La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-jueves

Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Jueves de la V semana del Tiempo Ordinario. Año I.

Santos Cirilo, monje, y Metodio, obispo. Memoria obligatoria, color blanco.

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (13,46-49):

En aquellos días, Pablo y Bernabé dijeron a los judíos: «Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: «Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra.»»
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron. La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 116,1.2

R/. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio

Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos. R/.

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,1-9):

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa.» Y, si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: «Está cerca de vosotros el reino de Dios.»»

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

 

Jueves de la V semana del Tiempo Ordinario. Año I.

Este relato se considera insertado, puesto que lo que Dios le dice al hombre (לַ-הָאָדָם) en 2,16-17 –supuestamente solo–, en 3,1-3.11-13 se considera como dicho a la pareja, o sea que el «hombre» (הָאָדָם) en 2,4b-17 es la pareja. Pero esta inserción urge la importancia del tema que es objeto de este mensaje: la identidad de la mujer.

En aparente contradicción con la observación común de que todo ser humano es «nacido de mujer», aquí se afirma que la mujer procede del varón. En parte, esto obedece a la mentalidad, común en la época, según la cual la vida procede de él, que planta su semilla, mientras que la mujer, se pensaba, solamente la guardaba en tanto germinaba, crecía y nacía. Sin embargo, todo el relato aparece construido para reivindicar la dignidad de la mujer, y ningún recurso mejor para hacerlo que dejando constancia de su procedencia del varón, aunque no por iniciativa del propio varón, sino por iniciativa divina.

Aunque redundante, es bueno reiterar la aclaración de que estos relatos no pretender explicar el origen del ser humano desde un punto de vista científico, ni mucho menos describir su proceso evolutivo, sino afirmar verdades derivadas de la experiencia de fe en Dios.

Gen 2,18-25.
El relato puede subdividirse en tres escenas, precedidas de una breve introducción y cerradas con una también breve conclusión.

1. Introducción.
Dios exterioriza su designio: el ser humano «bueno» (טוֹב), como él quiere que sea su creación, no es un ser solitario, él quiere que sea solidario. Por eso se propone darle «una ayuda o defensa». Es término hebreo עֵזֶר, traducido «ayuda», significa además «defensa» y «protección». Se trata de una compañía de apoyo. Además, esa «ayuda» es «correspondiente» (כְּנֶגֶד), es decir, conforme es él. En resumen, compañía, cooperación, cuidado y correspondencia.

2. Los animales.
Es ahora cuando se narra la creación de los animales, en función del contraste entre ellos y esa «ayuda correspondiente» que, de acuerdo con el designio de Dios, debe tener el hombre. Todos los animales son formados, como el hombre, «de arcilla», lo que crea un vínculo entre ambos. Dios se los presentó al hombre, «para ver qué nombre les ponía». La expectativa por la decisión del hombre, sugiere que Dios lo deja en libertad de decidir su relación con los animales, y la imposición del nombre determinará esa relación. El hombre, en efecto, pone nombre a todos los animales, lo cual implica que él les asigna lugar y función, afirmando así respecto de ellos su señorío (análogo al ejercido respecto del suelo), pero con ninguno de ellos se relaciona él de forma «correspondiente», aunque le sirvan de ayuda. Por muy valiosos que sean los ganados y otros animales –y lo son, como se aprecia en el resto del relato bíblico–, ninguno de ellos satisface adecuadamente la necesidad de convivencia del ser humano.

3. La mujer.
La siguiente acción de Dios induce al hombre a una absoluta pasividad: le provocó a un letargo, y el hombre se durmió. Ese «sueño profundo» (תַּרְדֵמָה) sugiere una misteriosa y muy significativa intervención divina (cf. Gen 15,12). El varón deja de ser un actor o espectador. La acción corre a cargo de Dios. La extracción de la costilla, sin prótesis de reemplazo, pero sin causarle merma al varón, sirve para expresar que una parte del ser del varón está ahora en las manos de Dios, su creador. Aquí no aparece la imagen del alfarero, sino la del constructor; de hecho, literalmente el texto dice que «el Señor construyó una mujer». Es el único caso en el que el término traducido «costilla» (צֵלַע) tiene esa significación, y no la habitual: «flanco» o «costado» (de un edificio). De ahí que se use con el verbo «construir» (בָּנָה). Ser los huesos y la carne de alguien implica estrecho parentesco familiar o tribal (cf. Gn 29,14; Jc 9,2; 2Sm 5,1; 19,13.14). Con los animales, el hombre tiene una relación biológica; con la mujer, la que «corresponde» a él.

4. El encuentro.
Así como le presentó los animales, ahora Dios le presenta la mujer al hombre. Este reacciona complacido por la estrecha relación que ve entre él y la mujer, hasta el punto de que solo acierta a ponerle su propio nombre. Esto replantea de tal modo las cosas que ahora él se identifica como varón y a ella la identifica como hembra. En hebreo se observa un juego de palabras: «varón» (אִישׁ) y «hembra» (אִשָּׁה), sonidos correspondientes, asonancia pretendida, con el fin de afirmar al mismo tiempo la igualdad, establecer la diferencia y constatar la reciprocidad. Tres veces se repite en el texto hebreo el pronombre demostrativo «esta» (זֹא), neta afirmación de la alteridad en la reciprocidad: el varón reconoce a la hembra como su alter ego. Por eso se justifica que el varón deje padre y madre: porque se une a alguien semejante, emparentado por la común condición humana, y porque juntos harán realidad la bendición de prolongar la vida con lazos más fuertes que los que les dieron origen.

5. Conclusión.
La relación así entablada es de absoluta transparencia, de mutua confianza, de plena estima y de total aceptación. La desnudez (cf. Am 2,16; Mi 1,8) y la vergüenza (cf. Sl 6,11; 83,18) expresan, ante todo, debilidad, desprotección, derrota. Varón y mujer se acogen el uno al otro sin abusar de sus mutuas debilidades.

El hombre, según el designio de Dios, no es un ser encerrado en su egoísmo, sin otra aspiración distinta de sus intereses, sin otro móvil más allá de sus impulsos. Es un ser por naturaleza abierto, recíproco, hecho para la solidaridad, capaz de amar. «El hombre», en la Biblia, es un término de valor colectivo, que, mínimo, implica al varón y la mujer, pero deja abierta la posibilidad de una mayor cobertura (familia, tribu, nación, etc.), lo que, a su vez, amplía su radio de libertad.

La relación que el ser humano entabla con Dios es distinta a la que, en virtud de esta, tiene con sus semejantes y a la que tiene con los animales, permaneciendo todas en una línea constructiva. La autoafirmación no riñe con la afirmación del «nosotros»; se afianza en ella, así como la afirmación de la masculinidad se da en la asertividad acogedora de la feminidad. Así se desarrolla el sentido comunitario, que es esencial para el desarrollo verdaderamente humano.

La asamblea eucarística es afirmación de un «nosotros» cuyos vínculos sobrepasan los de «hueso y carne» –«carne y hueso», decimos nosotros–, porque nos sentimos unidos por una solidaridad superior, «la comunión de los santos», que comienza por la comunión con Jesús, de la cual es signo la comunión eucarística. Así somos hombres nuevos, pioneros de una nueva creación.
Feliz jueves.

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