La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-domingo

Foto: Pixabay.
Angeles
(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (2,18-21):

Hijos míos, es el momento final. Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es el momento final. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros. En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis. Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 95,1-2.11-12.13-14

R/. Alégrese el cielo, goce la tierra

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria. R/.

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campo y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque. R/.

Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra: r
egirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R/.

Evangelio

Comienzo del santo evangelio según san Juan (1,1-18):

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.»»
Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

30 de diciembre: 6° día.

En la octava de Navidad.

Fiesta de la Sagrada Familia. Ciclo C. 

La cultura patriarcal interpreta desde su óptica el cuarto mandamiento del decálogo y define así la piedad familiar en términos de honor, respeto y ayuda. En la comunidad cristiana las relaciones entre los miembros de la familia se ciñen al compromiso de amor que caracteriza a los hijos de Dios, y les exige el debido discernimiento para que no sean condicionados por códigos culturales de conducta que desdibujan su identidad cristiana, aunque apelen a argumentos de racionalidad humana. Esta fiesta se encamina a estimular en los seguidores de Jesús el propósito de reinventar cada año la familia, con el fin de que se aproxime cada vez más al ideal del reino de Dios. 

Lc 2,41-52.

Encontramos tres realidades entrelazadas en este relato: familia, cultura y desarrollo personal y social. En medio de la cuestión, como protagonista, está Jesús, inmerso en esas tres realidades y proyectando su luz sobre las mismas.

1. La familia.La familia de Jesús aparece inicialmente como una familia israelita convencional. José y María se muestran muy religiosos y apegados a las tradiciones de su pueblo.

Cuando Jesús se sale de su rutina, la «angustia» se apodera de «sus progenitores», quienes se ven forzados a desandar sus pasos para buscarlo, primero entre quienes se suponía que debía estar, y, por alguna razón, lo perdieron de vista. Lo presumible era que Jesús hubiera estado con José, entre los varones, pero esa presunción carecía de fundamento; tampoco él sabía en dónde estaba ni en dónde buscarlo. La costumbre permitía suponer que viniera entre los parientes, o entre los conocidos de la familia, vecinos de Nazaret, ya que eso era habitual; sin embargo, esta suposición también resultó gratuita. No quedó más alternativa que regresarse a buscarlo en Jerusalén.El encuentro con él les resultó sorprendente, porque estaba en una de las escuelas en donde se enseñaba la tradición, y tenía en vilo el auditorio, maestros incluidos, tanto por las preguntas que hacía como por las respuestas que daba. Al reproche hecho por su madre (sin nombre) Jesús le respondió con otro reproche, que ellos no alcanzaron a comprender, pero que su madre guardó «en su corazón». No obstante, Jesús bajó con ellos a Nazaret y se les subordinó mientras crecía.

2. La cultura.La mitad del relato transcurre de forma predecible según sus costumbres: la peregrinación anual a Jerusalén por las fiestas de Pascua, los procedimientos de ida y regreso a Jerusalén, las prácticas celebrativas según los ritos habituales, y la rutina propia de las caravanas en uno u otro sentido. Todo es tan conocido que el narrador no se detiene a explicarlo, porque es superfluo hacerlo.La costumbre juega un papel importante en la inadvertencia de la ausencia de Jesús. A las mujeres les estaba vedado el acceso al santuario, así que José y María debieron separarse para dar culto al Señor, cada uno por su lado. Jesús, como varón, podía estar con José en el santuario.

Las costumbres del retorno en caravana también ayudan a entender la suposición de que Jesús se encontrara entre los parientes, o entre los conocidos; además de que eso era usual, Jesús era ya un adolescente que tenía cierto margen de independencia para moverse dentro de la caravana.

En cambio, quedarse en la ciudad sin conocimiento y consentimiento de «sus progenitores» y asumir posturas propias en relación con la enseñanza que se impartía a los judíos era algo inusual; y que respondiera al reproche alegando su relación prioritaria con Dios como Padre, era inaudito. La incomprensión de los progenitores no radica en falta de inteligencia, sino en que el modo de comportarse Jesús se sale de lo convencional; ningún israelita hubiera osado explicar la disensión con respecto de sus progenitores invocando la superior fidelidad a Dios.

3. El desarrollo.

El evangelista ha venido constatando el desarrollo humano de Jesús. Los ángeles les dieron a los pastores como señal «un bebé» (βρέφος: Lc 2,12.16); luego, estos hablaron de lo que les dijeron acerca de ese «niño» (παιδίον), el niño que Simeón recibió en sus brazos (Lc 2,17.27). Ahora, ya no es un «niño», sino un «joven» (παῖς: 2,43), de cuyo crecimiento el narrador da doble noticia (cf. Lc 2,40.52). En total, tres veces se refiere el evangelista al crecimiento en familia:

Primera vez (cf. Lc 1,80). Juan, el más grande entre los nacidos de mujer (cf. Lc 7,28), «crecía y se robustecía espiritualmente». Al mismo tiempo, guardaba distancia con respecto de la cultura, de la praxis religiosa y de su convivencia social: «estaba en los desiertos».Segunda vez (cf. Lc 2,40). Jesús niño, «luz revelada a las naciones» (cf. Lc 2,32), también «crecía y se robustecía llenándose de saber». Crecimiento humano y sabiduría divina en armonía, «y el favor de Dios descansaba sobre él»: crecía compenetrándose con Dios.Tercera vez (cf. Lc 2,52). Jesús joven, afirmación de su filiación divina (cf. Lc 2,49), continúa su crecimiento humano y divino, y encuentra también aceptación entre «los hombres». Esta última es indicio de la favorabilidad social que encuentra su propuesta personal.

La familia, según el designio de Dios, está abierta a una vida nueva y a la novedad que toda vida implica; por eso, abre un amplio espacio de libertad que, sin negar la subordinación, favorece el desarrollo integral de la persona, su desarrollo físico, intelectual, emocional, espiritual y social. Humanamente considerada, la familia está llamada a ser espacio de desarrollo personal, espiritual y social. Le compete la tarea de acoger vidas nuevas para que propongan nuevas vidas, es decir, cada generación de hijos trae consigo una propuesta de cambio generacional. Y la familia tiene la responsabilidad de criar hijos a la vez libres y subordinados, insertos en la convivencia social y en la cultura, y con distancia crítica de las mismas. El desarrollo social depende del desarrollo de los individuos que conforman las sociedades.

La familia cristiana, fundada en la experiencia del reinado de Dios y empeñada en construirse a sí misma como reino de Dios, tiene, además, la tarea de transmitir una experiencia viva de Dios como «Padre», fuente inagotable de vida; experiencia que la mantenga abierta sin temor al futuro personal y comunitario, siempre atenta a discernir en los signos de los tiempos la presencia activa del Señor resucitado. Las comunidades cristianas son fuertes en tanto sean fuertes las familias que las integran. Es misión de nuestras asambleas fortalecer las familias.

¡Feliz fiesta de la Sagrada Familia! 

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