La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-lunes

Foto de Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Lunes de la XIV semana del Tiempo Ordinario. Año I

Color litúrgico, verde

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro del Génesis (28,10-22a):

 

En aquellos días, Jacob salió de Berseba en dirección a Jarán. Casualmente llegó a un lugar y se quedó allí a pernoctar, porque ya se había puesto el sol. Cogió de allí mismo una piedra, se la colocó a guisa de almohada y se echó a dormir en aquel lugar. Y tuvo un sueño: Una escalinata apoyada en la tierra con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella. 
El Señor estaba en pie sobre ella y dijo: «Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra sobre la que estás acostado, te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra, y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur; y todas las naciones del mundo se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo; yo te guardaré dondequiera que vayas, y te volveré a esta tierra y no te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido.» 
Cuando Jacob despertó, dijo: «Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía.» 
Y, sobrecogido, añadió: «Qué terrible es este lugar; no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo.»
Jacob se levantó de madrugada, tomó la piedra que le había servido de almohada, la levantó como estela y derramó aceite por encima. Y llamó a aquel lugar «Casa de Dios»; antes la ciudad se llamaba Luz.
Jacob hizo un voto, diciendo: «Si Dios está conmigo y me guarda en el camino que estoy haciendo, si me da pan para comer y vestidos para cubrirme, si vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios, y esta piedra que he levantado como estela será una casa de Dios.» 

Palabra de Dios

Salmo

Sal 90,1-2.3-4.14-15ab

 

R/. Dios mío, confío en ti

Tú que habitas al amparo del Altísimo, 
que vives a la sombra del Omnipotente, 
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, 
Dios mío, confío en ti.» R/.

Él te librará de la red del cazador, 
de la peste funesta. 
Te cubrirá con sus plumas, 
bajo sus alas te refugiarás. R/. 

«Se puso junto a mí: lo libraré; 
lo protegeré porque conoce mi nombre, 
me invocará y lo escucharé. 
Con él estaré en la tribulación.» R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,18-26):

 

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.» 
Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría. 
Jesús se volvió y, al verla, le dijo: «¡Animo, hija! Tu fe te ha curado.» 
Y en aquel momento quedó curada la mujer. 
Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: «¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.» 
Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

Lunes de la XIV semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
Comienza el ciclo de Jacob. Una vez descubierta la traición de Jacob, Isaac dio a su hijo Esaú una bendición subordinada que no logró apaciguar el rencor que este sentía contra su hermano; al contrario, maquinó matarlo después de la muerte de su padre. Nuevamente Rebeca intervino aconsejándole a Jacob fugarse para refugiarse en Harán, en casa de Labán, hermano de Rebeca, en espera de que Esaú depusiera su ira. Según las costumbres vigentes, si un hermano mataba al otro, el fratricida debía ser expulsado de la familia. Por eso, Rebeca temía perder sus dos hijos el mismo día (cf. Gn 27,43). Así que le hizo una propuesta a Isaac: dado que las mujeres hititas que desposó Esaú eran un problema para ambos, le propuso enviar a Jacob a buscar mujer entre su parentela por la línea materna. E Isaac aceptó esa propuesta (cf. Gn 27,30-46, omitido).
El relato propuesto para hoy se fecha después de esos hechos, y se sitúa en un «lugar» antes de la salida de Jacob de Canaán, en el centro geográfico del país. Se dispone a abandonar la tierra prometida, pero esto no lo separará del Dios de la promesa. El Señor mismo se lo asegurará.
 
