La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-martes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Martes de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario. Año I

Santa Teresita del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia
Memoria obligatoria
Color blanco

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (1,16-25):

Yo no me avergüenzo del Evangelio; es fuerza de salvación de Dios para todo el que cree, primero para el judío, pero también para el griego. Porque en él se revela la justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la Escritura: «El justo vivirá por su fe.» Desde el cielo Dios revela su reprobación de toda impiedad e injusticia de los hombres que tienen la verdad prisionera de la injusticia. Porque, lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista; Dios mismo se lo ha puesto delante. Desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles, su poder eterno y su divinidad, son visibles para la mente que penetra en sus obras. Realmente no tienen disculpa, porque, conociendo a Dios, no le han dado la gloria y las gracias que Dios se merecía, al contrario, su razonar acabó en vaciedades, y su mente insensata se sumergió en tinieblas. Alardeando de sabios, resultaron unos necios que cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles. Por esa razón, abandonándolos a los deseos de su corazón, los ha entregado Dios a la inmoralidad, con la que degradan ellos mismos sus propios cuerpos; por haber cambiado al Dios verdadero por uno falso, adorando y dando culto a la criatura en vez de al Creador. ¡Bendito él por siempre! Amén.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 18,2-3.4-5

R/.
 El cielo proclama la gloria de Dios

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. R/.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,37-41):

En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo lo invitó a comer a su casa. Él entró y se puso a la mesa.
Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer, el Señor le dijo: «Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo.»

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
Martes de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
En lugar de la acostumbrada acción de gracias después del saludo –que tiene un tono bastante personal en las cartas a las iglesias por él fundadas, excepto las de Galacia–, Pablo hace una acción de gracias al mismo tiempo «pastoral» y «respetuosa», puesto que él no es el fundador de esta comunidad. Su culto a Dios, con todo y no ser ritual, es profundamente interior, pero se vuelca hacia el exterior por la evangelización. Su oración, en la cual incluye a los romanos, está en función de la misión. Su interés por conocer la comunidad destinataria de la carta no es otro que el de continuar su tarea evangelizadora, que él considera un deber voluntario.
Después de la introducción, Pablo declaró su gratitud a Dios por la comunidad de Roma, cuya fe –afirmó– se ponderaba «en el mundo entero»; y a los romanos les aseguró que oraba siempre por ellos y que deseaba ir a verlos en busca de la edificación recíproca, la de él y la de ellos. Les hizo saber también que desde hacía ya mucho tiempo tenía el propósito de ir a visitarlos, pero –hasta el momento de escribirles– ese propósito se ha quedado en deseo a causa de obstáculos que se le han presentado. Se siente en deuda con todos («con griegos y extranjeros, con instruidos e ignorantes»), y esa razón lo impulsa a proponerles también a ellos la buena noticia (vv. 8-15: omitidos por el leccionario).
 
