La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-jueves

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Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Jueves de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (3,21-30a):

Ahora, la justicia de Dios, atestiguada por la Ley y los profetas, se ha manifestado independientemente de la Ley. Por la fe en Jesucristo viene la justicia de Dios a todos los que creen, sin distinción alguna. Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo Jesús, a quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre. Así quería Dios demostrar que no fue injusto dejando impunes con su tolerancia los pecados del pasado; se proponía mostrar en nuestros días su justicia salvadora, demostrándose a sí mismo justo y justificando al que apela a la fe en Jesús. Y ahora, ¿dónde queda el orgullo? Queda eliminado. ¿En nombre de qué? ¿De las obras? No, en nombre de la fe. Sostenemos, pues, que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley. ¿Acaso es Dios sólo de los judíos? ¿No lo es también de los gentiles? Evidente que también de los gentiles, si es verdad que no hay más que un Dios.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 129,1-2.3-4.5

R/.
 Del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa


Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R/.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto. R/.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,47-54):

En aquel tiempo, dijo el Señor: «¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis sepulcros. Por algo dijo la sabiduría de Dios: «Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos los perseguirán y matarán»; y así, a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación. ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis quedado con la llave del saber; vosotros, que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!»
Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, para cogerlo con sus propias palabras.

Palabra de Señor

La reflexión del padre Adalberto
Jueves de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
Independientemente de que se conozca o no la Ley, el pecado priva de vida al ser humano. El juicio de Dios tendrá lugar «por medio del Mesías Jesús». Esto significa que lo que Dios va a tener en cuenta es la conformidad o disconformidad con el hombre Jesús, y que lo hará –ciertamente– teniendo en cuenta el amor manifestado a través de él. Pero es necesario tener claro que para nada vale lo exterior si no corresponde a lo interior. Dios juzga por los hechos, no por las apariencias. Tener la Ley y no atenerse a ella es una hipocresía que puede ocasionar un grave escándalo, ya que –además de mostrar la incoherencia de los que dicen observarla– esa conducta desacredita el santo nombre de Dios entre las naciones. De hecho, los judíos no gozaban de buena fama en el Imperio Romano. Lo que importa no es la circuncisión o la incircuncisión, sino la rectitud personal. Un buen pagano puede ser juez de un mal judío. Esa condición de «judío» o de «circunciso» es interior, no exterior (cf. Rm 2,12-29).
A la pregunta ¿de qué sirve ser judío? Responde: «de mucho», porque son depositarios de las promesas; pero si el judío no corresponde a ese don, Dios permanece fiel a sí mismo, pero no gracias a la infidelidad del judío, sino a la fidelidad de Dios. Así que, en el fondo, responde: «de nada», porque tanto judíos como paganos son igualmente pecadores. Si Dios demuestra paciencia, es para dar cabida a la enmienda, respetando la libertad humana. Dada la falta de respuesta de los judíos, la Ley quedó reducida a acusarlos de pecado (cf. Rm 3,1-20).
 
