Lectura del santo evangelio según san Juan (17,11b-19):
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad.»
Palabra del Señor
Para realizar el designio de Dios y cumplir cabalmente la misión no es suficiente con ostentar el currículo de persona decente y honrada; tampoco bastan el trabajo esforzado y la disposición a darlo todo, incluso la propia vida (cf. 1Cor 13,3). Es necesaria la docilidad al Espíritu Santo por encima de los propios planes, por muy generosos que estos parezcan a los propios ojos, para dar la propia adhesión al designio de Dios. Muchos esfuerzos apostólicos son vanos por eso.
El evangelista expresa qué espera Jesús de sus discípulos y qué le pide al Padre para ellos:
• Espera que rompan con los valores del mundo y se mantengan unidos al Padre, y
• Pide que los consagre, como a él –con el don del Espíritu Santo– para que ellos se consagren al prolongar en el mundo su misión renovadora, liberadora y salvadora.
1. Primera lectura (Hch 20,28-38).
En realidad, la tercera parte del discurso de Pablo la reparte el leccionario entre ayer y hoy. Ayer se leyeron los versículos 25-27 y hoy se comienza con los versículos 28-31. A diferencia de la de Corinto, la comunidad de Éfeso está estructurada a la manera judía. El grupo del Espíritu Santo («nosotros») continúa desaparecido de la escena.
Proseguimos la tercera parte del discurso, en la que Pablo se despide de la comunidad. Declara él su seguridad de no volver a Asia, su inocencia con respecto del futuro de todos porque ha anunciado íntegro del proyecto de Dios. Primero pone el «rebaño» en manos de los responsables, a quienes el Espíritu Santo ha puesto como guardianes y pastores; pero, enseguida, pensando en la posibilidad de los falsos profetas («lobos»), decide hacerles recomendaciones a dichos pastores, previniéndolos contra esos falsos profetas, tanto de fuera como de dentro.
En la cuarta parte encomienda la comunidad a Dios, que puede garantizar su futuro. Como está haciendo una colecta, manifiesta carecer de ambiciones de riquezas, y exhorta al trabajo solidario citando un «dicho» de Jesús que no figura en los escritos de los evangelistas. No obstante, ese es un dicho considerado auténtico del Señor.
Por último, Pablo se despide muy emotivamente, pero no hay reacción alguna por parte de los responsables de la comunidad de Éfeso, la comunidad cuyos profetas se oponían a ese viaje de Pablo a Jerusalén. Es como si los «responsables» de la comunidad de Éfeso no estuvieran allí, lo mismo que tampoco se percibe la presencia del grupo del Espíritu («nosotros»). La impresión que queda es que hay mucha efusión del sentimiento, pero casi ningún discernimiento espiritual. No hay quien se oponga a que Pablo haga ese viaje que el Espíritu Santo, por medio de profetas cristianos, ha venido desaconsejando. Pablo insiste en realizar la misión a su manera y no según le indica el Espíritu. Por eso aparece sin el apoyo de la comunidad, que se muestra con la ausencia del grupo del Espíritu («nosotros»).
2. Evangelio (Jn 17,11b-19).
El Padre, santo y santificador, por medio del Espíritu saca a los discípulos del mundo y los une a sí mismo para introducirlos en su reino, en donde forman un todo por la unidad en el amor, como la de Jesús con él, ellos dan testimonio de la alternativa de Jesús.
Mientras Jesús estaba con ellos, él los mantuvo unidos al Padre. Solo uno se resistió al amor y se perdió. Pero, cuando él parta, ellos requerirán un apoyo, y ese se los dará la alegría de Jesús, que es la alegría del fruto (cf. Jn 15,11), o sea, la dicha de ver realizado el designio divino en la historia humana, dicha que los conduce a su realización personal, y conduce la historia a su meta.
Jesús ruega por ellos porque, tras haber escuchado y aceptado su mensaje, se han «salido» del mundo, y, por eso, el mundo los odia. Pero esta «salida» (éxodo) no es local, sino espiritual; ellos permanecen en el mundo, y están acechados por él y expuestos a su influjo. Ese influjo los puede pervertir, por eso ahora él llama «el Perverso» (ὁ πονηρός) al que antes había sido llamado «el Enemigo» (Jn 13,2), «Satanás» (Jn 13,27), el inspirador del modo de actuar propio del mundo. Ceder a la ambición egoísta llevaría a los discípulos a volverse cómplices del «pecado del mundo» (opresión, explotación y humillación del hombre). Sería convertirse en traidores como Judas.
Tanto él como los suyos han roto con el mundo para convertirse en alternativa. Por eso le pide al Padre que los «consagre» (o santifique) como lo consagró a él para la misión (cf. Jn 10,36). Y dicha consagración se realiza por el Espíritu Santo y santificador, que consagra en la realidad (o «verdad») misma de Dios, que es su amor universal, gratuito y fiel. Cada discípulo lleva a término su consagración, como él lo hace, por la entrega libre de sí mismo hasta la muerte, muerte que hace visible el Espíritu («la gloria») y hace posible la consagración de los discípulos.
La «santidad» cristiana consiste en una «consagración» que se manifiesta de dos maneras:
1. Por la fe dada a Jesús, el ser humano acepta el amor de Dios manifestado en la cruz, «se deja» amar y perdonar por ese amor, y, en respuesta a esa aceptación, el Padre y el Hijo le manifiestan su amor dándole el Espíritu Santo. Así el ser humano «entra» en la esfera divina (en «el reino de Dios»), es decir, es «consagrado» por el Padre, quien lo hace «hijo» como Jesús, y así comienza a vivir y a convivir de una manera radicalmente nueva, impulsado por el Espíritu Santo.
2. Esa vida nueva que impulsa a convivir también de una nueva manera, no se detiene en el mero respeto por los otros, sino que «se da» a sí mismo con la libertad de amar que desata el Espíritu. Y entonces el ser humano desarrolla su libertad siendo cada vez más desprendido y generoso en sus relaciones de convivencia, dedicando su vida al servicio de los demás, es decir, «se consagra» al servicio de la humanidad amando como Jesús. Y así es como se configura con él.
Jesús le pide al Padre que capacite a los discípulos con el don del Espíritu para que ellos realicen y prolonguen en el mundo su entrega de amor. Esto es lo que conmemoramos en la celebración de la eucaristía, y es a lo que cada uno se compromete al comer el pan y beber de la copa a la mesa del Señor.
Feliz miércoles.
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