La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberro-miércoles

Foto: Pixabay.
Angeles
(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Miércoles de XXXI semana del Tiempo Ordinario. Año II

Feria, color verde

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (2,12-18):

Ya que siempre habéis obedecido, no sólo cuando yo estaba presente, sino mucho más ahora en mi ausencia, seguid actuando vuestra salvación con temor y temblor, porque es Dios quien activa en vosotros el querer y la actividad para realizar su designio de amor. Cualquier cosa que hagáis, sea sin protestas ni discusiones, así seréis irreprochables y límpidos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una gente torcida y depravada, entre la cual brilláis como lumbreras del mundo, mostrando una razón para vivir. El día de Cristo, eso será una honra para mí, que no he corrido ni me he fatigado en vano. Y, aun en el caso de que mi sangre haya de derramarse, rociando el sacrificio litúrgico que es vuestra fe, yo estoy alegre y me asocio a vuestra alegría; por vuestra parte, estad alegres y asociaos a la mía.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 26,1.4.13-14

R/. El Señor es mi luz y mi salvación

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R/.

Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. R/.

Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,25-33):

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, sí quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: «Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.» ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»

Palabra del Señor


Reflexión del día

Miércoles de la XXXI semana del Tiempo Ordinario. Año II.
Cuando la comunidad se apropia de «sentir» (φρονέω: la actitud) del Mesías Jesús, se hace capaz de actualizar su obra liberadora y salvadora en la misteriosa interacción que se da entre la decisión humana y la ayuda divina. Después de exhortar a los filipenses a comprometerse en la unidad de su comunidad, con motivaciones teológicas y cristológicas, concluye su exhortación recordando el comportamiento de la comunidad en el pasado, dando indicaciones para su convivencia en el presente, y proyectando el futuro hasta «el día del Mesías». Muestra así la historia de la comunidad como una secuencia de causa a efecto en la que las opciones humanas, como «escucha» de Dios, conducen, por el seguimiento del Mesías, a la plena realización personal y comunitaria.
Flp 2,12-18.
La secuencia histórica tiene su punto de inicio en la fe, esta se hace concreta en el amor, y llega a la realización de la promesa a través de la esperanza con la que se viven la fe y el amor.
1. La fe de la comunidad.
La exhortación a la praxis se basa en lo anteriormente expuesto (ὥστε: «por consiguiente»), y es particularmente afectuosa (ἀγαπητοί μου: «amados míos»), pero también se basa en la disposición permanente manifestada por los filipenses en relación con Dios. La mención de la «obediencia», sin determinar a quién, la relaciona con la de Jesús al Padre (cf. v. 8) y supone que los filipenses han aceptado su exhortación a «tener la misma actitud del Mesías Jesús» (cf. v. 5). «Obedecer» (ὑπακούω) es escuchar (ἀκούω) asintiendo con la cabeza (ὑπό-); se trata de un asentimiento libre, propio del hijo que, por amor, acepta lo que le propone su padre. Por eso la fe se describe como «obediencia» (cf. Rom 1,5). Pablo, a partir de su propia experiencia de fe (cf. Ga 1,23), aconseja seguir haciendo realidad la propia salvación con sumo cuidado (lit.: «con temor y temblor»: cf. 2Cor 7,15; Ef 6,5), lo que entraña el respeto para proceder por convicción y por honestidad, sin necesidad de ser vigilados y sin aprovecharse de la falta de vigilancia («cuando yo esté presente… ahora en mi ausencia»). Esa libre y filial disposición los remite a Dios, quien inspira en ellos la apetencia de «querer» y la decisión de «actuar», más allá de la buena voluntad. Así se supera la oposición entre querer y hacer (cf. Rom 7), porque la gracia de Dios les permite la coherencia entre los principios y la actividad.
2. El amor en la comunidad.
