La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-domingo

Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro del Éxodo (17,8-13):

En aquellos días, Amalec vino y atacó a Israel en Refidín. Moises dijo a Josue:
«Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón de Dios en la mano».
Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; entretanto, Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte.
Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec. Y, como le pesaban los brazos, sus compañeros tomaron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras, Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado.
Así resistieron en alto sus brazos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su pueblo, a filo de espada.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 120,1-2.3-4.5-6.7-8

R/. Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

V/. Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra. R/.

V/. No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel. R/.

V/. El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche. R/.

V/. El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (3,14–4,2):

QUERIDO hermano:
Permanece en lo que aprendiste y creíste, consciente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras: ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús.
Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena.
Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y a muertos, por su manifestación y por su reino:
proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina.

Palabra de Dios

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,1-8):

En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C.
 
El evangelista indica que el propósito de Jesús al referir esta parábola es «explicarles por qué hay que orar siempre y no desanimarse». Por eso, es necesario aclarar primero a quiénes dirige él la parábola y qué entiende él por oración.
1. Los destinatarios. Jesús se dirige a sus discípulos de origen judío, les muestra que su adversario es la institución judía –«la morera esa»–, que, con todos sus recursos, se resiste a la llegada del reinado de Dios y tenazmente se opone la construcción de su reino.
2. La oración. La oración es sintonía con Dios por medio del Espíritu de Jesús; ella expresa el amor de identificación con Jesús y el amor de entrega a los demás, como Jesús. Entraña la unión con Jesús y con el Padre, y la solicitud por el bien de la humanidad.
 
Lc 18,1-8.
Además de Dios, los actores de la parábola son dos: la viuda, que representa el pueblo al que se le niega la justicia, y el juez injusto, que representa la institución religiosa vigente, enemiga de ese pueblo pobre y desvalido. La parábola describe los personajes y sus respectivas actitudes, y luego sus interacciones y las consecuencias que de ellas se derivan. Por último, la lección de Jesús.
1. Los personajes.
El juez es descrito como un personaje inescrupuloso, sin respeto alguno por Dios o por la gente, en contaste con las parteras de Egipto, que respetaban a Dios y la vida humana (cf. Exo 1,17). Este juez encarna un sistema social que sistemáticamente le niega justicia a la población pobre, excluida y desamparada, sin consideración alguna por las exigencias de la alianza con el Señor, y sin compasión con su propia gente. Es un juez injusto: una contradicción.
La sola designación de «viuda» bastaría para describir a su antagonista. En la sociedad de la época, la mujer carecía de visibilidad social a menos que la respaldara un hombre: padre, marido o hijo. Esta viuda aparece sola y vulnerada en sus derechos. Pero su pobreza, el hecho de ser excluida, y su desamparo contrastan con su determinación. La fuerza moral que deriva de la justeza de su causa la hace perseverar firme en su propósito.
La actitud de la viuda se convierte en modelo de oración. Ella no considera a Dios responsable de su situación, tiene claro que su adversario es la institución injusta representada por el juez. Su petición es un reclamo de justicia dirigido a la institución indiferente ante la injusticia. El Señor es la fuerza que la anima, porque él es justo y ama la justicia y el derecho (cf. Sal 11,7; 33,5). Por eso, ella insiste en reclamar justicia, porque el Señor la sostiene.
2. Las interacciones.
Aunque el juez es la figura de poder, y la viuda es la figura frágil, la debilidad vence la resistencia del poder. El juez, aunque reconoce su corrupción, decide hacerle justicia a la viuda porque sabe que seguirá presionando hasta cuando logre su propósito.
Este es el asunto clave de la semejanza con la oración: la voluntad de persistir hasta alcanzar la justicia que se reclama, apoyándose en la sintonía de propósito con Dios.
Una traducción demasiado literal del versículo 5 conduce a suponer que la viuda va a hacer uso de la violencia y que el juez actúa por temor a eso. Narrativamente, esa violencia no es congruente con el personaje ni con lo que representa; tampoco lo es el temor con respecto del juez, o de lo que él representa; y mucho más impensable es que aparezca como recurso válido en una parábola de Jesús, que siempre rechaza la violencia. El verbo griego que usa aquí el evangelista (ὑποπιάζω o ὑποπιέζω) –traducido «abofetear», «dar una paliza»– tiene el sentido de «apretar» (πιάζω o πιέζω) levemente, con «baja» (ὑπο) intensidad. En este contexto, equivale a un recurso de presión social al alcance de los desvalidos representados por la viuda, no a una acción violenta.
3. La lección.
Jesús llama la atención sobre la decisión del juez injusto, no para proponerlo como modelo, sino para hacer ver que el poder aparentemente imbatible no puede resistirse indefinidamente al ansia insobornable de justicia que Dios plantó en el corazón humano. Con mayor razón –dice él– los israelitas, «elegidos» de Dios, pueden esperar que él les haga justicia y escuche sus gritos como escuchó los de sus antepasados, oprimidos en Egipto (cf. Exo 1,23-25). Dios nunca se amoldará a los regímenes injustos; de eso sí pueden estar seguros.
Los discípulos suponen que la institución que los oprime es «sagrada» y que expresa la voluntad de Dios. Consideran que su enemigo es el Imperio Romano, que ocupa su territorio y los somete a depender de un país «pagano». Por eso, se imaginan que es deber suyo venerar esa institución y someterse a ella. Lo que Jesús les da a entender es que ninguna persona o institución injusta es representante de Dios, y que es lícito pedir que se desenmascare y se acabe esa injusticia.
Pero hay un inconveniente. Los discípulos israelitas no se han desvinculado de «la morera esa». Así que, «cuando llegue el Hijo del Hombre», es decir, cuando caiga ese régimen opresor, cuando se desplome la institución injusta bajo el peso de su propia iniquidad, los discípulos carecerán de «esa fe», porque no han arrancado «la morera esa» de sus vidas, y es probable que se sientan en el deber de defenderla (cf. Lc 17,26-32; 21,20).
 
La experiencia del amor de Dios nos da la certeza de que él es justo y ama la justicia, y, por esto mismo, sentimos que él valora la dignidad humana y se opone al atropello de las personas. Puede resultar extraño que haya personas –religiosas, a menudo– que piensen que Dios es indiferente ante la injusticia, pero eso se debe a que que esas personas desconocen el amor de Dios y no tienen experiencia de la oración cristiana.
Esta oración tiene una doble importancia para los oprimidos por los poderes despóticos:
1. Les infunde la certeza de que Dios es su aliado en las causas justas. Dios escucha los gritos de los oprimidos y no les da largas, es decir, inmediatamente acude en su socorro y les hace sentir su amor, su respaldo y su reprobación del sistema injusto.
2. Los sostiene, anima y acompaña en sus justas reclamaciones. Cuanto mayor sea la insistencia de las víctimas, tanto más debilitan la resistencia del poder opresor. La oración se convierte en la energía que los mueve a pedir la caída de ese régimen.
La fuerza de dicha oración es la fe, es decir, la adhesión firme a Jesús y el desapego de todo lo que aparta del camino del Señor. Esa fe es la que provoca y sostiene ese insobornable deseo de justicia que no se desanima por grande que sea la injusticia.
Cada domingo nos congregamos en asambleas para celebrar el triunfo del Señor resucitado y el fracaso del sistema de poder que lo condenó a morir en la cruz. Y necesitamos preguntarnos si nos reunimos con «esa fe», unidos a él, o integrados al sistema injusto, es decir, sin «esa fe».
Feliz día del Señor.

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