(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)
Viernes de la XV semana del Tiempo Ordinario. Año I
La Palabra del día
Primera lectura
En aquellos días, Moisés y Aarón hicieron muchos prodigios en presencia del Faraón; pero el Señor hizo que el Faraón se empeñara en no dejar marchar a los israelitas de su territorio.
Dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: «Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: «El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. No comeréis de ella nada crudo ni cocido en agua, sino asado a fuego: con cabeza, patas y entrañas. No dejaréis restos para la mañana siguiente; y, si sobra algo, lo quemaréis. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor. Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y de animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis; cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones.»»
Palabra de Dios
Salmo
R/. Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor
Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.
Siervo tuyo soy, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas. R/.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R/.
Evangelio de hoy
Un sábado de aquéllos, Jesús atravesaba un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas.
Los fariseos, al verlo, le dijeron: «Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado.»
Les replicó: «¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes presentados, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la Ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa? Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais lo que significa «quiero misericordia y no sacrificio», no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado.»
Palabra del Señor
La reflexión del padre Adalberto
Viernes de la XV semana del Tiempo Ordinario. Año I.
Después de anunciar que la salida de Egipto será pulseada pero exitosa (cf. Exo 3,21s), el Señor facultó y capacitó a Moisés para su misión con tres señales (אוֹת) de dominio: una sobre la magia egipcia, otra sobre la enfermedad humana, y la tercera sobre la naturaleza. Moisés objetó no ser él de palabra fácil, elocuente, e insistió en que eso lo descalificaba para la misión, pese a que el Señor le había asegurado su asistencia. Entonces, el Señor le asignó a su hermano Aarón como vocero: lo que Moisés era para Dios debía serlo Aarón para Moisés. Y le entregó el bastón con el que iba a realizar sus «señales» (cf. Exo 4,1-17, omitido). Moisés volvió a Egipto, se presentó ante el Faraón para cumplir su misión, y, en reacción, este redobló su opresión sobre los hebreos, lo que puso en aprietos a Moisés y Aarón ante el pueblo. Acudieron al Señor, pero él ratificó sus intenciones de rescatar al pueblo de la opresión. Moisés y Aarón volvieron ante el Faraón, y así comenzaron las diez «plagas» (מַגֵּפָה), que son «señales» del Señor (cf. Exo 10,1) para que Israel pueda contarles a sus hijos que fue él quien las hizo (cf. Exo 5-10). Así llega a la décima plaga.
Exo 11,10-12,14.
Con el lenguaje de «endurecimiento» del Faraón y «plagas» del Señor se expresa una realidad de causa y consecuencia. El empeño mostrado por el Señor a través de Moisés por liberar a Israel de su opresión provoca, en reacción, la obstinación del Faraón en afirmar su poder; la insistencia de Moisés y Aarón endurece cada vez más la postura del Faraón, quien no toma nota de que esta política repercute negativamente en su propio pueblo, y de forma acumulativa, con lo cual lleva a la ruina a su propia gente. La persistencia del Señor –manifestada en la inflexible insistencia de Moisés y Aarón– es la causa del «endurecimiento» del Faraón, que es consecuente con su política represiva: «el Señor hizo que el Faraón se empeñara en no dejar marchar a los israelitas…».
Llega la «noche» decisiva. Comienza por el «mes», que, en adelante, será el primero del año. Es el mes de Abib («de las espigas»), que corresponde a nuestros meses marzo-abril, y que después del exilio se llamará «Nisán» (calendario babilonio). Y sigue por el «día», que será el décimo del mes. Y aquí se detiene en un detallado ritual celebrativo cuya finalidad es ser memorial perpetuo.
1. Los comensales. Fundamentalmente, es una fiesta de familia y doméstica. El concepto que se tenía de familia involucraba a los esclavos incorporados (circuncidados), no a los forasteros pasajeros ni a los jornaleros asalariados. El emigrante residente –si estaba circuncidado– la podía celebrar también. En caso de que una familia fuera demasiado pequeña para el efecto, se podía juntar con otra para esa comida sacrificial hasta terminar cada una su parte.
