Recursos de fe para este miércoles 5 de septiembre

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Palabra del día

Miércoles de la XXII semana del Tiempo Ordinario. Año II

Feria, color verde

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (3,1-9):

Hermanos, no pude hablaros como a hombres de espíritu, sino como a gente carnal, como a niños en Cristo. Por eso os alimenté con leche, no con comida, porque no estabais para más. Por supuesto, tampoco ahora, que seguís los instintos carnales. Mientras haya entre vosotros envidias y contiendas, es que os guían los instintos carnales y que procedéis según lo humano. Cuando uno dice «yo soy de Pablo» y otro, «yo de Apolo», ¿no estáis procediendo según lo humano? En fin de cuentas, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Ministros que os llevaron a la fe, cada uno como le encargó el Señor. Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer; por tanto, el que planta no significa nada ni el que riega tampoco; cuenta el que hace crecer, o sea, Dios. El que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada uno recibirá el salario según lo que haya trabajado. Nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros campo de Dios, edificio de Dios.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 32,12-13.14-15.20-21

R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres. R/.

Desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones. R/.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,38-44):

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. Él, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando.
De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios.» Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese.
Pero él les dijo: «También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado.»
Y predicaba en las sinagogas de Judea.

Palabra del Señor


Reflexión de la Palabra

Miércoles de la XXII semana del Tiempo Ordinario. Año II.
Ya había advertido Pablo la existencia de «bandos» en la iglesia de Corinto, y había exhortado a que se pusieran de acuerdo y a construir la unidad.
Ahora les explica la razón por la cual se dan esos bandos divisores y los invita a considerar los hechos en una perspectiva más adulta, menos infantil.
El creyente «espiritual» se manifiesta en el manejo adulto de sus relaciones de convivencia con los otros creyentes.
1Co 3,1-9.
Las divisiones de la comunidad, siendo deplorables, ocultan una realidad que la comunidad debe afrontar: la inmadurez cristiana de sus miembros. Pablo habla de «cristianos infantiles», que no pueden todavía con el alimento sólido (la buena noticia del reino de Dios), porque siguen siendo hombre-carne, guiados por sus bajos instintos. Los alegró el kerigma (la buena noticia del reinado de Dios), pero no dan el paso siguiente. Los compara con niños, a partir de la experiencia: los niños se gozan en el amor que reciben, pero no se deciden a amar de la misma manera. No son capaces todavía. Ser «carnales» equivale a «débil», en el sentido de simplemente humano (cf. 1Co 2,14). En esta condición, muestran que no los conduce el Espíritu del Señor, sino las tendencias heredadas de la cultura y la educación recibidas.
Los bandos enfrentados muestran que piensan y actúan «como gente común», no presentan una alternativa, son más de lo mismo, diríamos hoy. El culto de personalidades es muestra de que la fe se desvía, ya que los predicadores solo son auxiliares de Dios. De él es la obra. Dos imágenes presentan el trabajo de esos auxiliares: «Plantar» y «regar». La siembra es la misma, pero el trabajo de cada uno supone y da continuidad al del otro; en definitiva, Dios «hace crecer», o sea, la gracia de Dios es la que hace germinar la plantación y aprovechar el riego.
Cada auxiliar responde por su trabajo, pero el conjunto de la obra es común, y Dios es su único propietario. Hay dos trabajos, pero una sola obra. Cada uno recibe su recompensa según sea su dedicación a su respectivo trabajo. Usa dos símiles clásicos para describir esta obra de conjunto (cf. Jr 1,10: «edificar y plantar», en orden inverso):
• Labranza de Dios (cultura rural): hace énfasis en la siembra, la evangelización fundamental.
• Edificio de Dios (cultura urbana): hace énfasis en la convivencia, la edificación de la comunidad.
Sin exagerar los detalles, el primer símil apunta al primer anuncio (kerigma), y se refiere al reinado de Dios; el segundo, al cuidado de la comunidad para que crezca (pastoral), y se refiere al reino de Dios. Se aprecian así los dos aspectos: lo individual y lo colectivo.
Este mensaje es de validez permanente, de importancia creciente. En efecto:
1. Hay una tendencia a un cristianismo que, de tanto enfatizar la experiencia de Dios, termina reduciéndola a emociones y sentimientos, privilegia a predicadores que tienen hábil manejo de esta línea, y se desentiende del aspecto social de la fe, pues todo lo reduce a sentirse bien.
2. Hay la tendencia a enfatizar la praxis de la fe, reducida a una racionalidad fría y seca, que desconfía de la experiencia del Espíritu, y privilegia a predicadores «con ideas» (ideologías), se desentiende de la experiencia personal del Señor y lo reduce todo a hacer el bien.
La realización personal (hijo de Dios) y comunitaria (pueblo de Dios) exige que la labranza y la edificación sean labores de colaboradores de Dios que mantengan clara la conciencia de lo que son, y que logren conducir los creyentes a Dios y evitar que se detengan en ellos.
En Jesús vemos el hombre adulto, que es hijo de Dios y hermano universal, factor de unidad y reconciliación. Quien comulga con él se compromete como él a trabajar por la unidad y la paz. Es necesaria la constante referencia a Jesús, tanto de los evangelizadores como de los pastores.
Feliz miércoles.
Adalberto Sierra Severiche, Pbro. 
Vicario general de la Diócesis de Sincelejo
Párroco en Nuestra Señora del Perpetuo Socorro → Fan page 

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