La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-miércoles

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Fiesta de Santo Tomás, apóstol

Color litúrgico, rojo

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura de la carta a los Efesios (2,19-22):

Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 116

R/. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio

Alabad al Señor, todas las naciones, 
aclamadlo todos los pueblos. R/.

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,24-29):

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. 
Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» 
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. 
Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.» 
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» 
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» 
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto
3 de julio.
Fiesta de santo Tomás, apóstol.
 
El nombre Tomás es de origen arameo (תֹּאמָא), pero aparece más documentado el nombre en su equivalente griego (Δίδυμος). En arameo, como en hebreo y en griego, dicho nombre significa «gemelo». El discípulo al que se designa con este nombre –uno de los Doce– no figura de modo destacado en los sinópticos, pero sí en Juan, donde aparece como «mellizo» de la suerte de Jesús (cf. Jn 11,16): dispuesto a morir con él. Pertenece al grupo de los siete que presenciaron la tercera manifestación de Jesús resucitado (cf. Jn 21,2), pero que no estuvo presente en la primera (cf. Jn 20,24), y manifestó fuerte escepticismo antes de la segunda (texto de hoy). Dos apócrifos existen a su nombre, ambos son de corte gnóstico: «El evangelio de Tomás», donde aparece como el destinatario secreto de un mensaje reservado que Jesús les comunica a pocos, y «Los hechos apócrifos de Tomás», que narran su misión evangelizadora y su martirio en la India.
Tomás personifica en Juan la duda que en los sinópticos se atribuye a todos los demás discípulos (cf. Mt 28,17; Mc 16,11.14; Lc 24,36-43).
 
1. Primera lectura (Ef 2,19-22)
Dejando por sentado que el Espíritu es el vínculo común que reconcilia y acerca a judíos con paganos, y a todos con el Padre (cf. Ef 2,18), el autor describe en síntesis la nueva humanidad. El nuevo pueblo de Dios es multiétnico, es la «familia de Dios», nueva humanidad, formada por judíos y paganos, en donde ya no existen ni extranjeros ni advenedizos, porque todos tienen el mismo derecho de ciudadanía. El autor alude a dos estatutos en vigor en aquellas culturas: en el mundo civil, los «extranjeros» eran forasteros de paso; los «advenedizos», forasteros admitidos a convivir en la patria. Entre judíos, se distinguía entre los «hijos» nacidos del linaje de Abraham y los «prosélitos», paganos admitidos como simpatizantes de la fe judía.
En la Iglesia hay un solo estatuto, «conciudadanos» todos consagrados («santos») por el Espíritu de Dios, y, por tanto, todos miembros de la misma familia, «la familia de Dios». De la imagen de la familia pasa a la de la «casa» de Dios, cuyo fundamento es la fe propuesta por los apóstoles y profetas cristianos. Esta fe los une sobre la base de Jesús Mesías, que es como la «piedra angular» de un edificio. Las imágenes presentan a Jesús simultáneamente como fundamento y cúspide de una construcción, porque él es fundador y cabeza de la Iglesia.
El autor desarrolla enseguida esta imagen de la edificación y presenta la comunidad como una construcción viva, y de ella hace notar el dinamismo de su crecimiento y la solidez de su unidad («que se va levantando compacta»). Esa edificación es obra dinámica del Mesías y constituye «un templo consagrado por el Señor». De la «edificación» evoluciona al «templo» que está hecho de «piedras vivas», por lo que es capaz de crecer. También es obra del Mesías, por la consagración que de él proviene (la unción del Espíritu), que los paganos actuales y futuros se vayan integrando a esa construcción, y que el Espíritu los constituya «morada para Dios».
 
