La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-miércoles

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Palabra del día

Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe


Color blanco

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del Eclesiástico (Sirácide): 24,23-31

Yo soy como una vid de fragantes hojas y mis flores son producto de gloria y de riqueza.
Yo soy la madre del amor, del temor del conocimiento y de la santa esperanza.
En mí está toda la gracia del camino y de la verdad, toda esperanza de vida y de virtud.

Vengan a mí, ustedes, los que me aman y aliméntense de mis frutos.
Porque mis palabras son más dulces que la miel y mi heredad, mejor que los panales.

Los que me coman seguirán teniendo hambre de mí, los que me beban seguirán teniendo sed de mí;
los que me escuchan no tendrán de qué avergonzarse y los que se dejan guiar por mí no pecarán.
Los que me honran tendrán una vida eterna.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 66

R. Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra. R.

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe. R.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 4, 4-7

Hermanos:

Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá! (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Palabra de Dios.

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 39-48

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito;

—«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».

María dijo:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava».

Palabra del Señor


La reflexión de la Palabra

 El acontecimiento de Guadalupe nos resulta mucho más conocido en sus detalles que en su significación. De hecho, las manifestaciones de la Virgen suelen ser examinadas con ánimo apologético, como sucede con las apariciones de Jesús resucitado, sin poner mucho interés en el sentido y las exigencias de estos hechos. Quizás se pone más énfasis en la autenticidad definida por una autoridad exterior al hecho, que lo avala, y menos en la coherencia del hecho con la fe y en su capacidad de transmitirla o ilustrarla, es decir, su autenticidad interna. Nada significa una supuesta aparición cuyo mensaje no sea coherente con el mensaje de Jesús.Las apariciones del Señor resucitado dan testimonio de una experiencia personal, innegable, de la victoria de Jesús sobre la muerte. Lo que no lograron ni la tumba vacía, ni el testimonio de las Escrituras, ni el anuncio de los «mensajeros» (fueran ángeles o apóstoles), lo logran las manifestaciones del Señor glorioso, ante todo porque son personales. Y ellas nos conducen al compromiso misionero. Es impensable tener el encuentro con el Señor resucitado y no convertirse en su ardoroso misionero. Esa confirmación de la fe y el correspondiente empeño en seguir al Señor siendo su testigo certifican que esas apariciones son auténticas.Así sucede con las apariciones de la Virgen. Nos dan otra visión de la Iglesia y de su misión. La Iglesia no es portadora pasiva del Señor, sino, como María encinta, testigo convincente de la presencia del Señor en medio de su pueblo.

1. Primera lectura: promesa (Is 7,10-14; 8,10).

Ante la desconfianza del rey Acaz, que cifraba su seguridad en poderes humanos, Isaías, en nombre del Señor, le ofrece una señal (אוֹת) «en lo alto del cielo o en lo profundo del abismo», es decir, o en el dominio de la vida o en el dominio de la muerte. El rey, que no se fiaba del Señor, fingió respeto hacia él y se rehusó a pedir esa señal. Entonces el profeta le anuncia en nombre del Señor que este, «por su cuenta», le dará una señal a él y al pueblo. Dicha señal no se dará en los dominios antes mencionados, sino en un tercero, en el de la historia humana: promete que la «doncella» (עַלְמָה), la esposa del rey, dará a luz un hijo, es decir, habrá espacio para la vida, y el niño recibirá de su madre (cosa inusual) el nombre de Emanuel (עִמָּנוּ אֵל: «Dios con nosotros»), es decir, realizará la presencia de Dios en medio del pueblo. De hecho, ese nombre es simbólico, porque el hijo de Acaz recibirá el nombre de Ezequías (חִזְקִיָּה: cf. 2Ry 18,1), pero sí será un rey justo como pocos.Este niño, como rey, será motivo de firme confianza para el pueblo, que se atreverá a desafiar los poderes humanos enemigos con la seguridad de que su Dios habita en medio de él.

2. Evangelio: cumplimiento (Lc 1,39-48).

La tradición cristiana declara que la promesa del Señor se cumple plenamente en Jesús, quien es realmente el «Dios con nosotros» (cf. Lc 1,78; 7,16; 19,44). Pero ya no se trata de una «doncella» (עַלְמָה), que connota juventud, vida nueva, sino de una «virgen» (בְתוּלָה/παρθένος), que connota fidelidad. La madre es asociada al hijo en la misión de dar testimonio del Señor: el Hijo manifiesta la fidelidad de Dios a su pueblo; la madre, la fidelidad del pueblo a su Dios.La virgen encinta se dirigió «presurosa» a la región montañosa (Judea) para anunciar y dar testimonio de esa presencia bienhechora: liberadora y salvadora. Y comenzó por el anuncio de la misma buena noticia que ella había recibido (el «saludo», cf. Lc 1,29 con 1,40.41.44), provocando la alegría de la liberación y el don del Espíritu Santo de salvación, la bendición y la proclamación de dicha. Este «saludo», que ahora es «de María», porque ella se lo ha apropiado por la fe, prepara el camino del Señor en Isabel y su criatura, porque es buena noticia, como ella lo recibió del mensajero de Dios. De ese modo exterioriza ella su fe interior (la profesión de los labios muestra la fe del corazón), e Isabel puede percibirla; por eso la proclama dichosa por haber creído, porque esa fe es el compromiso («co-promesa») por el cual se cumple la promesa del Señor. La virgen madre lleva a los hombres al encuentro con su hijo, que es el Hijo de Dios, el «Dios con nosotros». María aparece como ícono viviente de la Iglesia que anuncia y hace presente a Jesús. La historia de Guadalupe es la de toda Latinoamérica: la Virgen viene al encuentro de los pobres para transmitirles la buena noticia de su hijo y hacerlos exultar con la alegría de la liberación y el regocijo de la salvación. El mensaje de Guadalupe es el mismo de la visitación (cf. Lc 1,39-56), y el mismo es reiterado una y otra vez: la virgen que se apropia del «saludo» se levanta y se encamina a toda prisa en busca de los necesitados de ese «saludo» para darles la buena noticia. Y así provoca la fe en el Señor liberador y salvador. Como esa fe es recíproca a la promesa («co-promesa») suscita el «compromiso» cristiano. Y esto le da autenticidad.Cuando recibimos a Jesús en la eucaristía, espontáneamente miramos a la Virgen María y nos sentimos estimulados por su testimonio a levantarnos y a emprender presurosos la salida misionera, para que los que esperan se enteren de que llegó el tiempo del cumplimiento de la promesa: Dios está con nosotros. Es inconcebible recibir al Señor con fe y no salir a dar testimonio gozoso de él.

Feliz fiesta.

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