La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-sábado

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo

Color litúrgico, rojo

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (12,1-11):

En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. 
La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó el ángel del Señor y se iluminó la celda. 
Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: «Date prisa, levántate.» 
Las cadenas se le cayeron de las manos y el ángel añadió: «Ponte el cinturón y las sandalias.»
Obedeció y el ángel le dijo: «Échate el manto y sígueme.» 
Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel. 
Pedro recapacitó y dijo: «Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 33,2-3.4-5.6-7.8-9

R/.
 El Señor me libró de todas mis ansias

Bendigo al Señor en todo momento, 
su alabanza está siempre en mi boca; 
mi alma se gloría en el Señor: 
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre. 
Yo consulté al Señor, y me respondió, 
me libró de todas mis ansias. R/.

Contempladlo, y quedaréis radiantes, 
vuestro rostro no se avergonzará. 
Si el afligido invoca al Señor, 
él lo escucha y lo salva de sus angustias. R/.

El ángel del Señor acampa 
en torno a sus fieles y los protege. 
Gustad y ved qué bueno es el Señor, 
dichoso el que se acoge a él. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (4,6-8.17-18):

Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,13-19):

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» 
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» 
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» 
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.»

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
Sábado de la XII semana del Tiempo Ordinario. Año I.
Gen 18,1-15.
 
Definida la situación de Ismael en relación con la promesa, Dios insistió en que esta se cumpliría a través de un descendiente de Abraham con Sara. El cambio de ambos nombres significa de qué modo la relación con Dios transforma la realidad humana. Ante todo, se supone la adhesión libre de fe. Además, el cambio está en función de la promesa, y esta en función de la misión. Si Abraham se interpreta como «padre de una multitud de pueblos» (Gen 17,4), Sara es «princesa» en ejercicio: «de ella nacerán pueblos reyes» (Gen 17,16).
Después de esa reafirmación de la promesa, se dio la circuncisión de todos los varones de la casa de Abraham, según la instrucción dada por el Señor (cf. Gen 17,10). Fue un ritual general. Desde el patriarca mismo, a sus 99 años, hasta Ismael, a sus trece. En época posterior, esta será la edad –los trece años– en la que el israelita comience a ser «discípulo del mandamiento» (בַּר מִצְוָה), es decir, responsable de las cargas que impone la observancia de la Ley de Moisés.
Sigue ahora un anuncio más preciso del prometido nacimiento de Isaac.
 
