Palabra del día
XXII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B
Color verde
Primera lectura
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar. No añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada; así cumpliréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy. Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: «Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente.» Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?»
Palabra de Dios
Salmo
R/. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua. R/.
El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R/.
El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R/.
Segunda lectura
Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el cual no hay fases ni períodos de sombra. Por propia iniciativa, con la palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas. Aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo.
Palabra de Dios
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Marcos (7,1-8.14-15.21-23):
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»
Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.» Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»
Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»
Palabra del Señor
Reflexión de la Palabra
XXII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B.
Volvemos al evangelio de Marcos. A pesar de que Jesús fracasó en su intento de hacer el éxodo con sus discípulos, las muchedumbres excluidas siguieron encontrando en él alternativas de vida, lo mismo que la mujer con flujos de sangre (cf. Mc 6,54-56). Esto indica que las barreras que se erigen entre las personas son artificiales, y que los excluidos también son seres humanos.
Precisamente, el relato de hoy se refiere a una de esas barreras. Antes, surgió la distinción entre lo puro y lo impuro; ahora se abre paso la barrera de lo «profano», que se contrapone a «santo». Es la idea de que lo común y ordinario se opone a lo «sagrado» o, por lo menos, le es indiferente. Para Jesús, la profanidad es solamente ética, porque para Dios la creación es toda ella buena.
Mc 7,1-8.14-15.21-23.
La Ley exigía que los sacerdotes se lavaran manos y pies antes de entrar en el santuario (cf. Ex 30,17-21; 40,29-30) y que comieran su parte del sacrificio en condición de pureza ritual (cf. Lv 6,16.26; 10,12-13). Los fariseos generalizaron la obligatoriedad de estas normas. El texto que hoy nos propone el leccionario muestra la tradición farisea valorada por Jesús, quien explica lo que, en general y en particular, hace profano al ser humano.
1. La tradición farisea.
En la concepción de los fariseos, lo «santo» es lo que está consagrado a Dios, y ocupa un puesto aparte por esa razón; lo «profano» es lo que no está consagrado a Dios, y por eso está separado de él. El relato nos refiere que ellos advirtieron que algunos discípulos de Jesús no le hacían caso a esa distinción. En concreto, les censuran haber «comido los panes» sin lavarse las manos. Aquí no se trata de «comer el pan» (cf. Mc 3,20), ni simplemente «comer» (cf. Mc 7,3). Ellos se refieren al hecho narrado antes, en el que los discípulos repartieron los panes entre la multitud, y que, al hacerlo, se profanaron por el contacto con esa multitud. En efecto, ellos eran muy escrupulosos en ese sentido, y pretendían que todo el mundo se atuviera a esa tradición suya. Para Jesús, esa tradición es «de los hombres», es decir, ajena al Espíritu Santo, porque las creaturas son «buenas» por su origen (cf. Gn 1,31), y lo que hace «santo» al ser humano no son las circunstancias ni las cosas, sino el Espíritu Santo. Por eso, es inútil el culto que ellos pretenden tributarle a Dios.
2. Lo que hace «profano».
Después de explicar con un ejemplo que esa tradición no solo es ajena a los mandamientos, sino que los anula, Jesús explica a todos qué es lo que separa al ser humano de Dios. Primero formula un principio básico, y luego, aparte con los discípulos, lo ilustra en detalle.
a) Principio básico.
Jesús invita a todos a «escuchar» y a aceptar en la práctica («entender») que las cosas exteriores, de las cuales los alimentos son el caso extremo, porque se ingieren, no pueden separar al hombre de Dios. En primer lugar, porque las creaturas son «muy buenas» (cf. Gn 1,31), y, además, porque la relación del ser humano con Dios solo la puede romper el hombre, ya que Dios es fiel. Y esa ruptura se da por algo que brota del interior, es decir, por una decisión humana. Nada ni nadie, distinto de él mismo, puede separar a un ser humano de Dios.
Este principio derriba una frontera intocable para los judíos, y particularmente para los fariseos. Ellos se llamaban «el pueblo santo de Dios» y excluían a los demás, considerándolos «profanos». Jesús enseña que la «consagración» a Dios no depende del pueblo al que uno pertenezca, ni de los alimentos que uno ingiera, sino de su actitud interior. Es decir, ante Dios todos los hombres somos iguales. No hay seres humanos «profanos» ni, mucho menos, que «contaminen» a otros.
b) Explicación detallada.
Los discípulos de origen israelita escucharon, pero no entendieron. Hasta ahora, ellos aceptaban que Jesús hubiese suprimido la distinción entre «puro» e «impuro», que establecía barreras entre los israelitas, pero no les cabe en la cabeza que Jesús suprima la distinción entre judíos y paganos. Ellos todavía abrigan la ilusión de que Israel domine a las otras naciones. Por eso, consideraron que Jesús había dicho una «parábola» y le pidieron que se las explicara. Él les reprochó el hecho de no ser capaces de «entender», es decir, de no atenerse a la realidad de las cosas.
Los invitó a entender que el hecho de ingerir alimentos es un mero proceso fisiológico que no afecta las disposiciones interiores de la persona. Y les explicó en detalle cuáles son las actitudes que «profanan» al ser humano, es decir, que lo separan de Dios. Las «malas intenciones» (deseos o pensamientos) se concretan en doce comportamientos, seis en plural y seis en singular. Estos pueden ser praxis reiteradas (en plural) o inclinación permanente (en singular). En general, puede decirse que esas praxis perjudican la convivencia social y que esas inclinaciones deterioran la vida personal y la relación interpersonal. Y eso es lo que aparta al ser humano de Dios.
La necesidad de reconocimiento que tiene todo ser humano por su condición social corre riesgo de pervertirse en una enfermiza búsqueda de notoriedad. Para lograr esto, se recurre a las ansias desmedidas de rango, privilegios, honores, o fama, en beneficio de sí mismo, o se incurre en las más crueles prácticas de descalificación de los demás para justificar su exclusión. Por eso existen las difamaciones, las calumnias y la práctica del chisme, cuyo objetivo es el descrédito de algunos a quienes se quiere reducir a seres humanos de menor categoría y, por tanto, despreciables. Esto genera relaciones de desigualdad en la convivencia social, y es cruelmente inhumano.
Cuando se pretende justificar esos procedimientos con argumentos religiosos, se incurre en una monstruosa perversión y en una vergonzosa hipocresía. Los discípulos de Jesús no podemos, de ningún modo, aceptar esa conducta ni dentro ni hacia fuera de nuestras comunidades.
Es de esperar que en nuestras asambleas dominicales la fraternidad exorcice ese afán de sentirse superiores a los demás, y afirme de manera contundente la igualdad de todos ante Dios.
¡Feliz día del Señor!
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