor recuerda siempre su alianza.

O bien:

R. Aleluya.

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman. R.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente. R.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles. R.

Aleluya Jn 12, 31b. 32

Ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera
—dice el Señor—.
Y cuando yo sea elevado sobre la tierra
atraeré a todos hacia mí.

Versículos alternativos para el Aleluya

EVANGELIO

Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros

 Lectura del santo evangelio según san Lucas 11, 15-26

En aquel tiempo, habiendo echado Jesús un demonio, algunos de entre la multitud dijeron:

—«Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios».

Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo. Él, leyendo sus pensamientos, les dijo:

—«Todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú; y, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo les demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.

Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín.

El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.

Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por el desierto, buscando un sitio para descansar; pero, como no lo encuentra, dice:

«Volveré a la casa de donde salí».

Al volver, se la encuentra barrida y arreglada.

Entonces va a coger otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí.

Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio».

Palabra del Señor.


Reflexión de la Palabra

Viernes de la XXVII semana del Tiempo Ordinario. Año II.

Ahora desarrolla Pablo su primer argumento. Abraham es el padre de los creyentes. Todos los creyentes son hijos suyos. Estos dos conceptos rebasan la relación biológica. En efecto, «padre» (אָב, πατήρ) tiene el sentido de progenitor, antepasado, modelo de vida, fundador u origen, y es también título de honor; y su correlativo «hijo» (בֵּן, ὑιός) indica, además de la filiación carnal, discipulado, destino o paradero, participación, estado o condición, dedicación, pertenencia.
Abraham, que «se fio de Dios y eso le valió la rehabilitación» (Gn 16,6; Ga 3,6, omitido), es «padre» de los creyentes en el sentido de que es el fundador de esta fe y el modelo de la misma. Por tanto, ser «hijo» de Abraham es fiarse de Dios como él, imitarlo en esa calidad de fe.

Gal 3,7-14.
Como los judaizantes que desacreditaban a Pablo y descalificaban su mensaje eran judíos y, seguramente, presumían de su linaje, y se sentían con derecho a exigir la circuncisión para pertenecer al pueblo de Abraham, por eso Pablo se remonta a los primeros tiempos y al designio de Dios. En efecto, Dios había decidido incorporar a los paganos a su pueblo, y así se lo hizo saber a Abraham mediante una promesa que le hizo cuando todavía no existía el requisito de la circuncisión. Ante todo, afirma que Dios había decidido rehabilitar a los paganos por la fe, y, además, evoca la promesa de Dios a Abraham: «Por ti serán benditas todas las naciones (cita Gn 12,3, cambiando tribus por naciones). Por consiguiente, los herederos de la bendición de Abraham, el creyente, son los hombres de fe.
Pero no solo eso. La Ley estaba conminada por una maldición para aquel que no la cumpliera íntegramente (cita Dt 27,26), y es un hecho que no la han cumplido, así que los que se apoyan en la Ley «llevan encima una maldición». Y, por otro lado, la Ley era incapaz de rehabilitar (hacer justo) al hombre, porque lo que da la vida es la fe (cita Hab 2,4), mientras que la Ley no reclama la fe, sino el cumplimiento (cita Lv 18,5). La fe abre al ser humano a la vida que está en Cristo (el Espíritu Santo); la Ley lo encierra en el pecado (la transgresión) y en la consiguiente maldición. Se trata de dos regímenes cuyas exigencias se oponen, dos concepciones opuestas de salvación, que se excluyen la una a la otra.
Pablo afirma audazmente que «el Mesías nos rescató de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros un maldito», y lo explica remitiéndose a Dt 21,23, en donde se habla del condenado a muerte que es ejecutado y colgado de un árbol, o palo, después de ejecutado (cf. Jos 8,29; 2Sam 4,12), y en donde se afirma: «Dios maldice al que cuelga de un árbol». Nótese que la maldición es para el ejecutado, no para el árbol. Pero resulta que ese que la Ley declara maldito de Dios era el Hijo de Dios, y Dios lo resucitó, desmintiendo así la Ley y reivindicando a Jesús. La maldición de la Ley quedó anulada y la bendición de Abraham (la promesa, la vida, el Espíritu Santo) queda disponible para los paganos que se fían de Dios fiándose de Jesús.
El apóstol recurre al concepto de «redimir» (griego ἐξαγοράζω, latín redimo) muy utilizado en el mundo antiguo para significar la «recompra» de los esclavos, generalmente para liberarlos. En el Antiguo Testamento designaba la liberación del pueblo por obra de Dios: de la esclavitud en Egipto, del cautiverio en Babilonia, y, más profundamente, del pecado. Esta liberación mesiánica se realiza por medio de Jesús Mesías como remisión de los pecados para formar un nuevo pueblo que es propiedad de Dios. En ocasiones, el apóstol dice que el cristiano ha sido «comprado» o «rescatado» (cf. 1Cor 6,20; 7,23; Gal 4,5), pero no es preciso entender unívocamente dichos conceptos, sino de manera análoga; con tales términos quiere dar a entender que el cristiano pertenece a Dios (como hijo), y, en el caso de Jesús, si se afirma que él pagó un precio (cf. 1Cor 6,20; 7,23) lo que se pretende es sugerir el carácter oneroso de esta «redención» por la cual Dios, movido por su inmenso amor a la humanidad, no dudó en entregar a su propio Hijo (cf. Rom 5,8; 8,32) por la humanidad. Cuando dice que ese precio es «la sangre» de Jesús, alude a su vida entregada por amor hasta la muerte («sangre derramada»), lo cual se refiere a su muerte violenta (aspecto negativo) y a la efusión del Espíritu Santo (aspecto positivo).
Jesús aceptó morir como un «maldito» (colgado de un madero) para liberarnos del pecado que causa esa maldición. El «precio» que «pagó» es su vida, para que por medio de él «la bendición de Abraham alcanzase a los paganos y por la fe recibiéramos el Espíritu prometido». Ese «precio» no se le pagó a nadie; es una forma de decir lo que a Dios le costó rescatarnos de la muerte.

La adhesión de fe a Jesús consiste en fiarse de él, hacerle caso a su mensaje, seguir sus pasos, apropiarse de sus valores y encarnarlos. La Ley que Moisés había dado al pueblo para que aprendiera a convivir en derecho y justicia, poco a poco se había convertido en instrumento de opresión por parte de los poderosos, que abusaban de ella para explotar a la gente y excluir a quienes se les opusieran, haciéndoles pensar que hasta Dios los maldecía. Jesús desafió esa Ley y a sus defensores, y se expuso a la ira de los poderosos, que no dudaron en ejecutarlo en nombre de la Ley y en nombre de Dios. Pero Dios, sin amenazas, ni castigos ni venganza, resucitando a Jesús, deslegitimó la Ley, tomó partido por Jesús y desautorizó a quienes lo habían crucificado. El respaldo de Dios a Jesús nos inspira la confianza de que él está de parte de los que, como Jesús, ven a Dios como Padre, fuente de vida inagotable. Por eso seguimos a Jesús, porque de él aprendemos la verdadera fe en Dios. Por eso comulgamos con él, porque su Espíritu Santo nos confirma en la adhesión a él.
Feliz viernes.

Adalberto Sierra Severiche, Pbro. 
Vicario general de la Diócesis de Sincelejo
Párroco en Nuestra Señora del Perpetuo Socorro → Fan page 

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