Lectura del santo evangelio según san Lucas (8,16-18):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz. Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público. A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.»
Palabra del Señor
Lunes de la XXV semana del Tiempo Ordinario. Año I.
En las próximas tres semanas volveremos al AT, al período posterior al exilio, y leeremos los pasajes más significativos del final de la historia del Cronista (Esdras y Nehemías) intercalados con oráculos de dos profetas posteriores al exilio (Ageo y Zacarías), para luego continuar con otros de esos mismos (Baruc, Jonás, Malaquías y Joel). En la semana XXVIII retornaremos al NT. Los libros de Esdras y Nehemías eran un solo libro incorporado a la obra del Cronista. Posteriormente, Esdras fue separado y colocado, en la Biblia hebrea, antes de Crónicas, dividido en dos (primero y segundo Esdras); después el segundo recibe el nombre de Nehemías. Pero, como la versión de los LXX tenía un apócrifo griego de Esdras (al cual llamó 1Esdras), añadió este como 2Esdras. En la época cristiana este último (2Esdras) fue dividido en dos (lo mismo hizo la Vulgata), de manera que 1Esdras es el que hoy llamamos Esdras; 2Esdras, el que hoy llamamos Nehemías; y 3Esdras llama la Vulgata al apócrifo de Esdras. Esta nomenclatura hay que tenerla clara para cuando encontremos citas de esos libros. Por supuesto, 3Esdras no aparece en las Biblias que manejamos actualmente, porque no quedó en el canon.
Después de conquistar a Babilonia (otoño del 539 a.C.), Ciro mostró tolerancia religiosa, porque quería presentarse más como liberador que como conquistador. Al comenzar su primer año de reinado sobre el imperio conquistado (marzo-abril del 538), el narrador anuncia que Ciro cumple una profecía de Jeremías. Este predijo el fin de la cautividad después de 70 años, en números redondos, a contar del año 606 (cf. Jr 25,11-12; 29,10); en Jr 31,38 se anuncia la reconstrucción de Jerusalén, y en Is 44,28 y 45,1-6 Ciro, llamado «pastor» y «ungido» del Señor, es el encargado por él para rescatar el pueblo de su cautividad y el designado para reconstruir el templo y regir los pueblos de la tierra.
Los judíos llaman «primer templo» al que construyó Salomón, «segundo templo» al que levantó Zorobabel, jefe civil de los repatriados y, aunque el templo que levantó Herodes se hizo famoso por su esplendor, los judíos nunca lo llamaron «tercer templo»; cuando mucho, lo consideraron como reparaciones del que había reconstruido Zorobabel.
Esd 1,1-6.
Comienza una nueva época. El panorama internacional está reconfigurado: un nuevo imperio ocupa el lugar de Asiria y Babilonia. Israel comienza una nueva etapa, el judaísmo. En adelante, los israelitas serán solo los judíos. Se abre un siglo de historia que será testigo de los tres grandes fenómenos más controvertidos de la historia judía: la secta bautizante de Qumrán y semejantes, las dos grandes corrientes de pensamiento representadas por los maestros Hillel y Shammai, y el surgimiento de Jesús y, después de él, Pablo.
Esta nueva época comienza con una medida administrativa de Ciro, rey de Persia, que aparece como ejecutor de los designios del Señor anunciados hacía setenta años por el profeta Jeremías. Hay dos formas de notificación: una proclamación oral y un decreto escrito. Los persas le daban culto a «los dioses de los cielos». Sin duda, Ciro los invoca como determinadores del poder real que ostenta e inspiradores de la obra que él emprende de reconstruir el templo de Jerusalén, pero el autor, al singularizar, responsabiliza explícitamente al Señor, Dios de Israel. Ahora se dan unos cambios: ya no se hablará más de Israel, sino de Judá; ya no habrá rey al frente del pueblo, sino sacerdote; ya los profetas no anunciarán profecías, sino la era definitiva.
Desde la perspectiva persa, se habla de «el Señor, Dios de Israel, el Dios que habita en Jerusalén» (v.3). Esta designación muestra, al mismo tiempo, tolerancia religiosa y distancia. Como lo había hecho con Egipto, Ciro no entra en controversias religiosas ni lleva afanes proselitistas, pretende diferenciarse de los babilonios, que oprimieron a los judíos.
El «resto» de supervivientes (cf. 9,8.13-15; Neh 1,2) fue preservado por Dios, y desde Ez 6,8-10 es una designación técnica de los deportados de Babilonia (cf. Is 4,3). El «resto» que quedó, los judíos supervivientes, serán apoyados por los residentes del lugar con plata, oro, bienes y ganados (eso es lo ordenado por edicto). Además, las ofrendas generosas (que son las recomendadas por el edicto) para la obra de la reconstrucción del «templo del Dios de Jerusalén».
El redactor permite entrever que no todos los judíos se entusiasmaron con la iniciativa, puesto que dice que «todos los que se sintieron movidos por Dios… se pusieron en marcha y subieron a reedificar el templo de Jerusalén», que –de hecho–no fueron todos los deportados. Como era de esperar, dado que las diez tribus del Reino del Norte prácticamente desaparecieron cuando la invasión asiria, aquí solo se hace mención de las dos tribus del sur: Judá y Benjamín. Los levitas, poco numerosos después del retorno, no parecen entusiasmados con el hecho (cf. Esd 8,15), ya que, según Ezequiel (44,10-14), su función era bastante poco considerada.
También notifica el autor que los vecinos les proporcionaron lo que el decreto ordenaba y lo que recomendaba. El retorno se presenta como una renovación del éxodo porque, además de la vuelta a la tierra de la promesa, se mencionan los objetos de plata y oro (cf. Exo 3,21-22; 11,2; 12,35-36), pero ahora no hay mención alguna de despojo, sino regalos y ofrendas voluntarias.
El retorno de los judíos a Judá, y particularmente a Jerusalén, es considerado por ellos como una actualización del éxodo liberador. Sin embargo, aquí no hay forcejeo de Dios con el tirano, sino convergencia de voluntades. Seguramente a Ciro lo mueven intereses de Estado: la repatriación de los deportados no solo le aseguraba su gratitud y lealtad, sino también la seguridad del reino en su periferia, que era el territorio de los judíos. Por otro lado, los reyes persas no privilegiaban el proselitismo religioso, por el contrario, consideraban el respeto a las religiones de los pueblos conquistados como un elemento para mantener la paz en todo su imperio.
Pero es evidente que los judíos vieron en estas convergencias la mano liberadora y salvadora del Señor, y entendieron que –aunque se trataba de una reafirmación del éxodo– la historia no estaba repitiéndose. Ciro no era el faraón. Esto les permitió ver a los paganos desde una óptica nueva, aunque no significara una notable apertura hacia ellos ni, mucho menos, voluntad de integrarlos.
Las promesas del Señor se cumplen no solo a pesar de las oposiciones, sino también contando con la cooperación libre y voluntaria de los que no creen en él, pero cuyos intereses convergen con el designio divino, indicio de que, a veces, «los hombres» no están lejos del reino de Dios.
Por eso es importante apreciar los valores humanos que nos acercan, y no insistir demasiado en lo que nos separa (cf. Fil 4,8), ya que esos valores son verdadera preparación para el anuncio de la buena noticia.
Esa apertura la aprendemos del amor universal manifestado en Jesucristo, que conmemoramos en la eucaristía y con el cual comulgamos.
Feliz lunes.
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