Rom 3,21-30a.
Ha quedado claro que tanto judíos como paganos –es decir, la humanidad entera– están en la misma situación de muerte y son incapaces de salvarse (darse vida) a sí mismos.
Entonces Dios proclama una «amnistía» (δικαιοσύνη). Este término tiene dos sentidos:
• Uno ético, denota lo que es «recto», «honrado», y
• El otro forense, denota al que es «inocente», «justo».
El ser humano, siendo reo de muerte a causa de su pecado (por tanto, culpable) es gratuita y soberanamente rehabilitado por el amor de Dios. En este caso, lo que Dios proclama significa «amnistía» o «indulto», y es una determinación libre de Dios, por encima de la Ley, para salvar a la humanidad, condenada a muerte por sus propias obras. Pero, al mismo tiempo, él otorga una amnistía «avalada por la Ley y los profetas»; es decir, la concede por encima de la Ley, pero no en contra de la misma. Esa es la buena noticia: la Ley, por la cual la humanidad ha resultado condenada a muerte, no limita la voluntad salvadora de Dios.
Y Dios otorga dicha amnistía a quienes aceptan a Jesús como enviado suyo y se adhieren a él, se comprometen con su obra y guardan fielmente su mensaje. A todos sin distinción, pues «todos pecaron». El «pecado» («impiedad e injusticia»: cf. 1,18) despoja al ser humano de la presencia liberadora y salvadora de Dios (su «gloria»: cf. Exo 40,34-35; 1Rey 8,11). La «gloria» designa tanto el esplendor como la santidad de Dios que manifiesta (esplende) su presencia y se da y comunica así con el pueblo (lo santifica). El pecado privó a Israel de la presencia de Dios (cf. Eze 10,18-19; 11,22-23), pero esa misma presencia («gloria») regresaría en la época del Mesías (cf. Eze 43,1-9)y sería una característica de la nueva comunidad, santa y purificada (Isa 60,1). La única forma de «salvar» (dar vida) al ser humano es la salida que Dios propone.
El apóstol presenta esta acción soberana del rey-Padre usando tres metáforas (vv. 24.25):
• Forense: «amnistía» (δικαιοσύνη), rehabilitación de todos. Dios «no se acuerda» del pecado de la humanidad, lo echa en el olvido, y le da al ser humano una vida nueva.
• Social: «rescate» (ἀπολύτρωσις), liberación de la esclavitud. Dios realiza un nuevo éxodo, ya no local, pero sí liberando al ser humano de la esclavitud para una nueva libertad.
• Religiosa: «expiación» (ἱλαστήριον) de los pecados. Por la entrega de sí mismo («sangre»), el Mesías otorga el perdón de Dios al hacer al hombre capaz de entregarse a sí mismo.
La paciente tolerancia de Dios se justifica porque esa demostración de rectitud de su parte deja claro que él sí es justo, aunque su tolerancia hubiera dejado impunes los pecados de la humanidad en pasado, y que rehabilita de forma gratuita a quien alega su fe en Jesús.
En consecuencia:
• Se acaba el orgullo de los observantes de la Ley. Pablo descarta por completo las «obras de la Ley» (es decir, su observancia) para beneficiarse de esta amnistía. Obsérvese que aquí este término, «obras», tiene un sentido restringido, distinto de las «obras» justas (2,6-7; 13,3), o de las «obras» de las tinieblas (13,12), o de la «obra» de Dios (14,20).
• La rehabilitación sólo se da porque su amor la hace posible. Al no depender de la sumisión a la Ley, el rescate de la humanidad depende exclusivamente del amor universal de Dios, que no lo es solamente de los judíos, sino de todas las naciones, ya que él es el único Dios, y no hay otro a quien la humanidad pueda acudir en busca de salvación.
• El ser humano no es objeto pasivo; debe dar su adhesión a Jesús. La gratuidad de este don no reduce al ser humano a una actitud indiferente, como si su salvación o perdición fueran algo que Dios decide arbitrariamente. Lo que el apóstol afirma es que, ante la imposibilidad de la salvación por obra humana, Dios la ofrece gratis a todos.
• Así manifiesta Dios que él es Dios de todas las naciones. Si todos los seres humanos eran pecadores, y el amor de Dios es universal, era claro que su amor quisiera rehabilitar a todos los hombres, «a los circuncisos en virtud de la fe, y a los no circuncisos también por la fe». De esta forma la fe es oportunidad de salvación para todos.
De manera que la Ley, en cuanto era código de conducta, quedó superada, pero en cuanto promesa de salvación queda convalidada: ya se cumplió lo que ella prometía.
 
La religión, basada en el temor y en la incertidumbre de agradar a Dios, queda superada por la fe, que permite experimentar el amor universal, gratuito y fiel del Padre, y el don gozoso de su Espíritu. Los «mandamientos» de la Ley, exigencias exteriores que pretendían expresar la alianza del hombre con Dios mediante una vida de rectitud y una convivencia respetuosa, quedan ahora superados por el impulso interior del Espíritu en el corazón del creyente.
La fe, en cuanto adhesión a la persona de Jesús, empeño con su obra y fidelidad a su mensaje, implica el hecho de fiarse de Jesús, asumir como propia su misión y encarnar su palabra para ser su testigo personal con la fuerza interior de su Espíritu Santo.
Todo esto es gratuito y brinda seguridad y confianza para crecer ilimitadamente como hijos de Dios. Así podemos celebrar la eucaristía para aprender a darnos a los otros como el Señor se nos da a nosotros.
Feliz jueves eucarístico y vocacional.

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