La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-miércoles

Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Miércoles de la XXV semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro de Esdras (9,5-9):

Yo, Esdras, al llegar la hora de la oblación de la tarde, acabé mi penitencia y, con el vestido y el manto rasgados, me arrodillé y alcé las manos al Señor, mi Dios, diciendo: «Dios mío, de pura vergüenza no me atrevo a levantar el rostro hacia ti, porque nuestros delitos sobrepasan nuestra cabeza, y nuestra culpa llega al cielo. Desde los tiempos de nuestros padres hasta hoy hemos sido reos de grandes culpas y, por nuestros delitos, nosotros con nuestros reyes sacerdotes hemos sido entregados a reyes extranjeros, a la espada, al destierro, al saqueo y a la ignominia, que es la situación actual. Pero ahora el Señor, nuestro Dios, nos ha concedido un momento de gracia, dejándonos un resto y una estaca en su lugar santo, dando luz a nuestros ojos y concediéndonos respiro en nuestra esclavitud. Porque éramos esclavos, pero nuestro Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud; nos granjeó el favor de los reyes de Persia, nos dio respiro para levantar el templo de nuestro Dios y restaurar sus ruinas y nos dio una tapia en Judá y Jerusalén.»

Palabra de Dios

Salmo

Tb 13,2.3-4.6

R/.
 Bendito sea Dios, que vive eternamente

Él azota y se compadece,
hunde hasta el abismo y saca de él,
y no hay quien escape de su mano. R/.

Dadle gracias, israelitas, ante los gentiles,
porque él nos dispersó entre ellos.
Proclamad allí su grandeza,
ensalzadlo ante todos los vivientes:
que él es nuestro Dios y Señor,
nuestro padre por todos los siglos. R/.

Veréis lo que hará con vosotros,
le daréis gracias a boca llena,
bendeciréis al Señor de la justicia
y ensalzaréis al rey de los siglos. R/.

Yo le doy gracias en mi cautiverio,
anuncio su grandeza
y su poder a un pueblo pecador. R/.

Convertíos, pecadores,
obrad rectamente en su presencia:
quizás os mostrará benevolencia
y tendrá compasión. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,1-6):

En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades.
Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: «No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes.

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
Miércoles de la XXV semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
«Años más tarde durante el reinado de Artajerjes de Persia, Esdras… subió de Babilonia» (Esd 7,1). Con él surge una élite intelectual religiosa en el pueblo judío, el «letrado», experto en la Ley, élite que pudo surgir en el destierro, donde faltaba el culto, y en donde Esdras se desempeñó como escriba de la corte. Él era también sacerdote. Como letrado, su vocación se concreta en estudiar, practicar y enseñar la Ley (cf. 7,11). Llegó a Jerusalén encabezando una nueva oleada de repatriados. Se desempeñaba como una especie de emisario inspector de los trabajos de reedificación de la ciudad y portador de recursos para continuar esas obras. Por otro lado, tenía capacidad para nombrar funcionarios autóctonos o no en nombre del rey Artajerjes. Esdras llevó también su «censo» de acompañantes. Ya aquí se nota la ausencia de levitas (cf. 8,15), que Esdras trató de remediar y enseguida les confió funciones. Después de un viaje tranquilo, llegaron a Jerusalén, entregaron los recursos y los objetos del templo, y ofrecieron holocaustos. Por último, llevaron los decretos del rey a los sátrapas del imperio y a los gobernadores de Transeufratina (cf. Esd 7,1-8,36).
Esdras recibió la información de que los sacerdotes y levitas habían contraído matrimonios mixtos, es decir, con mujeres paganas. Esto le causó profundo impacto y lo condujo al duelo y a la penitencia (9,1-4).
 
