Lectura del santo evangelio según san Lucas (13,22-30):
En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.
Uno le preguntó: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?»
Jesús les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos»; y él os replicará: «No sé quiénes sois.» Entonces comenzaréis a decir: «Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.» Pero él os replicará: «No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.» Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.»
Palabra del Señor
Miércoles de la XXX semana del tiempo Ordinario. Año II.
La «familia» antigua (אֻמָּה ,בֵיִת, πατριά, οἰκογένεια) consideraba iguales en su estatus social a los hijos y a los esclavos. Estos dependían directamente del cabeza de familia. Hasta los siete años, los niños estaban rodeados sólo por las mujeres de la familia; de ahí en adelante, los enviaban a la escuela para aprender a leer y escribir, (entre judíos, la Ley), matemáticas, música y deportes, conducidos por un esclavo llamado «pedagogo» (παιδαγωγός), porque su oficio consistía en guiar, conducir a los niños de la casa a la escuela y viceversa. Las niñas nunca iban a la escuela; sus madres y abuelas se hacían cargo de enseñarles a leer, escribir, y los quehaceres domésticos. Por eso, al referirse a ellos, este escrito los nombra seguidamente, después de referirse a la esposa, y solo se refiere a sus relaciones con el «paterfamilias» (en el caso de los niños) y con sus amos (en el caso de los esclavos). El cabeza de familia es el referente de la misma. Es la familia patriarcal.
La estructura de este fragmento es sencilla:
1. Exhortación a los hijos y amonestación a sus padres.
2. Exhortación a los esclavos y amonestación a sus amos.
Ef 6,1-9.
1. Exhortación a los hijos.
Usa el término genérico «hijos» (τέκνα), que incluye varones y mujeres, y los exhorta a «hacerles caso» (ὑπακούω) a sus progenitores (γονεύς: padre y madre), es decir, a fiarse de su amor y de su experiencia y a dejarse guiar por sus consejos. Motiva esta exhortación con un criterio de justicia basado en la Ley y la promesa: Honrar al padre y a la madre promete bienestar y larga vida.
La amonestación, en cambio, se dirige solo a los «padres» (πατέρες: varones), a quienes hace dos recomendaciones:
• No exasperar a sus hijos, es decir, no abrumarlos con excesivas exigencias.
• Criarlos educándolos y corrigiéndolos como el Señor aprueba.
2. Exhortación a los esclavos.
El término griego δοῦλος tiene dos significaciones en la Biblia:
• Cuando implica relación con otro ser humano, denota un ser humano privado del uso de su libertad («esclavo»), y connota a otro, a cuya voluntad está sometido.
• Cuando implica relación con Dios o Jesús, denota a un ser humano libre («siervo de Dios») que libremente coopera con Dios en la liberación de la humanidad.
Aquí se refiere a personas que han dado su adhesión al Señor. Socialmente, son «esclavos», pero, como cristianos, son «siervos». Los exhorta a que libremente hagan caso de sus amos terrenos, como si le hicieran caso al Mesías (o sea, como si trabajaran por la liberación de sus amos). Los esclavos-siervos van a desempeñar una misión importante en esa sociedad que admite y legaliza su privación de libertad: el suyo no será un servicio que dependa de que los observen o los vigilen (ὀφθαλμοδουλία), ni tampoco tendrá la finalidad de complacer o de lisonjear a seres humanos (ἀνθρωπάρεσκοι), sino el servicio que es propio de «siervos» del Mesías, que realizan con toda su alma el misterio de Dios. Por tanto, los exhorta a prestar ese servicio de buena gana, sirviéndole al Señor y no a los hombres. Y les recuerda la recompensa que recibirá del Señor todo el que haga el bien, sea socialmente esclavo o libre.
El término griego κύριος («amo» o «señor») es otro de doble valor en la Biblia:
• Cuando se refiere a otro ser humano, puede connotar el reconocimiento de cierta superioridad (el maestro en relación con su discípulo), o de una posición de dominio (el amo en relación con su esclavo), o puede ser un mero título de cortesía en la misma línea de reconocimiento («amo»).
• Cuando se refiere a Dios o a Jesús, connota la dignificación y liberación que procede de la obra de Dios o de Jesús en las personas («señor»). A su vez, por el don del Espíritu Santo, el Señor hace «señores» (dueños de sí mismos) a los suyos. Servir al Señor es reinar con él y como él.
La amonestación que el autor dirige a los «amos» los considera como la «clase dominante» de la sociedad, dueños y dominadores de los esclavos. Se trata de amos que han aceptado inicialmente a Jesús como «Señor», pero que todavía deben derivar las consecuencias de su fe germinal. Les recomienda que sean recíprocos con sus esclavos, humanos, desterrando las relaciones de miedo («dejándose de amenazas») y teniendo presente que tanto amos como esclavos tienen en el cielo un Señor que no discrimina ni excluye.
También en estos dos casos el misterio de Dios y del Mesías penetra en el sistema social a través de los creyentes y «fermenta» las relaciones de convivencia en «familia», con una nueva praxis y un nuevo concepto de familia, la de Dios.
Las relaciones culturales entre padres e hijos se replantean como relaciones entre «progenitores» e hijos, sin excluir a las madres, en la perspectiva de la alianza y de la promesa. La formación de los hijos no es para la sumisión, sino para la libertad razonable y responsable; hay que criarlos enseñándoles y corrigiéndolos, teniendo en cuenta el criterio del Señor (el que nos hace libres por el autodominio que nos da el Espíritu Santo).
Las viejas relaciones culturales y legales entre amos y esclavos se replantean a partir de la nueva experiencia de libertad interior que otorga el Mesías. De la simulación y el fingimiento se pasa a la responsabilidad y a la sinceridad bajo la mirada de Dios; de la arbitrariedad y el temor, a la realización del designio divino, con la confianza en la recompensa del Dios que es imparcial.
Las relaciones en las familias y en la sociedad (sean de tipo laboral, político, étnico, económico, etc.) deben ser replanteadas a partir de la experiencia personal del «misterio» de Dios (su reinado universal) y del Mesías (su reinado histórico, la Iglesia). Sin la experiencia del amor universal, gratuito y fiel del Padre, toda transformación social es epidérmica, y necesita del apoyo de la ley. Cuando hay esa experiencia, las transformaciones son profundas y duraderas, tanto como duren las generaciones que experimenten dicho amor, y sin necesidad de leyes que las urjan, porque la fe, al hacerse cultura, perdura en los usos y las costumbres.
La asamblea eucarística es familia de Dios, en la cual todos lo llamamos «padre» y nos llamamos hermanos. Compartimos la misma mesa, la misma vida y el mismo destino: la promesa de vida eterna. Es noble esta misión de realizar ese misterio en beneficio de toda la humanidad.
Feliz miércoles.
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