El criticado (y desacertado) discurso del senador Ernesto Macías, presidente del Congreso de la República, durante la posesión del presidente Iván Duque fue una mala señal para los colombianos.
La política es el arte de gobernar y gobernar es orientar. Pero no cualquier orientación, sino la orientación a la paz, a la convivencia armoniosa. Los dardos que lanzó la cara de los padres de la Patria contra el saliente presidente son una muestra más de oposición al gobierno que pasó, de odio y de división.
Se supone que el presidente del Congreso debía hablar en nombre de sus colegas, incluidos los de la Farc, que ya están en política, pese a sus muchos crímenes, por los que, esperamos, sigan respondiendo en la JEP.
Pero ello no fue así. Macías se apartó del protocolo, nos hizo quedar como resentidos ante miles de invitados, muchos jefes de Estado o representantes de estos, y borró del mapa toda posibilidad de reconciliar a un país fraccionado.
Pudo haber sido una buena oportunidad para llamar a la unidad, para dar muestra de su talante de representante del lugar donde nace la democracia y en el que se cogobierna al país.
Somos muchos en el país los que rechazamos posiciones rabiosas, que solo generan más odio.
La posesión del nuevo presidente tampoco era el momento para proclamar a Uribe como el salvador del país, pues el país lo salvamos todos, siendo buenos ciudadanos, democráticos, pagando nuestros impuestos, respondiendo a la justicia sin querer evadirla y permitiendo la libre expresión.
El presidente Duque demostró lo que es diplomacia, educación y decencia. Se puede diferir, sí. Y, de hecho, en Colombia hay derecho a la oposición, pero expresarla se debe hacer con altura, como lo hizo Duque, quien, lejos de convidar a una guerra de ideas, llamó a la unidad.
Que no sea este el inicio de una doble agenda del uribismo: la que muestra Duque de forma benévola y el contraste que es Macías, cuyo discurso parece haber sido obra del jefe de su partido.
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