La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-lunes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Palabra del día

Lunes de la primera semana de Adviento. Año III

Color morado

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías (2,1-5):

VISIÓN de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén.
En los días futuros estará firme
el monte de la casa del Señor,
en la cumbre de las montañas,
más elevado que las colinas.
Hacia él confluirán todas las naciones,
caminarán pueblos numerosos y dirán:
«Venid, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob.
Él nos instruirá en sus caminos
y marcharemos por sus sendas;
porque de Sión saldrá la ley,
la palabra del Señor de Jerusalén».
Juzgará entre las naciones,
será árbitro de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados,
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob, venid;
caminemos a la luz del Señor.

Palabra de Dios

PRIMERA LECTURA (opcional para el año A) Is 4, 2-6

Lectura del libro de Isaías.

AQUEL día, el vástago del Señor será el esplendor y la gloria, y el fruto del país será orgullo y ornamento para los redimidos de Israel.
A los que queden en Sion y al resto de Jerusalén
los llamarán santos: todos los que en Jerusalén están inscritos para la vida.
Cuando el Señor haya lavado la impureza de las hijas de Sion
y purificado la sangre derramada en Jerusalén,
con viento justiciero, con un soplo ardiente,
creará el Señor sobre toda la extensión del monte Sion y sobre su asamblea
una nube de día, un humo y un resplandor de fuego llameante de noche.
Y por encimo, la glora será un baldaquino
y una tienda, sombra en la canícula,
refugio y abrigo de la tempestad y de la lluvia.

Palabra de Dios.

Salmo

Sal 121,1-2.4-5.6-7.8-9

R/. Vamos alegres a la casa del Señor.

V/. ¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.

V/. Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. R/.

V/. Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R/.

V/. Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios». R/.

V/. Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,5-11):

EN aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
Le contestó:
«Voy yo a curarlo».
Pero el centurión le replicó:
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; a mi criado: «Haz esto», y lo hace».
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:
«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».

Palabra del Señor


Reflexión de la Palabra

Lunes de la I semana de Adviento.

Las lecturas diarias de este tiempo están coordinadas en función del mensaje propio del mismo y siguiendo el esquema promesa-cumplimiento. Como mensaje de fondo, habrá que subrayar el cambio que se da: ya no se trata de buscar a Dios, sino de dejarse encontrar por él. Nosotros no «vamos a buscar a Dios», como en la religión, sino que el Señor «viene»: ese es el mensaje de la fe; solo hay que prepararle el camino.
Las lecturas de la primera semana anuncian mensajes que alientan la esperanza de una mejor vida personal y de una más armoniosa convivencia social, y denuncian los hechos y los mensajes que se oponen a esa esperanza.
Este día tiene dos opciones para la primera lectura, dado que la que se propone en primer lugar se lee como primera del I domingo en el ciclo A, con el fin de no repetirla enseguida. El mensaje es el de la paz o salvación universal.

1. Primera lectura: promesa (Is 2,1-5).
La mirada iluminada del profeta descubre la misión universal del pueblo y de la ciudad santa, que se convertirá en polo de atracción para «las naciones», excluidas hasta ese momento. En la visión, «el monte de la casa del Señor» descuella sobre las colinas; como los santuarios se edificaban en la cima de los montes, esto significa que la fe israelita en el Señor sobresaldrá por encima de otra fe religiosa y prevalecerá sobre todas ellas («encumbrado sobre los montes»).
La visión de Isaías se enfoca a continuación en una numerosa peregrinación internacional («hacia él confluirán las naciones») en la que «pueblos numerosos» afluyen al templo cantando salmos de ascensión («subamos al monte del Señor») y reconocerán al Señor («Dios de Jacob»), el Dios de las promesas. Se dejarán enseñar por él en el buen vivir y convivir («él nos instruirá en sus caminos»), y se dejarán guiar por él («marcharemos por sus sendas») reconociendo también su Ley, lo que implica un pacto o alianza con él.
Así, él cambiará las relaciones internacionales («será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos»). El ingenio hasta entonces dedicado a la fabricación de armas se pondrá al servicio de la forja de herramientas de trabajo («de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas»): hombres de guerra, entregados a despojar a otros, se convierten en hombres laboriosos, que con su trabajo construyen bienestar al mismo tiempo que excluyen la violencia («no alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra»): las naciones renuncian a la guerra y se dedican a la construcción de la paz.
Para eso es necesario que el pueblo de Dios dé testimonio de fe; eso significa para él «caminar a la luz del Señor». No hay misión sin fe.