Esd 9,5-9.
La constatación de esos matrimonios con extranjeras la considera Esdras como pecado que se atribuye a paganos, a gente ordinaria, «infamia» que es inexplicable en «la raza santa». Esa «santidad» tiene carácter de segregación, significa «la raza puesta aparte por el Señor». En esa perspectiva hay que entender la valoración que hace Esdras para comprender su reacción y los gestos litúrgicos con los que se expresa.
Terminada la penitencia, recurrió a la oración. Parte de esa oración constituye el texto que el leccionario propone para la celebración eucarística de este día.
Comenzó declarando su vergüenza ante Dios por la gravedad de los delitos cometidos por el pueblo. Sin embargo, no acusó a los que cometieron la «infamia», se acusó junto con ellos y asumió la responsabilidad de esa culpa como algo colectivo. La declaración de la seriedad del delito y de la culpa («nuestros delitos sobrepasan nuestra cabeza y nuestra culpa llega al cielo») se entiende desde la perspectiva de una religiosidad protectora y aislacionista.
Reconoció también que el pueblo ha pecado «desde los tiempos de nuestros padres hasta hoy»; y confesó que esos pecados los han llevado al sometimiento, a la guerra, al destierro, al despojo y a la afrenta. Reconoció igualmente que el Señor ha sido benévolo permitiendo que sobreviviera «un resto» del pueblo para experimentar la libertad y reconstruir el templo y la nación. El término «resto» (פְּלֵטָה: vv. 8.13) significa «sobrevivientes»; más adelante (v. 14) va unido al término técnico «resto» (שְׁאֵרית), que designa propiamente la porción de Judá que no fue al exilio (cf. Jer 8,3; 41,10, distinto del «resto» (שְׁאָר) al que Isaías le atribuye tanto valor (cf. 10,19.21-22), que connota un grupo penitencial que se prevé para los tiempos posteriores. Reconoce que la misericordia del Señor ha ido más lejos «dejándonos un resto y una estaca en su lugar santo», imagen tomada de la vida nómada que se refiere a «un rincón de la tienda» para designar en pequeño espacio de habitación. Eso significa tanto como «dar luz a nuestros ojos», es decir, reanimarnos, hacernos revivir (cf. 1Sam 14,29; Sal 13,4; Pro 29,13), dicho del «respiro» obtenido por el rescate de la esclavitud sufrida en el exilio babilónico. Pasaron de manos de los caldeos a manos de los persas, pero el Señor, fiel a sí mismo, no los abandonó en la esclavitud. Al granjearles el favor de los reyes de Persia, les dio la oportunidad de volver a su tierra –lo que entraña la restauración de la promesa–, de levantar de nuevo «el templo de nuestro Dios y de restaurar las ruinas » –hecho que implica que Dios acepta que de nuevo le den culto, es decir, que se consideren su pueblo–, dándoles «una tapia», o «un valladar», es decir, un lugar seguro, un refugio propio «en Judá y Jerusalén». Estar en su tierra era recuperar su espacio de libertad y señorío. Habían vuelto a ser un pueblo relativamente autónomo.
Finalmente, Esdras confesó el pecado actual: los matrimonios ilegítimos de quienes optaron por no escuchar la voz de los «siervos» del Señor, los profetas, y pidió su perdón. Esta oración fue hecha en voz alta (9,10-15, texto omitido por el leccionario).
La razón invocada para la prohibición de estos matrimonios es triple:
a) Inducen a los israelitas a la idolatría y al sincretismo (poner al Señor en igualdad con los ídolos de los pueblos).
b) Mezclan la «raza santa» con la sangre impura, la de los paganos, con lo que se descontinúa la descendencia de Abrahán.
c) Debilitan al pueblo elegido, porque lo privan de las bendiciones prometidas a los patriarcas y a su descendencia.
La postura de Esdras fue drástica. Según el autor, la iniciativa partió de Secanías (cf. 10,2), ya que fue él quien propuso el abandono tanto de las mujeres paganas como de los hijos que habían tenido con ellas; pero es indudable que fue Esdras quien llegó hasta exigirles a todos –sacerdotes, levitas, funcionarios del templo y seglares– separarse de sus mujeres e hijos paganos y despedirlos. Esdras le dejó a su pueblo un ideal y una praxis de segregación para conservar la unidad nacional, la pureza religiosa y la vigencia de la promesa.
 
La herencia de Esdras sobrevive en costumbres, como la interpretación rigorista de la Ley, que nada tienen de cristianas. De hecho, algunos textos muestran que los matrimonios con extranjeras habían sido aceptados (cf. Gn 41,45; 48,5-12; Nm 12,1-3; Rut 1,4; 2Sam 3,3). Pero ya en Dt 7,1-4; 23,4s –textos en los que es muy probable que se basara Esdras– fueron prohibidos con el fin de combatir la idolatría, peligro más inminente ahora, cuando la mayoría de los repatriados eran hombres. Aunque hay algunas iglesias «cristianas» que prohíben los matrimonios mixtos apoyándose en 2Co 6,14 (que se refiere a otra cosa: evitar componendas con la injusticia), la Iglesia católica ha admitido la legitimidad de los «matrimonios mixtos», superando así –en este campo– la exclusión fanática que aísla, empobrece y deshumaniza.
En buena hora la Iglesia está procurando abandonar la interpretación legalista y rigorista del evangelio para identificarse con la actitud misericordiosa de Jesús, que no es menos exigente ni incita a la mediocridad, sino que invita a descubrir las posibilidades que tiene el amor que procede del Espíritu Santo para dar libertad y vida.
La eucaristía debe ejercitarnos en el amor universal. La «sangre de la alianza, que se derrama por todos» (Mt 26,28) nos compromete en el amor «católico», verdaderamente universal, del que Jesús nos dio fehaciente testimonio y al cual nos invita llegando hasta más allá, cuando nos exhorta a amar incluso a los enemigos.
Feliz miércoles.

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