La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-miércoles

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Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Miércoles de la XXI semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (2,9-13):

Recordad, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios. Vosotros sois testigos, y Dios también, de lo leal, recto e irreprochable que fue nuestro proceder con vosotros, los creyentes; sabéis perfectamente que tratamos con cada uno de vosotros personalmente, como un padre con sus hijos, animándoos con tono suave y enérgico a vivir como se merece Dios, que os ha llamado a su reino y gloria. Ésa es la razón por la que no cesarnos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 138,7-8.9-10.11-12ab

R/.
 Señor, tú me sondeas y me conoces

¿Adónde iré lejos de tu aliento, 
adónde escaparé de tu mirada? 
Si escalo el cielo, allí estás tú; 
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. R/. 

Si vuelo hasta el margen de la aurora, 
si emigro hasta el confín del mar, 
allí me alcanzará tu izquierda, 
me agarrará tu derecha. R/. 

Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra, 
que la luz se haga noche en torno a mí», 
ni la tiniebla es oscura para ti, 
la noche es clara como el día. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (23,27-32):

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crímenes. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: «Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas»! Con esto atestiguáis en contra vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!»

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
Miércoles de la XXI semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
El fragmento que hoy se propone aporta unos testimonios. En primer lugar, Pablo cita a los tesalonicenses y a Dios como testigos a favor de los misioneros; en segundo lugar, ellos, los tres fundadores de la comunidad –Pablo, Silvano y Timoteo– dan testimonio de la positiva respuesta de los tesalonicenses al mensaje; y, finalmente, también valoran el testimonio de los tesalonicenses reconociendo los sufrimientos que han padecido por causa del mensaje. Aquí hay que aclarar que el v. 9 fue añadido al texto anterior, y este último testimonio (vv.14-16) está omitido por el leccionario por las dificultades que ese texto representa: la forma como se refiere a los judíos es impropia de Pablo, y el «castigo» del que habla en el v. 16 –si alude a la destrucción de Jerusalén en el año 70– plantea dificultades, porque o se trata de una interpolación posterior, o la carta no es auténtica de Pablo.
 