La hospitalidad era una necesidad insoslayable en aquellas sociedades nómadas, y constituía una observancia de convivencia con carácter obligatorio. Esta costumbre dio origen a historias que se transmitían respecto de seres celestes que deambulaban por el mundo para comprobar si los seres humanos eran o no hospitalarios, y premiar a los unos o castigar a los otros. Se trata, pues, de un motivo literario que se convierte en recurso para ilustrar la razón de ser de bendiciones o de sanciones del cielo a los hombres y los pueblos.
El Señor se manifiesta acompañado de «dos ángeles» (cf. Gen 19,1.22), ambos en figura humana (cf. Gen 18,2.16). La primera parte del relato la protagoniza el anfitrión; los huéspedes casi no hablan (v. 5). La segunda parte la protagonizan los huéspedes, pero en diálogo con Abraham y, posteriormente, con Sara.
1. El anfitrión.
Abrahán, hizo gala de cortesía y tomó la iniciativa, como lo exigían las costumbres, para brindar espléndida hospitalidad a sus inesperados visitantes. La localización («el encinar de Mambré», cf. Gen 13,18; 14,13) es lugar de encuentro tranquilo de cultos diferentes. El momento («la hora del calor») es el de la mayor fatiga, cuando más necesaria es la acogida. Abraham se postró, pidió el favor de atenderlos, les ofreció agua para lavarse los pies, alivio para el calor, cobijo y alimento. El autor subraya la diligencia que puso Abraham en el ofrecimiento de la hospitalidad (tres veces «corrió»). La vivacidad del relato permite imaginarlo afanado, yendo de un lado a otro, y dando instrucciones breves y precisas a Sara y a uno de sus criados, al mismo tiempo que actuaba él. A pesar de tener criados, él sirvió personalmente el banquete.
En un primer momento, la proverbial hospitalidad de los nómadas, testimoniada por Abraham, lo convierte en anfitrión de Dios mismo, sin que él lo sepa (cf. Heb 13,2), aunque el lector está informado de ello por el narrador.
2. Los huéspedes.
Por cultura, la mujer debía permanecer discreta e invisible. Los huéspedes preguntan por Sara, la mujer de Abraham, como por una persona ya conocida de ellos. Y ella se convierte en el tema de la conversación.
• Uno anuncia una nueva visita que se verificará «en el tiempo de la vida». Se supone que se trata de la primavera, o quizá del otoño, cuando las lluvias provocan la eclosión de la vida. Y anuncia que, cuando esa visita se cumpla, Sara ya le habrá dado un hijo a Abrahán.
• Entra en escena Sara, primero detrás de la entrada de la tienda, quien se ríe porque considera que humanamente es imposible la realización del anuncio que escuchó. Nuevamente aparece la risa en relación con el nacimiento del hijo de Abraham y Sara.
• Un paréntesis del narrador aclara la razón de la risa de Sara: ambos eran ancianos y su edad era muy avanzada; y, además, Sara ya no menstruaba y el placer era impensable. Razones valederas, que explican el escepticismo de Sara, pero que no tenían en cuenta la promesa (cf. Gen 17,16).
• Ahora sí se desvela la identidad del interlocutor de Abrahán: el Señor. Y pide aclaración de la actitud escéptica de Sara con una pregunta retórica; «¿hay algo difícil para el Señor?». Anuncia su regreso («cuando vuelva a visitarte»), regreso que se verificará con el nacimiento de Isaac.
• Sara comprende de quién se trata y se atemoriza. Tiene un breve diálogo con el Señor, diálogo que contraría la afirmación común entre los rabinos según la cual desde Eva en adelante Dios no les dirige la palabra a las mujeres. Y así Sara sale de la penumbra al primer plano del relato.
El tema de la risa, que le pone punto final a esta narración, deja pendiente el cumplimiento de lo prometido y, al mismo tiempo, plantea el interrogante respecto del sentido de la risa que reviene con insistencia en referencia al hijo prometido a Abraham y Sara. El temor de Sara al negar que se ha reído, y la insistencia del Señor en que sí lo ha hecho pretenden dejar en el lector la idea de que hay algo que queda diferido hasta otro momento. Y genera otra expectativa, añadida al hecho mismo de la promesa del nacimiento del niño.
 
En la cotidianidad de la vida, en el ejercicio de la solidaridad con el otro, cuando parece que los recursos humanos estuvieran destinados al fracaso, ante los ojos atónitos de sus interlocutores, y con plazo establecido, asegura Dios el cumplimiento de su promesa. No era en la fecundidad de Hagar sino en la esterilidad de Sara en donde iba a realizar el Señor su designio. Nada es difícil para él. La duda de Sara en el hombre (hasta ese momento ignora que se trata del Señor) confiere más intensidad al relato. Apenas se desveló la identidad del promitente, Sara «temió» (respetó) y negó su propia duda. Tratándose del Señor, ya no hay razón para dudar en que lo imposible sea posible: que donde hay esterilidad (muerte) pueda darse fecundidad (vida).
La viabilidad de una promesa depende de la credibilidad de su promitente. En Sara se aprecia el paso de dudar de la palabra del hombre a creer en la palabra del Señor. Cuando el ser humano se identifica con Dios –como es el caso de Jesús–, la palabra del hombre adquiere categoría de palabra de Dios. Por eso Jesús insiste en la sinceridad de palabra (cf. Mt 5,33-37).
En la sencillez sin espectáculo del pan partido y compartido está el secreto («misterio») de nuestra fe. Es la entrega renovada del Señor que, lejos de conducir a la muerte, lleva a la vida. Cada día intentamos conocer más este «misterio» asimilándonos a él.
Feliz sábado en compañía de María, la madre del Señor.

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