La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-jueves

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Jueves de la XXVI semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro de Nehemías (8,1-4a.5-6.7b-12):

En aquellos días, todo el pueblo se reunió como un solo hombre en la plaza que se abre ante la Puerta del Agua y pidió a Esdras, el escriba, que trajera el libro de la Ley de Moisés, que Dios había dado a Israel. El sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era el día primero del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley. Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo –pues se hallaba en un puesto elevado– y, cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie.
Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: -«Amén, amén.»
Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. Los levitas explicaron la Ley al pueblo, que se mantenía en sus puestos. Leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura.
Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero: «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis.»
Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley.
Y añadieron: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.»
Los levitas acallaban al pueblo, diciendo: «Silencio, que es un día santo; no estéis tristes.»
El pueblo se fue, comió, bebió, envió porciones y organizó una gran fiesta, porque había comprendido lo que le habían explicado.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 18,8.9.10.11

R/.
 Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón

La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante. R/.

Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. R/.

La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos. R/.

Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que destila. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,1-12):

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa». Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: «Está cerca de vosotros el reino de Dios.» Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: «Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios.» Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo.»

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general

Jueves de la XXVI semana del Tiempo Ordinario. Año I.

La construcción de la muralla tuvo que sortear muchas oposiciones, pero una vez terminada hubo que resolver un problema: la gente no se animaba a poblar la ciudad. Esto se entiende a partir de las oposiciones tanto internas como exteriores a ese proyecto. La inseguridad era un factor disuasor, pero también las condiciones económicas; fuera de los que trabajaban en el templo –que también vivían de sus posesiones rurales o en poblaciones aledañas– los otros no encontraban en la ciudad actividades económicamente productivas a que dedicarse.
Así que Nehemías debió organizar la repoblación. Para lograrla, se valió de los registros de los que habían vuelto del exilio (cf. Esd 2). Después de lograda esta, viene el momento más imponente: el reencuentro del pueblo con el Señor, Dios de la alianza. En los capítulos 8 a 10 aparecen unas celebraciones que se dan apenas han concluido el verano y las labores del campo. En las tres primeras se hace la lectura pública de la Ley (la mencionada hoy, la fiesta de las Chozas y una liturgia penitencial), y luego la renovación de la alianza con el Señor, que culmina todo. Este es el momento en que, propiamente, nace el judaísmo.

