La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-jueves

Foto: Pïxabay.
Angeles

Primera lectura

3 de enero.

Lectura de la primera carta de Juan (2,29;3,1-6):

Si sabéis que él es justo, reconoced que todo el que obra la justicia ha nacido de él. Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro. Todo el que comete pecado quebranta también la ley, pues el pecado es quebrantamiento de la ley. Y sabéis que él se manifestó para quitar los pecados, y en él no hay pecado. Todo el que permanece en él no peca. Todo el que peca no le ha visto ni conocido.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 97,1.3cd-4.5-6

R/.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios

Cantad al Señor un cántico nuevo, 
porque ha hecho maravillas; 
su diestra le ha dado la victoria, 
su santo brazo. R/.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera, 
gritad, vitoread, tocad. R/.

Tañed la cítara para el Señor
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas
aclamad al Rey y Señor. R/.

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan (1,29-34):

Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: «Trás de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.» Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua para que sea manifestado a Israel.»
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.» Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

3 de enero.

Negar que Jesús es «el Hijo de Dios» no es refutar un aserto teológico, es el intento de dejar sin piso una experiencia de vida. Como Hijo, Jesús reveló al Padre, que es el único Dios que merece ese nombre: el Dios que no solo da el ser a las cosas, sino que le comunica su vida al hombre y lo eleva a la condición de «hijo», también. Esta realidad se vive dándole adhesión a Jesús de modo definitivo, adhesión que obtiene, como respuesta divina, el don del Espíritu Santo, que Dios da a través de Jesús. El Espíritu establece la sintonía del hombre con Dios a través de Jesús, por lo que el hombre no solo vive como el Padre (es hijo), sino que convive con los demás al estilo de Jesús (es su hermano y servidor). Esto es lo que quieren suprimir los «anticristos» al negar que Jesús es Hijo de Dios.

1. Primera lectura: cumplimiento (1Jn 2,29-3,6).
Conociendo rectamente al Mesías, se puede deducir quién es verdaderamente seguidor suyo, no por lo que dice, sino por el modo como vive y convive.
La relación con Dios también tiene un sello característico: ser «hijo» suyo. Esta filiación es fruto de un amor sin igual, porque no se trata de una mera reputación, sino de una auténtica realidad: somos realmente hijos, porque él, por amor nos infundió su vida (el Espíritu).
Ahí radica la razón por la que «el mundo» rechace a los hijos de Dios como rechazó al Hijo. Es que «el mundo» rechaza también a ese Dios que se revela como Padre y que quiere la plenitud de la vida para sus hijos.
La alegría, la libertad y la rectitud muestran a las claras que ya se goza de esa condición de hijo. Sin embargo, esa condición es dinámica, en cierto modo inagotable; aún no se ha manifestado plenamente lo que significa ser «hijo de Dios», ya que la meta definitiva es ser semejantes a él, a través de la experiencia directa de su ser. Ser hijo de Dios es una realidad con mucho futuro, y esa esperanza es la que dinamiza el propósito de identificarse con él, para parecerse cada vez más a él. Esa configuración se logra siguiendo a Jesús.
El pecado, en cuanto se opone al éxodo, es «rebeldía» contra Dios, porque él quiere que el ser humano alcance la plenitud de la vida. Jesús se manifestó para quitar el pecado, por consiguiente, él nada tiene en común con el pecado (cf. Jn 8,46). Estar en comunión con él es ruptura radical con el pecado, y andar en el pecado es no conocer a Jesús

2. Evangelio: promesa (Jn 1,29-34).
El «testimonio a favor de la luz» (Jn 1,7) se consigna primero de manera sintética (cf. Jn 1,15) y ahora se desarrolla. En ambos casos, el horizonte es universal y aplicable en todo tiempo y lugar, abierto a toda la humanidad a lo largo de la historia y a lo ancho de la tierra. Este testimonio se data «al día siguiente» del interrogatorio a Juan (v. 29), y conecta con su síntesis (v. 30), en donde aparece como un eco permanente del mismo en la comunidad cristiana. Para destacar cuál es el testimonio de Juan en sí mismo, el redactor se vale de una estructura narrativa concéntrica que los especialistas han determinado, y que sitúa en su centro la medula de dicho testimonio:
a) Afirmación respecto de Jesús (v. 29).
b) Alusión a una afirmación anterior (v. 30)
c) Reconocimiento de desconocimiento previo (v. 31)
• Contemplación de la bajada del Espíritu sobre Jesús (v. 32)
c’) Reconocimiento de desconocimiento previo (v. 33a)
b’) Alusión a una afirmación anterior (v. 33b)
a’) Afirmación respecto de Jesús (v. 34).
La expresión «el Cordero de Dios que va a quitar el pecado del mundo» formula la misión de Jesús en clave de éxodo; alude al cordero cuya carne les sirvió a los israelitas de alimento para salir de Egipto, y cuya sangre los libró del exterminio. Jesús realiza el designio de Dios por su muerte liberadora y salvadora. «El pecado del mundo» consiste en la aceptación pasiva de «la tiniebla», es decir, en adherirse a esa actitud que impide la búsqueda de la propia plenitud, sea negando la posibilidad de lograrla (la ideología embustera) o haciéndola imposible (la praxis de violencia) Y esto no es invento de Juan, sino revelación que él recibió del Dios que lo envió a invitar al pueblo a romper con la injusticia de la sociedad («el que me envió a bautizar»).
Juan declara que esa misión de Jesús corresponde a una unción del Espíritu Santo directamente conferida por Dios («desde el cielo»), de lo cual él –como enviado de Dios– da testimonio. Esa unción tiene un significado único, sugerido con la comparación del descenso de la paloma: Jesús es el «lugar» en el que el Espíritu se siente a sus anchas. La «contemplación» de Juan desentraña un significado más, dado que los rabinos comparaban el cernirse del Espíritu de Dios sobre las aguas (cf. Gn 1,2) con el aleteo de la paloma sobre su nido: Jesús es el hombre nuevo, con él se da comienzo a la nueva creación, la del hombre-espíritu (cf. Jn 3,6). Él es el hombre-Dios.
Juan insiste en que, al igual que sus oyentes, él llegó a reconocer a Jesús por revelación de Dios, quien –al mandarlo a bautizar con agua– le anunció que su Enviado no solo estaría ungido por el Espíritu Santo, sino que lo comunicaría, y que de esa manera quitaría el pecado del mundo, o sea, su acción consistiría en darles a las personas la capacidad de emanciparse interiormente del dominio de «la tiniebla», tanto en su aspecto ideológico embustero como su praxis violenta. Ese es el testimonio que deja: que Jesús es «el Hijo de Dios», así entendido.

El creyente tiene los pies puestos en la tierra y la mirada fija en Jesús. No está entusiasmado por una idea (o ideología) ni por una ilusión (o ficción), sino por una persona. No lo imita, como se hace con los personajes de moda, sino que lo sigue, identificándose con él en el ser y el quehacer, en el vivir y el convivir. Y esto es posible gracias al Espíritu que él comunica, Espíritu que le da la experiencia directa del amor del Padre y lo capacita para amar del mismo modo que es amado.
Y mientras se mantenga arraigado en esa experiencia, al creyente no le interesan las discusiones de palabras ni las disputas de eruditos. Solo le interesa la experiencia de seguir al Señor. Esto es lo que entusiasma su vida y la dinamiza con la esperanza de un futuro ahora inimaginable.
Por lo pronto, renueva su decisión de configurarse con el Señor mediante la escucha fiel de su mensaje y la comunión expresada sacramentalmente con la eucaristía.
Feliz Navidad. Dios está con nosotros.

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