2. Evangelio (Jn 20,24-29).
Tomás había manifestado estar dispuesto a morir lapidado con Jesús (cf. Jn 11,8.16), pero no se ve dispuesto a vivir con él. Por alguna razón que no se explicita, ha abandonado el grupo, pero el grupo no lo abandona, y quiere hacerlo partícipe de la experiencia que ha tenido con el Señor resucitado. Tomás se resiste a aceptar el testimonio del grupo, exigiendo constataciones físicas de la resurrección, como declarando insuficientes las demostraciones de amor que Jesús dio, que son testimonios fehacientes del Espíritu de vida en él. En efecto, en respuesta al vinagre que le estrujaron en los labios, símbolo de odio, él respondió aceptando la muerte por amor y dando el Espíritu a la humanidad (cf. Jn 19,28-30). Luego, ante la lanzada en el costado, se dio la efusión de «sangre y agua», dos símbolos del Espíritu: la sangre, su muerte martirial, expresión suprema del amor «más grande» (cf. Jn 15,13), y el agua, el don del Espíritu para comunicar vida eterna (cf. Jn 7,37-39). El Espíritu venció el odio y la muerte. Pero Tomás no lo admite.
A pesar de su actitud arrogante y hostil, el grupo no lo rechaza, sino que lo incorpora y lo hace partícipe de su siguiente experiencia. Jesús se manifiesta «en el centro» del grupo, como su fuente de vida y vínculo de unidad. Es el día octavo (símbolo del mundo futuro): el grupo permanece en la historia, pero participa ya de la vida futura. Las puertas atrancadas, sin mención alguna de temor, muestran ahora la diferencia entre el grupo y «el mundo», que no puede percibir a Jesús porque no ama (cf. Jn 14,22-24). Como en la vez anterior (cf. Jn 20,21-23), al darles la paz Jesús los confirma en la misión en el mundo.
Después de la reunión, Jesús interpela a Tomás. En la ocasión anterior, les había mostrado las manos y el costado a los discípulos (cf. Jn 20,20) y ellos se llenaron de alegría por el triunfo de su vida. Ahora invita a Tomás a que compruebe por sí mismo ese triunfo, exhortándolo a que no se niegue a comprometerse en la fe, sino a permanecer fiel al amor. Tomás renuncia a hacer constataciones físicas, porque reconoce y declara las manifestaciones de amor que ha recibido, tanto del grupo como de Jesús en persona. Al llamarlo «Señor mío» lo declara su liberador, pues lo ha sacado de la tiniebla; al llamarlo «Dios mío» reconoce la identidad de Jesús con el Padre, y que Jesús vive por el Padre, y le está ofreciendo esa misma vida. Jesús le hace tomar conciencia a Tomás de que su exigencia ha sido desmedida, pero que ha sido ocasión para que se manifieste hasta dónde es capaz de llegar el amor salvador de Dios en su Hijo. Sigue siendo norma que la dicha está en la fe que se deja convencer por el amor, sin exigir otra prueba.
 
Tomás nació «gemelo», pero siguiendo a Jesús aprendió a ser «gemelo». La vocación cristiana es una invitación a descubrir el impulso de solidaridad que hay en cada ser humano y a encontrarle pleno sentido. Aprender a ser «gemelo» de Jesús es aprender a caminar al lado de otras personas compartiendo sus alegría y tristezas, éxitos y fracasos, dispuestos siempre a compartir. Tal calidad de amor nos permite superarnos a nosotros mismos e ir más allá de la mera sociabilidad.
Nuestras celebraciones eucarísticas están llamadas a ser manifestaciones del amor misionero de Jesús, ese amor que a nadie excluye, y que a todos da la oportunidad de experimentar el triunfo de la vida. Así se abre paso a la luz de la vida en la tiniebla del temor a la muerte. El testimonio de esa «luz de la vida» (cf. Jn 8,1) le da dinamismo misionero a la comunidad cristiana, lo que la hace crecer interiormente, por la adhesión más firme a Jesús, y exteriormente, por la producción del fruto, es decir, la incorporación de nuevos miembros y la creación de nuevas comunidades.
Encontrarnos con Jesús en el sacramento del pan vivo nos hace portadores de la buena noticia a los demás.
Feliz fiesta.

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