1. Primera lectura: promesa (Is 4,2-6).
Se trata de un oráculo de restauración leído en clave mesiánica, porque su tiempo («aquel día») es indefinido. En efecto, «el vástago del Señor» está en paralelo con «el fruto del país», alusión probable a la prosperidad que seguirá a la catástrofe general, prosperidad descrita en los términos convencionales para hablar de la dicha de los tiempos mesiánicos (cf. Am 9,13; Is 61,11; Sl 72,16). La perspectiva del profeta se extiende así mismo al renacimiento del pueblo que, reducido a un «resto», se convertirá en el germen de un futuro glorioso.
El «vástago del Señor» evoca un título asignado al hijo de Jesé (cf. Is 11,1), David, rey y figura del Mesías (cf. Jr 23,5; 33,15; Zac 3,8; 6,12). Este se constituirá en el orgullo nativo del país, en honor y ornato para los que sobrevivan a la destrucción, para el «resto», que quedará en Jerusalén y que volverá a llamarse pueblo «santo», y será censado como población realmente viva, porque viven en presencia del Señor («los vivos»).
Pero primero hay que lavar una inmundicia, comparada con la sangre menstrual: es impura por ser menstrual; es criminal por haber sido derramada en Jerusalén. Esta ablución se hará por un «viento justiciero» (רוּחַ מִשְׁפָּט: «espíritu de juicio»), con un «soplo abrasador» (רוּחַ בָּעֵר: «espíritu abrasador»). Luego, realiza Dios en todo el ámbito del templo y sus alrededores la presencia protectora de su gloria, como en un renovado éxodo: nube de día, humo luminoso de noche.
Se trata de una enumeración de las principales manifestaciones de Dios y de su protección en el relato del éxodo («nube, humo, fuego») que acompañan la celebración de la alianza, evocada aquí por el «baldaquino» nupcial (cf. Sl 19,5; Jl 2,16). Estos acontecimientos son recreados en la ciudad santa purificada, donde se manifiesta la gloria divina y se evoca la fiesta de la Chozas («cabaña»). Solo entonces puede volver Dios a habitar en medio de su pueblo.
No hay convivencia real con Dios si no hay convivencia justa entre los hombres.

2. Evangelio: cumplimiento (Mt 8,5-11).
Jesús entra en Cafarnaún y un militar romano se le acerca. Su llegada facilita el acercamiento del «profano», y lo expone, según la ley, a hacerse impuro. Pero el pagano le hace un ruego a partir de la denuncia de su propia injusticia: «el siervo» de su familia (οἰκία), «el criado», está postrado, paralítico, despiadadamente atormentado. Esa determinación («el siervo») es totalizante, engloba la servidumbre y caracteriza como tormentosa la relación amo-siervo. Jesús se ofrece a ponerle remedio a esa relación (θεραπεύω: iniciativa liberadora de su amor) y el pagano reacciona dándole fe por el crédito que le asigna a su mensaje. Primero, reconoce no ser apto para recibir a Jesús, dada su condición de extranjero y la injusticia que se vive en su casa, pero, ante todo, declara que basta el mensaje de Jesús para que su criado sea «sano» (ἰάομαι: sanear una relación). Reconoce que ese mensaje tiene eficacia de por sí, porque Jesús tiene autoridad (ἐξσουσία: libertad), o sea, la capacidad de liberar. Esta que manifiesta este pagano les ha faltado a los israelitas, y es sobre ella que se construye la nueva alianza, por la cual «pueblos numerosos», desde los cuatro puntos cardinales, como libres se sentarán con los patriarcas en la mesa del banquete del reino de Dios.
El banquete del «reino de los Cielos» (el reino universal de Dios) se abre a los que den fe a Jesús aceptando su mensaje liberador, sin exclusión alguna por motivos étnicos o culturales.

El sueño de una sociedad reconciliada, sin la tormentosa y paralizante relación de dominadores y dominados, solo es posible aceptando el mensaje de Jesús, que hace iguales a todos los seres humanos delante de Dios. Todos igualmente pecadores, todos igualmente amados y perdonados, todos llamados a la fe, todos invitados como iguales al banquete del reino. Esta realidad se hace posible por anticipado en la celebración de la eucaristía. Allí nos sentamos como hermanos y aprendemos a desarmarnos, a deponer nuestras violencias, y a reconocer la autoridad del Señor. De hecho, cada vez que la celebramos volvemos a recordar las palabras de ese centurión antes de comulgar: reconocemos que no somos aptos para recibir al Señor que viene, pero declaramos estar dispuestos a aceptar su mensaje para que él sanee nuestras relaciones de convivencia.
Feliz lunes.

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