Rom 1,16-25.
1. El Evangelio.
El «evangelio» –palabra española que procede de dos palabras griegas– es «la buena noticia». Esta raíz no es frecuente en la versión griega del Antiguo Testamento (LXX: Isa 52,7; 61,1: εὐαγγέλιον), y corresponde a un término hebreo (בְּשֹׂרָה) con connotaciones precisas. Se trata de la «buena noticia» que Dios anuncia por medio de Jesús (en persona, con obras y palabras), y que así realiza las profecías que anunciaban el cumplimiento de su promesa. Es «buena» en el sentido de que entraña una experiencia grata; es «noticia» en el sentido de que contiene un mensaje que devela el sentido de dicha experiencia.
La evangelización no se apoya en fuerza humana alguna sino en la fuerza de Dios. La tarea que Pablo tiene por delante es difícil: anunciar la buena noticia en una cultura pagana ilustrada y arraigada. El mundo pagano «occidental» (de Grecia hacia Italia) se sentía orgulloso de sus conquistas en el campo del pensamiento («filosofía») y de la comunicación («retórica»), y no era para menos. Por «filosofía» no se entendía, como hoy, un saber meramente especulativo, sino a la vez teórico-racional y práctico-operativo. Por «retórica» no se entendía solo el hablar correcto y elegante, sino también argumentativo y convincente. Pero Pablo no se acobarda, porque la buena noticia es «fuerza de Dios para salvar a todo el que cree», mucho más que un elocuente discurso humano. Y esta buena noticia está destinada a toda la humanidad, para que le dé su adhesión a la persona de Jesús, se comprometa con su obra, y anuncie con ardor su mensaje, comenzando por los judíos, que eran los depositarios de las promesas. Por medio del Evangelio Dios da a conocer que les concede «una amnistía» (δικαιοσύνη) a los injustos «única y exclusivamente por la fe» (ἐκ πίστεως εἰς πίστιν), según lo anunciado por el profeta: «el que se rehabilita por la fe, vivirá» (Hab 2,4). El objetivo, pues, es hacer que el ser humano viva, y esta infusión de vida se da por la buena noticia que, aceptada con fe, transmite el don del Espíritu de amor y de vida que procede de Dios.
La fuerza que tiene la «buena noticia» no se encuentra en las filosofías ni en la retórica de los paganos, porque la buena noticia no depende de la habilidad persuasiva de un hombre, ni de la destreza oratoria con la que la engalane; es «fuerza de Dios» (δύναμις θεοῦ), otra manera de referirse al Espíritu Santo. Quien tiene el Espíritu está capacitado para anunciar la buena noticia, aunque no transmita saber estimado por «los hombres» ni tenga formación retórica.
2. Los paganos.
Esta buena noticia supone la reprobación («cólera» o «ira») de Dios respecto de la «impiedad» y la «injusticia» humana. La «impiedad» daña la relación con Dios; la «injusticia», las relaciones humanas. La «cólera» o «ira» implica que Dios manifiesta su desacuerdo. Como se pensaba a la sazón que Dios se manifestaba en desacuerdo castigando, se consideraba que la «colera» o «ira» de Dios consistía en castigos que él enviaba. Cuando se observa detenidamente, lo que se entiende por «castigos», se advierte que se trata de las consecuencias de las acciones libres de «los hombres», individual o colectivamente. Así se desprende del análisis hecho a lo que explica Pablo como «impiedad» e «injusticia».
a) La impiedad. «Lo que puede conocerse de Dios» salta a la vista: el mundo visible hace patente la realidad invisible de Dios, siempre y cuando se reflexione sobre sus obras como tales, como obras suyas. Lo opuesto sería considerar las creaturas como seres divinos. En eso se cifra la «impiedad», que se concreta en la idolatría; esta es resultado de razonamientos vacíos de una mente insensata y obcecada. Por eso, alardeando de sabios se portaron como insensatos al confundir las creaturas con el Creador.
b) La injusticia. Como consecuencia, al alejarse de Dios extraviaron y frustraron su vida y degradaron sus personas, por haber sustituido al Dios verdadero por uno falso. Aquí Pablo aplica al mundo pagano la advertencia hecha por el Señor al pueblo antiguo respecto de la idolatría: cambiarlo por los ídolos a él, el Dios liberador y salvador, produce la corrupción y la degradación de las relaciones humanas y de las relaciones sociales. Pero la formula usando un lenguaje arcaico, que sí es conocido por los destinatarios de la carta: Dios aparece como autor de las desgracias que acontecen como secuela de la deslealtad entre «los hombres».
 
El evangelio es fuerza liberadora y salvadora de Dios para una humanidad prisionera de sus distintas formas de idolatría práctica y de las autodestructivas conductas que se derivan de esa idolatría. Nosotros estamos llamados a dar testimonio del evangelio sin acobardarnos, porque –a pesar de sus resistencias– la humanidad injusta siente necesidad de ser rescatada del sinsentido. «Los hombres» no tienen necesidad de reproches ni censuras, en eso viven la mayor parte de sus vidas; lo que necesitan es el anuncio de esta buena noticia que es amnistía de Dios, gratuitamente concedida a quienes se fíen de Jesús y lo sigan.
La buena noticia no necesita de nuestras habilidades para sugestionar o manipular personas; y, aunque sean ayudas apropiadas para extender el alcance del mensaje, los recursos técnicos de los modernos sistemas de comunicación jamás podrán sustituir la «fuerza de Dios» que el Espíritu Santo infunde (su amor renovador, liberador y salvador) ni podrán jamás capacitar para amar con el mismo amor con el que nos hemos sentido amados por Dios.
En la eucaristía escuchamos el mensaje y recibimos la fuerza que necesitamos. El mundo que padece nos espera aun sin saberlo. No le fallemos ni a Dios ni a «los hombres» que sufren.
Feliz martes.

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