Gen 28,10-22a.
Como si lo narrado en el capítulo 27 no hubiera enturbiado las relaciones de Isaac con Jacob, el padre envió tranquilamente al hijo a la parentela de Rebeca tras darle su bendición. La reacción de Esaú también parece ajena al rencor antes mencionado (cf. Gen 27,41), ya que decidió buscarse mujer entre las hijas de Ismael, dado que había comprendido que las cananeas no eran del agrado de su padre Isaac (cf. Gen 28,1-9, omitido). Antes había llamado «hititas» (o «hijas de Het») a las que ahora llama «cananeas» (o «hijas de Canaán»: cf. Gen 27,46 con 28,1).
La partida de Jacob se narra sin entrar en detalles, pero la mención de que su viaje era motivado por la obediencia a su padre (cf. Gen 28,7) es una manera de subrayar la dimensión teológica del hecho. A continuación, se narra el viaje de Jacob, con especial mención de que pernoctó en Betel y del sueño que allí tuvo, que se constituye en una verdadera revelación.
El punto de partida del viaje es Berseba, lo que lo conecta con el lugar de residencia de Isaac (cf. Gen 26,23.33), y se anuncia que el de llegada es Jarán (cf. Gen 29,4). A mitad de camino, pernoctó en determinado «lugar». El término «lugar», (מָקוֹם) se repite cinco veces, y tiene sentido cultual. Inicialmente, Betel era un santuario cananeo, en donde se daba culto a una divinidad con dicho nombre, santuario que fue conocido por los patriarcas. Después de la conquista, pasó a ser uno de los santuarios israelitas (cf. Jue 20,18.26-28; 21,2). A consecuencia del cisma del 922, pasó a ser uno de los principales santuarios del reino del Norte (cf. 1Rey 12,26-33) y en ocasión para el sincretismo religioso (cf. Amo 4,4), por lo que el rey Josías lo destruyó (cf. 2Rey 23,15).
Recostada su cabeza sobre una piedra del «lugar», tuvo un «sueño». El «sueño» es una manera de referirse a una experiencia de revelación divina afirmando al mismo tiempo la trascendencia de Dios. Jacob soñó con una rampa que unía el cielo con la tierra, por la que transitaban mensajeros de Dios (אֱלֹהִים), y encima de la cual estaba el Señor (יהוה), quien se le manifestó como «Dios de Abraham y de tu padre Isaac» para renovarle la promesa de la tierra, de la descendencia numerosa y de la bendición universal a través suyo. En relación con el viaje, le garantizó su compañía y le prometió traerlo de regreso al país de donde partía. La presencia de los ángeles o mensajeros de Dios tiene la finalidad de establecer distancia entre «Dios» (אֱלֹהִים) y los hombres; en cambio, la presencia del «Señor» hace innecesaria la mención de los «mensajeros», porque él se dirige de un modo personal a Jacob, sin intermediarios.
La reacción de Jacob fue un reconocimiento. Betel era nombre de una divinidad cananea, y dicho «lugar» era un santuario pagano. Lo que Jacob descubre es que no es esa divinidad la que está en dicho «lugar», sino el Señor, en mitad del territorio cananeo. Lo invadió un temor religioso, pues estaba en un lugar «terrible», o «santo» (cf. Ex 3,5; 19,12), es decir, propiedad de Dios e ingreso a la morada celeste. En consecuencia, al levantarse «consagró» el «lugar» como advertencia de su singularidad. El autor le atribuye a Jacob el cambio del nombre del lugar; anteriormente tuvo el nombre de «Almendrales» (לוּז), después se llamó Betel («Casa de Dios»). Según otro testimonio (cf. Jos 16,2), «Almendrales» estaba cerca de Betel, eran dos localidades distintas.
Finalmente, Jacob pronunció un voto que contiene unas condiciones (usuales en los votos, cf. Jue 11,30-31; 1Sam 1,11): si la compañía y providencia de la divinidad (אֱלֹהִים) se hacían efectivas, y si regresaba sano y salvo a la «casa» de su padre, el Señor (יהוה) sería su Dios, y él le erigiría una «casa» a Dios en ese mismo lugar. Se advierte el cuidado puesto por el redactor final en evitar la identificación del culto de Jacob con el antiguo culto cananeo, por lo que aparece la precisión de que «el Señor será mi Dios». Jacob rinde culto al Dios de Abraham, no al de los cananeos.
La promesa del diezmo (omitida) parece añadida mucho después (por el paso de la tercera a la segunda persona), quizá teniendo en cuenta una costumbre posterior (cf. Am 4,4).
 
La generosidad del Señor, Dios de Abraham e Isaac, no conoce límites. Jacob descubre que, en donde los otros pueblos adoraban sus ídolos, quien verdaderamente estaba presente y actuante era el Señor. Y así como él no lo sabía, tampoco lo sabían los cananeos. Si él llego a enterarse, no fue por méritos propios, sino por revelación del Señor, quien allí se le manifestó y le aseguró las promesas hechas a su antepasado Abraham y a su padre Isaac. Allí donde los hombres adoran ídolos, el creyente en el verdadero Dios puede tomar pie para dar testimonio sereno de su fe, sin fanatismos ni inútiles enfrentamientos, con tolerancia, que es muestra de humanidad.
El voto-promesa de Jacob es respuesta a la promesa reiterada del Señor. Pero hay una diferencia: El Señor promete gratis, sin pedir nada a cambio; Jacob condiciona su voto a la comprobación de la fidelidad del Señor.
El cristiano siente que ha sido amado «primero», es decir, que el Padre tomó la iniciativa, porque envió a su Hijo y nos mostró su amor antes de que nosotros fuéramos capaces de corresponderle. Él nos liberó de la cautividad que nos impedía amar y nos capacitó para amar en respuesta a su amor (nos enamoró). Y nos renueva permanentemente ese amor.
Cuando celebramos la cena del Señor, verificamos ese amor gratuito y fiel que siempre se nos da. Nuestro compromiso –«con-promesa»: correspondencia a su promesa cumplida–, es amar como hemos sido amados.
Feliz lunes.

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