2. La comida. Había que sacrificar un cordero o carnero de un año, sin defecto (esto dicho no solo de los defectos físicos, sino morales: no podía ser robado), y macho, por la creencia de la época de que el macho era la fuente de la vida. Se sacrificaba en la tarde del día 14, y su sangre se usaba para rociar las jambas y el dintel de la puerta de las casas. La carne debía comerse asada, con pan ázimo y verduras amargas. Era prohibido comerla cruda o sancochada; solo se permitía asarla a fuego. Y no se podía dejar nada para el día siguiente, por evitar la profanación. Si sobraba, había que quemar lo sobrante.
3. El ritual. Era una comida en condición de esclavos en fuga: la túnica ceñida, los pies calzados, el bastón en la mano (indicios estos de que se emprendía un largo viaje), y a toda prisa, por ser la «pascua» del Señor. Es claro que en la narración se entremezclan los acontecimientos históricos del pasado remoto con la conmemoración contemporánea de los mismos, y que esto concuerda con la experiencia del escritor y de los destinatarios del escrito.
4. El sentido. Aún no es claro el origen etimológico del término «pascua», pero aquí se relaciona con el hecho de que el Señor se «salta», o «pasa de largo» por las casas de los israelitas, en tanto su juicio contra los dioses de Egipto repercute en la muerte de todos los primogénitos, desde los de los hombres hasta los de los animales. Este «exterminio», que se corresponde con la extinción selectiva que el Faraón había ordenado contra los hebreos (cf. Exo 1,15-16), es la forma que el autor elige para expresar que fracasó la represión que quiso impedir la salida de los esclavos, y que este fracaso repercutió en la población joven del país: la medida de exterminio del Faraón en perjuicio de los hijos de los hebreos se vuelve contra los hijos de su propio pueblo. La «sangre» es una señal ambivalente: preserva la vida de los israelitas y condena la vida de los «primogénitos» egipcios. La sangre simboliza la vida; el rechazo de la vida ajena condena la propia.
5. La fiesta anual. Ese será un día «memorable», es decir, para recordar y celebrar a perpetuidad «como fiesta en honor del Señor». A los israelitas les corresponde conservar memoria de ese día como homenaje al Señor que actuó en favor de ellos liberándolos de la opresión. Pero también es «memorial» para el Señor, quien «se acordará» perpetuamente de los hombres que lo invoquen desde la opresión como el Dios que libera a los cautivos y actuará siempre a favor de ellos.
Todavía hoy se ve que el ansia de dignidad, libertad y justicia que motiva el reclamo de vastos sectores humanos o de pueblos enteros suele provocar la reacción «dura» por parte de quienes detentan el poder, incluso sacrificando al pueblo que dicen representar y cuyos intereses declaran defender. En aquellos tiempos de Moisés, tiempos de déspotas absolutistas de poder indiscutible y a menudo justificado en el querer de los «dioses» de los pueblos, la represión era brutal. Ahora no lo es menos, aunque pretende justificarse en leguleyadas aureoladas de respetabilidad, por el hecho de que esos poderes reclaman legitimidad en la voluntad popular que los instituyó. Aducen la voluntad del pueblo para desconocer la voluntad del pueblo; usan la autoridad que les confirió el pueblo para reprimir la libertad del pueblo que los ungió.
La actividad liberadora de Jesús es más radical que la de Moisés, porque arranca del interior de la persona, de su «corazón», comenzando por la libertad de su pensamiento y de sus sentimientos. Y esta libertad es fruto del Espíritu del Señor, que recibe todo el que cree en él. Si nuestra fe es viva, crece, y a medida que crece nos adhiere más a Jesús, nos compenetra más con su Espíritu y nos hace cada vez más libres. Esa libertad podemos ir comprobándola por el efecto que hace en nosotros la creciente comunión con el Señor. Nos hace libres y liberadores como él.
Feliz viernes.
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