Por Jhony Polo Barrios
Teólogo y escritor de relatos
El mundo tiembla ante la pandemia. La inmovilidad que produce el confinamiento obligatorio, ha hecho que les economías globales se bamboleen de un lado hacia el otro como un trapecista inexperto. Nadie sabe con exactitud qué sucederá con la economía del mundo; no obstante, algunas pequeñas comunidades, cuya subsistencia se desenvuelve en el día a día, han optado por retornar a la antigua práctica del trueque, para así, paliar sus necesidades más urgentes.
De la circunstancia expuesta anteriormente, nace el hecho de que en la subregión del San Jorge en el departamento de Sucre se esté retomando una práctica que no era tan remota ni ajena, pues por allá en los años sesenta y setenta, en plena bonanza pesquera, la gente recurría al trueque con el objeto de solucionar sus necesidades básicas. Era así, quien tenía el pescado lo cambiaba por yuca, arroz, plátano e incluso por mano de obra. Hay quienes cuentan que cuando las cosas se ponían malas, los vecinos se prestaban el hueso para darle el gusto a la sopa; por encima de la cerca apuntalada que separaba los patios, transitaban tanto los huesos de vaca, que al final quedaban insípidos.
El COVID-19 provocará una recesión global en 2020. Algunos analistas sugieren que los Estados Unidos y la eurozona tendrían una caída estrepitosa. Ante este sombrío panorama, es plausible que pequeñas comunidades se aferren, como un náufrago a su tabla, a la práctica del intercambio de productos. Los acontecimientos nos están dando un golpe de realidad en un mundo en el que imperaba el ¡sálvese quien pueda¡ y el ¡cuánto tienes, cuánto vales¡
El origen del trueque se sitúa en los albores de la civilización, en la antigua Mesopotamia, y podemos sintetizarlo, en un intercambio de productos de mano a mano. Esto fue una de las primeras formas de comercio cuando el género humano, gracias a la agricultura y a la ganadería, dejó de ser nómada para asentarse en un territorio determinado.
Ante un mundo que compra, desecha y contamina compulsivamente, se nos ofrece la práctica del trueque como una solución, pues subyace en el fondo de dicho ejercicio; el tener nada más lo necesario, porque una condición para el intercambio, es el excedente. Si una comunidad dispone de excedente, puede intercambiarlo por algún producto que posea otra comunidad y que no necesite consumir. Se acumula poco, se vive con lo esencial.
Mientras los grandes mercados bursátiles del mundo, planean estrategias para no colapsar ante la hecatombe, algunas comunidades de la subregión del San Jorge, vuelven su mirada al sentido etimológico de la palabra “economía” que en griego es “oikonomos” y que designa la administración del hogar. Mientras la economía global discierne qué medidas debe tomar para mantenerse en pie, familias a las orillas del bajo San Jorge, intercambian productos alimenticios con sus vecinos, a través de los puntales de las cercas de sus casas; es, en buena hora, su economía de la salvación.
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