La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-miércoles

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Miércoles de la XV semana del Tiempo Ordinario Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro del Éxodo (3,1-6.9-12):

En aquellos días, Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar a Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse.
Moisés se dijo: «Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza.»
Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: «Moisés, Moisés.»
Respondió él: «Aquí estoy.»
Dijo Dios: «No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.»
Y añadió: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.»
Moisés se tapó la cara, temeroso de ver a Dios.
El Señor le dijo: «El clamor de los israelitas ha llegado a mí, y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y ahora marcha, te envío al Faraón para que saques a mi pueblo, a los israelitas.»
Moisés replicó a Dios: «¿Quién soy yo para acudir al Faraón o para sacar a los israelitas de Egipto?»
Respondió Dios: «Yo estoy contigo; y ésta es la señal de que yo te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en esta montaña.»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 102,1-2.3-4.6-7

R/.
 El Señor es compasivo y misericordioso

Bendice, alma mía, al Señor, 
y todo mi ser a su santo nombre. 
Bendice, alma mía, al Señor, 
y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas 
y cura todas tus enfermedades; 
él rescata tu vida de la fosa 
y te colma de gracia y de ternura. R/.

El Señor hace justicia 
y defiende a todos los oprimidos; 
enseñó sus caminos a Moisés 
y sus hazañas a los hijos de Israel. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,25-27):

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto, nuestro vicario general
Miércoles de la XV semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
Después del episodio con el hebreo que le dio a entender que el asunto con el egipcio era ya de sobra conocido, Moisés se dio a la fuga y «se refugió en el país de Madián». Con ese nombre se designan las tribus nómadas que vivían al este y al sur del Palestina. Así se encuentra con el modo de los patriarcas, sus antepasados. Madián es también descendiente de Abraham (cf. Gen 25,2). Como Egipto dominaba el territorio de Canaán, Moisés eligió la península del Sinaí como lugar más seguro para poner distancia entre él y el Faraón. También allí defenderá a los oprimidos.
Al llegar a Madián, Moisés se sentó junto a un pozo, lugar de concurrencia de los pastores para abrevar sus rebaños, donde podía encontrar trabajo. Allí le tocó intervenir en defensa de unas mujeres contra unos pastores que pretendían excluirlas, y las ayudó a abrevar sus rebaños. Estas volvieron más temprano que de costumbre donde su padre, que era sacerdote de Madián, y, al explicarle que «un egipcio» había sido la razón de su pronto retorno, este las urgió a invitarlo a casa. Moisés se quedó a trabajar a su servicio y él le dio por esposa a su hija Séfora. Tuvieron un primer hijo, a quien él llamó con el nombre Gerson (גֵּרשֹׁם, «forastero aquí» de גֵּר, «forastero»). Muerto el Faraón (si era Seti I, estamos en el año 1290 a. C.), la opresión persistía, porque esta era estructural y sobrevivía al poderoso de turno. Dios decidió intervenir a favor de los oprimidos (cf. 2,16-25, omitido). Y llamó a Moisés para que participara con él en la liberación del pueblo. Eso es lo que se relata hoy. 
 
