Lectura del santo evangelio según san Mateo 19,27-29:
En aquel tiempo, dijo Pedro a Jesús: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?»
Jesús les dijo: «Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.»
Palabra del Señor.
Miércoles de la XIV semana del Tiempo Ordinario. Año II.
En el capítulo 9 el profeta se anticipa a lamentar el destierro y sus consecuencias: el despojo de la tierra, la convivencia con los paganos «impuros» (idólatras), la imposibilidad de darle culto al Señor… en una palabra, el rechazo por parte del Señor.
Era frecuente entre los profetas la imagen de la viña referida a Israel (Is 5,1-7; Sl 80; Jr 2,21). Los frutos que Dios espera de esa viña son derecho y justicia. Según cada contexto, con esta metáfora se subraya la grandeza de la elección, el carácter insensato de la rebelión o el aspecto inevitable del juicio. Oseas recurre a ella para contrastar las bendiciones que Dios le concede al pueblo con las traiciones que este acumula.
Os 10,1-3.7-8.12.
Israel no produce los frutos esperados: cuanta mayor prosperidad, tantos más cultos idólatras, cuanto más bienestar, más monumentos en honor de los ídolos. El pueblo oscila entre el Señor y los baales, y finge la adhesión al Señor cuando se la da a los ídolos. Pero esa religiosidad es auto destructiva: sus altares y monumentos a los ídolos caerán por tierra. Aunque tienen rey, es como si no lo tuvieran, porque la tutela de Asiria hace inoperante la institución de Israel; aunque tienen al Señor, no lo respetan. Y aunque reconozcan ambas cosas, el profeta no les cree, porque «tienen el corazón dividido» y no se deciden ni por el Señor ni por Baal.
Juran en falso, pactan alianzas con los paganos (¡con sus ídolos!) y crece como maleza la injusticia. Sus ídolos parten con ellos al destierro, incapaces de salvarlos. Es el fin (Os 10,4-6, omitido).
El profeta anuncia el fin del reino y del rey junto con los lugares de culto dedicados a los ídolos, quedando en su lugar los signos de la desolación: «espinas y zarzas» (la maldición de Gn 3,18). Su frustración será tan patente y su vergüenza tan insoportable que perderán hasta el sentido de la vida y preferirán morir enterrados por los montes, aplastados por las colinas con los altares de su idolatría. Sus ídolos les fallaron, y no se sienten con derecho a apelar al Señor.
En Guibeá (o Gabá. Cf. Os 9,9) faltaron el respeto al prójimo y se rehusaron a ser hospitalarios, conducta impropia de quienes fueron rescatados de Egipto (cf. Jc 19,30); su culpa es muy grande. Fueron destinados a ser testigos del amor y la justicia, pero fallaron (cf. Os 10,9-11, omitido).
Pero el profeta no pierde la esperanza. Le indica al pueblo el modo de revertir su propia ruina. Es preciso sembrar «justicia», es decir, conformidad don el designio de Dios, para cosechar amor; arar el campo abandonado, porque aún hay tiempo para buscar al Señor, que siempre bendice.
La prosperidad a menudo aleja de Dios porque genera una engañosa confianza en las cosas, y da paso a la idolatría, que termina arruinando la vida y la convivencia. El destino de los ídolos es el descrédito y el fracaso; también quienes apegan a ellos su corazón se exponen a la vergüenza y a la frustración. Esto es lo que genera decepción y es origen de depresiones anímicas que hacen perder el sentido de la vida.
Tendríamos que reflexionar en los variados signos de muerte, sobre todo violenta, que pululan en nuestras sociedades, y particularmente en los altos índices de suicidio, que alarman no solo por su número y frecuencia, sino porque se extienden a poblaciones en las que antes no se daba este fenómeno, o se daba muy esporádicamente. Las nuevas formas de idolatría son causantes de nuevas formas de pérdida del sentido de la vida. La idolatría que denuncia Oseas no solo aleja de Dios, sino que anula la capacidad de acoger generosamente al prójimo.
La eucaristía, es encuentro con el Dios vivo (antípoda de los ídolos) en el banquete de su reino, el banquete de la vida. No solo es sentido pleno para nuestra vida, sino compromiso con la vida de los demás. Los que comulgamos hemos de ser los primeros en proponer iniciativas para hacer frente a las distintas formas de homicidio y suicidio, y alumbrar esperanzas de vida.
Feliz miércoles.
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