Esa gracia de Dios es la que les da el señorío de sí mismos, es decir, les permite ser dueños de sí para dirigir su vida como hijos de Dios. Ella les facilita convivir sin dejarse arrastrar por impulsos disociadores («protestas… discusiones»). Lo que Pablo entiende por «protesta» (γογγυσμός) está tipificado en el Antiguo Testamento como reacciones de los que desacreditan el éxodo porque no quieren asumir las exigencias de la conquista de la libertad (cf. Exo 16,7-12; Num 17,20.25), o como maledicencias contra el prójimo (cf. Is 58,9) que dividen la comunidad. Las «discusiones» (διαλογισμός), en su sentido negativo, se refieren a razonamientos que siembran dudas y causan disputas (cf. Sl 56,6; Is 59,7); Pablo recomienda no discutir los razonamientos de los «débiles» en la fe (cf. Rom 14,1), precisamente para abrir espacio al amor y cerrárselo a la discordia. Este dominio de sí hace a los creyentes «irreprochables y límpidos, hijos de Dios»; en vez de normas cultuales, es la conducta la que los libera de culpa y de pecado, y es esa misma conducta la que los acredita como hijos de Dios, imitadores suyos y seguidores del Mesías Jesús. La conducta es también la que los convierte en alternativa, porque muestran otro modo de convivir distinto del modo de «una gente torcida y depravada». Y la diferencia es como la que se da entre la luz y las tinieblas, es decir, con su conducta dan «un mensaje de vida». El énfasis puesto en la conducta deja claro que el testimonio mismo es el «mensaje de vida», lo cual implica el dominio de sí y la convivencia armoniosa. El cristiano da su mensaje con su modo de vivir y convivir.
3. La esperanza de la comunidad.
Ese testimonio del señorío de Jesús en la propia vida y del reinado de Dios en la convivencia de los creyentes entre sí y con los de fuera será lo que constituya la satisfacción del apóstol en cuanto tal en «el día del Mesías». Ni sus trabajos fueron inútiles ni sus fatigas habrán sido en vano. Ese testimonio de la comunidad es una necesidad para el mundo que camina en tinieblas, para el cual los miembros de la comunidad son como «lumbreras», y ese es el objetivo del trabajo de Pablo. Es decir, el apóstol no trabaja para los solos creyentes, ni la comunidad existe para sí misma. El objetivo de la evangelización y de la convivencia cristiana es el servicio a la sociedad humana. Y en «el día del Mesías» esa es aspiración común del evangelizador y de la comunidad evangelizada. Incluso, suponiendo que el evangelizador debiera desprenderse de su vida física en ese empeño, esto lo haría más cercano y semejante al Mesías, porque el derramamiento de su sangre, como la del Mesías en la cruz, convertiría su muerte en el supremo acto de culto a Dios, tanto por parte del evangelizador como por parte de la comunidad. Y este martirio (testimonio con sangre) sería motivo de alegría cristiana que compartirían el evangelizador y su comunidad.
La comunidad cristiana no solo se esmera por evitar las divisiones, sino que trabaja para crear la convivencia armoniosa en la sociedad humana. Su «obediencia» a Dios, como familia de hijos, consiste en la aceptación libre, amorosa y entusiasta de esta tarea como la oportunidad para ser «hijos de Dios», es decir, para parecerse a su padre. Por eso, la comunidad se compromete en su propia unidad con el fin de mostrar que esta es posible y deseable. Pero lo que la anima no son cálculos humanos, sino la pasión por el reinado de Dios. Y, por eso, está dispuesta a llegar a las últimas consecuencias, incluso al don de la propia vida, con tal de alcanzar ese objetivo.
La celebración de la eucaristía convierte a la comunidad en testigo y profecía del mundo futuro, porque en la unidad fraternal de sus miembros y en el propósito de unir la sociedad humana se manifiesta y anuncia el destino glorioso de la humanidad «el día del Mesías». Unidad y propósito que se fortalecen en la comunión con el Mesías Jesús.
Feliz miércoles.
Adalberto Sierra Severiche, Pbro. 
Vicario general de la Diócesis de Sincelejo
Párroco en Nuestra Señora del Perpetuo Socorro → Fan page

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