Exo 3,1-6.9-12.
Es recomendable no omitir vv. 7-8. Pastoreando los rebaños de su suegro, llegó al monte Horeb, «el monte de Dios (אֱלֹהִים)», que otras tradiciones identifican con el nombre de Sinaí. Y allí tiene una visión, recibe una revelación, y se le encarga una misión:
1. La visión. El ángel del Señor (יהוה) se le aparece como fuego que no consume, hecho que a él le parece llamativo. La expresión «el ángel del Señor» designa al Señor mismo, en cuanto se da a conocer. El Señor le pide que tome conciencia de que está pisando terreno sagrado (el monte de «Dios», lugar de culto para muchos). Esta escena se parece a aquella en donde Jacob tuvo la misma experiencia en el santuario de Betel (cf. Gen 28,11-22). La visión de Dios como un fuego que arde sin consumir se constituye en un acontecimiento decisivo para la vida de Moisés.
2. La revelación. El Señor se revela como el Dios de los «padres» de Moisés (Abrahán, Isaac y Jacob). Moisés se tapa la cara, temeroso de que ver a Dios le ocasione la muerte, y Dios le declara su decidido designio liberador y le revela que lo ha elegido para ser agente de esa liberación. Eso implica que la historia no le es indiferente y que no le es ajena la suerte de los pueblos, es decir:
a) Que ha visto la «miseria» de su pueblo, que ha escuchado sus quejas contra los opresores, y que se ha fijado en sus sufrimientos (v. 7, omitido). A diferencia de los ídolos, «que ven, ni oyen, ni entienden» (Dan 5,23; cf. Sal 115,5-7; 135,16-17), el Señor sí que «ve» (ראה), «escucha» (שׁמע) y «conoce» (ירע). Y, además, él es justo y ama la justicia, y no tolera la injusticia, por eso no es un mero espectador pasivo de los acontecimientos, sino que actúa a su manera.
b) Que ha bajado para liberarlos de los egipcios, para sacarlos de esa tierra de opresión y llevarlos a una tierra de libertad («espaciosa») y de vida («fértil …que mana leche y miel»), la tierra que le había prometido a Abrahán (v. 8, omitido). Su intervención en la historia humana se expresa con el verbo «bajar» para indicar su «condescendencia», es decir, la irrupción de lo divino en la esfera humana motivada por la bondad y con el solo propósito de hacer el bien.
c) Que él ha escuchado la queja de los oprimidos y le consta cómo los tiranizan los egipcios; es decir, ha comprobado que la queja es fundada. Entre el v. 7 y el v. 9 parece haber la diferencia que se da entre los alegatos y la sentencia en un juicio. El Señor condena al régimen egipcio por «tiranía» (u opresión) y decide intervenir a favor de las víctimas de dicha tiranía.
3. La misión. Dios entra en la historia respetando la libertad de las personas. Moisés fue enviado por el Señor («Y ahora ve…») al opresor («…te envío al Faraón») para liberar de la esclavitud a los oprimidos («…saca mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto»). No se da una intervención de carácter invasivo, sino consensual. Aun siendo el dueño de la creación y el señor de la historia, el Señor no avasalla su creatura ni trastorna los procesos históricos.
Moisés se dirige a Dios (אֱלֹהִים) objetando ser muy poca cosa para tamaña misión. Contrasta su figura con la del Faraón y se ve en desventaja para cumplir la tarea que Dios le encarga. Aún no entiende cómo pretende Dios realizar una obra de tal magnitud a través de él, que se considera impotente frente al poder que ostenta y ejerce el Faraón. Moisés conoce de primera mano cuál es el peso que tiene la figura del hombre que un pueblo entero considera hijo del Ra, la suprema divinidad egipcia, y que goza del respaldo de un ejército numeroso y bien pertrechado.
En respuesta, Dios le ofrece como garantía su respaldo («yo estoy contigo»), le da una señal de la autenticidad de su misión, que verá su éxito («…cuando saques el pueblo del Egipto»), y que en ese mismo monte él y el pueblo reconocerán la obra de Dios («…ustedes darán culto a Dios en este monte»). El respaldo de Dios requiere fe, ya que Moisés lo comprobará en el desarrollo de los acontecimientos; la «señal» requiere fe y esperanza, ya que será manifiesta cuando se hayan cumplido los hechos; y el culto a Dios requiere fe, esperanza y confianza.
 
Hasta ahora, Moisés había sentido indignación ética por la opresión de su gente. Ahora Dios lo hace partícipe de su propia reprobación a esa opresión y lo involucra en su propósito de liberar al pueblo de la misma. Él comprende que Dios actúa cuando se erradica la injusticia.
Para sintonizar con el Señor (יהוה) –el Dios de Abraham, Isaac y Jacob– es preciso rechazar la opresión y sentir pasión por la justicia y, por lo menos, abrigar la certeza de que Dios (en general: אֱלֹהִים) reprueba la opresión, oye el clamor de los oprimidos y se compromete con su causa para rescatarlos de esa opresión. Esto nos lleva a la convicción de que todos los que invocan a Dios –cualquiera que sea el nombre que le den– están invitados por él a oír el clamor de los excluidos y a eliminar la exclusión. No es legítimo invocar nombre alguno de Dios para excluir, oprimir o explotar al ser humano.
Nosotros, los que conocemos al Padre por medio del Hijo, estamos ciertos de que él no está de acuerdo con la opresión, y que su Hijo vino enviado por él «para destruir las obras del diablo» (cf. 1Jn 3,8): la mentira y la violencia. Celebramos esto en la eucaristía y nos comprometemos con una obra aún mayor que la de Moisés: la liberación de los oprimidos sin odio a los opresores.
Feliz miércoles.

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