1Ts 2,9-13.
El apóstol ha venido reivindicando el total desinterés con el que él y sus compañeros llevaron la buena noticia a Tesalónica, sin duda para distanciarse y diferenciarse de los propagandistas de filosofías y religiones –muchos de ellos charlatanes– que abundaban en esa época. Ahora se refiere a las dificultades superadas para entregar y recibir la buena noticia.
Primer testimonio.
Pablo considera que el testimonio de los tesalonicenses y del mismo Dios es favorable a los misioneros. Ellos han procedido limpia, honrado e intachablemente (v. 10) en relación con aquellos a quienes se han dirigido. Son tres adverbios (totalidad homogénea) que califican el verbo «ser» o «hacerse» (γίνομαι), que connota, en este caso, la decisión personal de portarse de un determinado modo. «Limpiamente» (ὀςίως) denota un modo que agrada a Dios porque se trata de algo compatible con su santidad. «Honradamente» (δικαίως) indica un modo justo, apropiado, ajustado a la bondad y a la razón. «Intachablemente» (ἀμέμπτως) señala lo que es irreprochable, como el cristiano quiere que el Señor lo encuentre (cf. 1Tes 3,13; 5,23).
A ellos les consta el comportamiento «paternal» de los misioneros (v. 11), que complementa el trato «maternal», delicado aducido anteriormente (v. 7) y que se concretó en la exhortación hecha de manera serena o exigente a responderle a Dios que los invitó a ser y a anunciar la nueva sociedad humana, «su reino», sociedad en la cual se manifiesta «su gloria», es decir, su presencia bienhechora (v. 12). Si la madre cría, el padre enseña.
Segundo testimonio.
El testimonio de los misioneros es, a la vez, el motivo por el cual ellos mismos bendicen a Dios siempre (o sea, le dan gracias incesantes): porque los tesalonicenses valoraron el mensaje anunciado por los misioneros «como palabra de Dios», diferenciándolo de las «palabras de hombres» (los filósofos, propagandistas de religiones o los muy numerosos charlatanes que deambulaban por todas partes). Ese mensaje se ha comprobado como «palabra de Dios» por la eficacia que reconocen los mismos tesalonicenses (v. 13). El hecho de haber distinguido el mensaje de Dios de las propuestas filosóficas y de la charlatanería no solo habla de la cordura de los tesalonicenses, sino también del don de Dios. Es evidente que se conjugan la gracia y la disposición humana. Las «filosofías» de la época no eran disciplinas especulativas –como lo son en la actualidad–, proponían maneras de pensar y de vivir que muchas veces resultaban atractivas para la gente pensante. En cambio, las charlatanerías –filosóficas o religiosas– eran extravagancias que cautivaban a los incautos o a los que estaban ansiosos de novedades.
El notorio hecho de que la iglesia de Tesalónica –los tesalonicenses que se convirtieron– hubiera discernido y aceptado la predicación de la buena noticia como «palabra de Dios» es claro indicio de la indefectible gracia de Dios, a todos ofrecida, y de la fe (respuesta a la buena noticia) de los tesalonicenses que así la aceptaron. Esa confluencia suscita la acción de gracias de los misioneros, quienes avalan la autenticidad de esa fe constatando el hecho de que dicha palabra «despliega su energía» (ἐνεργέω) en los tesalonicenses que creyeron en ella. Dado que se trata de una palabra viva, la fe en ella se verifica en el cambio de vida.
Tercer testimonio (vv. 14-16, omitidos).
La «palabra de Dios» (la buena noticia anunciada) acogida con fe no solo transforma la vida individual, sino que espontáneamente se irradia a la convivencia social. Este influjo, que de suyo es positivo porque implica la transformación de las relaciones sociales por exigencia del amor cristiano, aunque es vivido y propuesto con gozo y alegría por los creyentes, no siempre es aceptado por todos, dada la diversidad de intereses que se entrecruzan en toda sociedad.
Los misioneros dan testimonio de que los tesalonicenses han padecido oposición por parte de sus propios compatriotas. En esto se asemejan a las comunidades cristianas de Judea, ya que los otros tesalonicenses los han hecho sufrir como los otros judíos a sus compatriotas cristianos. Es extremadamente dura la andanada con la que arremete contra los judíos, a los que sindica de matar al Señor Jesús y a los profetas y de perseguirlos a ellos (Pablo, Silas y Timoteo); los acusa de no agradar a Dios y de ser enemigos de los hombres; y les reprocha el hecho de estorbar la predicación a los paganos para impedir que se salven, con lo cual, afirma, colmaron la medida de sus pecados y, por eso, los ha alcanzado el «castigo» (ὀργή).
No es claro a qué se refiere Pablo con esa reprimenda, quizás solo sea a lo que narra Lucas en la primera visita a Tesalónica (cf. Hch 17,1-9), aunque queda por explicar el final del v. 16 («…el castigo los ha alcanzado de lleno»).
 
Que la comunidad dé testimonio a favor de los misioneros, y estos den testimonio a favor de dicha comunidad es señal de armonía, y garantía de la presencia activa de Dios en ella y en ellos. Esta presencia se realiza por medio de su Palabra. Esta «Palabra de Dios» –o sea, el mensaje de «la buena noticia»– primero se «recibe» (παραλαμβάνω) por una escucha atenta, después se «acoge» (δέχομαι) por la adhesión de fe, y luego «despliega su energía» (ἐνεργέω) por la eficacia que le es propia en razón de su condición de Palabra de Dios.
El dinamismo de la Palabra le da una nueva vida al creyente, y renueva la convivencia de la comunidad, de manera que la distingue del resto de la sociedad («el mundo») y la convierte en alternativa frente a esa sociedad. Esto puede ser recibido con agrado por dicha sociedad, en cuyo caso la comunidad tendrá un ambiente favorable para la misión, pero también puede ser rechazado con enfado, en cuyo caso la comunidad tendrá que padecer la incomprensión, la exclusión y, quizá, la persecución.
Al final de la celebración de la cena del Señor somos enviados a la misión, a dar testimonio de lo que hemos visto (la asamblea de los hermanos, el pan partido y compartido) y oído (el mensaje de la Palabra viva de Dios). Nosotros no podemos dejar de ser testigos.
Feliz miércoles.

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