XIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B.
La primera vez que Marcos narró la presencia de Jesús en una sinagoga reportó una reacción de admiración y asombro por su libertad para enseñar, y el consiguiente descrédito de la enseñanza de los letrados. La segunda, mostró que Jesús urgió a la gente a emanciparse del apego a la Ley, que le impedía desarrollarse humanamente. Por eso, los letrados lo declararon enemigo de Dios. Esto suscitó dos reacciones en el pueblo: una gran parte simpatizó con él y siguió escuchándolo; sus allegados consideraron que él cometía una locura e intentaron detenerlo. Él prosiguió en su empeño, y le hizo su propuesta tanto a los sometidos de la sociedad pagana, en donde encontró eco, como a los de la sociedad judía. Pero faltaba ver cómo reaccionarían los que aún seguían sumisos a la sinagoga y atenidos a la enseñanza de los letrados.
Mc 6,1-6.
La buena noticia de este domingo nos resume la reacción de la mayoría de la gente sometida al influjo de la enseñanza que impartían los letrados fariseos en la sinagoga; pero también muestra la actitud de Jesús en su empeño por llevar esa buena noticia a todos. El relato se puede dividir en una breve introducción, las reacciones en la sinagoga ante Jesús, las reacciones de Jesús ante los grupos, y una breve conclusión.
1. Introducción.
Jesús fue con sus discípulos al encuentro de los apegados a la institución judía para exponerles su mensaje, en espera de que ellos se emanciparan de esa institución. Pasaron varios días, pero su presencia solo se notó cuando él fue a la sinagoga el sábado, porque, por ser «día de precepto», no lo podían evitar. A diferencia de lo que pasó en Cafarnaún (Mc 1,21), esta vez fue «seguido» por sus discípulos, pero la sinagoga no reaccionará a su favor.
2. Reacciones en la sinagoga.
La enseñanza de Jesús causó acá una impresión desfavorable. Se trata, sin duda, del mensaje del reinado universal de Dios, que la vez anterior causó impresión favorable. Esta vez, expresan sus dudas respecto del origen de las manifestaciones de preeminencia que ostenta Jesús. La primera duda es genérica y abarca la totalidad de dichas manifestaciones («¿de dónde le vienen a este esas cosas?»). Esa duda, al no atribuirle a Dios esa preeminencia de Jesús, sugiere un origen distinto.
La segunda duda se relaciona con la enseñanza de Jesús («¿qué clase de saber le han comunicado a este?»), que pregunta por el tipo de conocimiento que él transmite, pero también pone en duda el origen de dicho conocimiento. Al no atribuírselo a Dios, se sugiere que Jesús es un impostor, un falso profeta, porque trae una enseñanza inaudita, «nueva» (cf. Mc 1,27).
La tercera duda se refiere a la manera de explicar las obras liberadoras de Jesús (αἱ δυνάμεις), las cuales ellos consideran que suceden a través de sus manos («¿y qué fuerzas son esas que le salen de las manos’»), dando a entender que Jesús es instrumento de alguien distinto de Dios. Es decir, que, con sus obras, Jesús se comporta como enemigo de Dios.
El afán de desacreditar a Jesús va más allá. Después de poner en duda su enseñanza y sus obras, ahora lo descalifican por su oficio y por su familia. Un carpintero común no es un rabino que ha pasado por la escuela, y ellos opinan que el conocimiento de Dios se da en las escuelas, así que ese carpintero no les brinda garantías. Además, consideran que Jesús, si no se atiene a la tradición patria, no es digno hijo de su padre, por lo que lo llaman «el hijo de María». Los «hermanos» que le atribuyen son parientes cercanos; Santiago y José aparecen más adelante (cf. Mc 15,40) como hijos de otra María, José tiene también una madre que se llama María (cf. Mc 15,47), y lo mismo se dice de Santiago (cf. Mc 16,1). El nombre de María era muy común entre las hijas de la gente pobre; procede del egipcio, y significa «exaltada». Sus «hermanas» no tienen nombre, como Jesús tampoco es designado por el suyo; esto es señal de menosprecio. En conclusión, Jesús es visto por ellos como un motivo de tropiezo («se escandalizaban de él»), no de acercamiento a Dios.
3. Reacciones de Jesús.
Jesús cita un refrán conocido y se lo aplica. Al definirse como «profeta» responde a las dudas de ellos sobre su enseñanza y sus obras, indicando, de paso, que estas proceden de Dios. Él ha sido «despreciado y desestimado» (cf. Is 53,3) como ellos lo han hecho antes con los profetas (cf. Jr 11,21; 12,6). En segundo lugar, se muestra sorprendido –no airado– porque la gente asidua a la sinagoga se negó a creer, ya que esta negativa era propia de los dirigentes; él no esperaba que la gente del común se identificara con sus dominadores y rechazara el mensaje que les trajo libertad, alegría y vida cuando todos reconocieron su «autoridad» (cf. Mc 1,27).
Como consecuencia de lo anterior (y en medio de ambas reacciones) la cerrazón de ellos impide su actividad liberadora («no le fue posible de ningún modo actuar allí con fuerza»), ya que solo puede «curar» (cf. Mc 1,34; 3,2.5) –no «salvar» (cf. Mc 5,23.34)–, y eso apenas «a unos pocos postrados». «Curar» es aliviar el sufrimiento por propia iniciativa, sin que medie la fe; «salvar» es comunicar vida (el Espíritu) a quienes le dan fe. «Postrados» son los debilitados hasta el punto de no poder valerse, y, aunque no comparten la cerrazón del resto, son incapaces de reaccionar. Jesús actúa a su favor como profeta, «aplicándoles las manos», las cuales transmiten su amor.
4. Conclusión.
Eso significa que Jesús tiene un amplio espacio entre los «postrados», los más oprimidos, los que viven en la periferia –en oposición a los integrados a la sinagoga– y están lejos del influjo de la institución dominante. Por eso, Jesús se dirigió a «las aldeas de alrededor», en donde enseñó sin obstáculos. Y ya no volvió a entrar en sinagoga alguna.
La buena noticia no siempre tiene que reportar resonantes triunfos de popularidad ni recibir los aplausos de las mayorías. Pensar eso es triunfalismo, que puede llevar a sacrificar la misma buena noticia en busca de «triunfos» humanos o para cosechar aplausos. A veces, el aparente fracaso a los ojos humanos es muestra de fidelidad al designio de Dios, y esta es la gran victoria que vence el mundo, nuestra fidelidad. El natural deseo de aprobación puede convertirse en búsqueda de aceptación a toda costa, incluso al precio de la traición. Jesús nos muestra que el descrédito ante «los hombres» puede ser ocasión para acreditarse ante Dios. Es cuestión de fidelidad.
Si se cierran puertas a la buena noticia, y también se cierra a sus mensajeros, la caridad hacia los «postrados» de todas las sociedades nos abrirá otras puertas, más conformes con el designio de Dios. Por encima de nuestra popularidad está la fidelidad a la buena noticia. Nuestras asambleas dominicales necesitan tener claro esto para no sucumbir a la tiranía de la buena imagen, que nos puede llevar a graves y dolorosas claudicaciones. Jesús nos precede con su testimonio.
¡Feliz día del Señor!
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