Neh 8,1-4a.5-6.7b-12.
En ceremonia solemne, que servirá de punto de referencia para las posteriores asambleas en las sinagogas cada sábado, se hizo ante todo el pueblo la lectura del libro de la Ley de Moisés –probablemente el Pentateuco, si bien no como lo conocemos hoy– en todo o en parte, que en la época de Esdras y Nehemías constituía ya, posiblemente, la Torá, cuya autoridad poco a poco irá aumentado en el curso de los siglos venideros por obra del judaísmo. El pueblo entero escucha con atención tanto la lectura como su traducción (del hebreo al arameo) y su correspondiente explicación.
Esdras –letrado y sacerdote a la vez– aparece por primera vez en el libro de Nehemías (8,1). Es posible que los capítulos 8–9 de Neh, en los que Esdras tiene un papel tan destacado en detrimento del protagonismo de Nehemías, que en la práctica pasa a la sombra, inicialmente hayan formado parte de unas memorias de Esdras (cuyo lugar estaría después de Esd 7–10), y que hayan sido colocados aquí por el redactor final de los dos libros.
Aquí no se habla de sacrificio, como antaño en el templo. El «servicio» cultual –que servirá de base al posterior culto en las sinagogas– consiste en fórmulas litúrgicas con respuestas de los participantes, bendición, oración («alzando las manos»), adoración («se inclinó y se postró rostro a tierra»), y lectura y explicación de «la Ley de Dios». Esta Ley se lee «en presencia de la asamblea», formada por varones, mujeres y niños en capacidad de entender lo que se leía.
La Puerta del Agua quedaba al sudeste del templo –en terreno no «sagrado»–, junto a la torre saliente, en donde vivían los donados. Esta localización fuera del ámbito «sagrado» explica la presencia de las mujeres en esta asamblea. En efecto, el templo tenía un espacio reservado a ellas («el patio de las mujeres»), distinto del espacio propio de los hombres.
La solemnidad del momento se enfatiza señalando el lugar elevado desde donde Esdras lee la Ley (vv. 4.5), y destacando algo tan obvio como la necesidad de abrir el libro «a la vista de todo el pueblo» para hacer la lectura. Además, se destacan los gestos ya mencionados de los miembros de la asamblea: la respetuosa postura de pies, la unánime aclamación litúrgica de aceptación («Amén, amén») y los gestos finales de postrada adoración. Por último, los levitas explicaron la Ley poniéndola al alcance de su comprensión (quizás traduciéndola del hebreo al arameo) para que todos entendiesen lo que escuchaban.
La reacción de la gente se expresa en un reconocimiento de culpa que se traduce en llanto. La severidad del Pentateuco que Esdras ha hecho leer causa cierto desánimo en la asamblea. Entonces Esdras y los levitas exhortan al pueblo para que deje a un lado la tristeza y el duelo: es día del Señor, no hay razón para estar tristes ni llorar. El día en que la palabra de Dios llega al corazón del hombre no es un día de luto, es ocasión de alegría, para comer delicioso («coman buenas tajadas de carne grasa y beban vinos generosos») y para compartir con los pobres que nada tienen para preparar («envíen porciones a los que nada tienen preparado»). La razón de la alegría y la generosidad radica en que «hoy es día consagrado a nuestro Dios». Por eso repiten la exhortación: «no ayunen (lit.: «no se contristen»), que el Señor se goza en que ustedes estén fuertes». En contraste con la tristeza, insisten en la alegría; y en contraste con el ayuno, que manifiesta aflicción, recomiendan comer y dar de comer. La razón de tales recomendaciones es «el gozo del Señor». La renovación de la alianza con el Señor es ocasión de celebración gozosa tanto para él como para el pueblo. El reconocimiento de la culpa y el dolor del pueblo, expresado con el llanto, no encuentran un reproche sino unas palabras de ánimo, consuelo y estímulo.
El reencuentro con el Dios de la alianza ha sido, como el primer encuentro, liberador. El pueblo ha comprendido que la misericordia de su Señor prevalece incluso por encima de su inflexible reprobación de la injusticia (la «ira» de Dios), porque él se complace en perdonar. Es esa experiencia de amor la que convence al pueblo de convivir y compartir con alegría, «porque había comprendido lo que le habían explicado» (8,12).

También en la actualidad mucha gente experimenta (por ejemplo, en los «retiros espirituales» o en los «retiros de evangelización», cada día más comunes) la compunción y el dolor por sus pecados y, luego de sentirse esas personas acogidas por el amor del Padre, perdonadas por la muerte del Hijo, y revividas por el don del Espíritu Santo, comienzan una vida libre y feliz, caracterizada por la alegría de amar como se han sentido amados.
Es necesario insistir en que la vocación cristiana es invitación a la plena realización humana y, por tanto, a la felicidad individual y colectiva. La alegría es la gran característica del cristiano y de la comunidad cristiana, la alegría de los hijos de Dios. No es una ascética que glorifique el sufrimiento ni las privaciones, sino una alegría que vence la experiencia del sufrimiento y de la privación. El cristiano carga la cruz, sí, pero con alegría, no con amargura.
Tiene sabor de Nuevo Testamento esa exhortación a no ayunar porque el gozo del Señor es que su pueblo esté fuerte (cf. Mc 2,18-22).
Nuestra asamblea eucarística tiene ambos momentos: el momento «penitencial», al comienzo de la celebración, y el de la gozosa experiencia del abrazo con el Señor, en la recepción del sacramento de su entrega de amor. Es importante que ambos momentos se vivan con sobria intensidad como reencuentro con el Dios de la alianza «nueva y eterna».
Feliz jueves eucarístico y vocacional.

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