La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-miércoles

Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Miércoles de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (2,1-11):

 

Tú, el que seas, que te eriges en juez, no tienes disculpa; al dar sentencia contra el otro te condenas tú mismo, porque tú, el juez, te portas igual. Todos admitimos que Dios condena con derecho a los que obran mal, a los que obran de esa manera. Y tú, que juzgas a los que hacen eso, mientras tú haces lo mismo, ¿te figuras que vas a escapar de la sentencia de Dios? ¿O es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia, al no reconocer que esa bondad es para empujarte a la conversión? Con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios, pagando a cada uno según sus obras. A los que han perseverado en hacer el bien, porque buscaban contemplar su gloria y superar la muerte, les dará vida eterna; a los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia, les dará un castigo implacable. Pena y angustia tocarán a todo malhechor, primero al judío, pero también al griego; en cambio, gloria, honor y paz a todo el que obre. el bien, primero al judío, pero también al griego; porque Dios no tiene favoritismos

Palabra de Dios

Salmo

Sal 61,2-3.6-7.9

 

R/. Tú, Señor, pagas a cada uno según sus obras

Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R/.

Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. R/.

Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,42-46):

 

En aquel tiempo, dijo el Señor: «¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la calle! ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo!»
Un maestro de la Ley intervino y le dijo: «Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros.»
Jesús replicó: «¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo!»

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto
Miércoles de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario. Año I.

Pablo desarrolla más el tema de la ruptura ética que el de la idolatría. La superficialidad mental conduce a la idolatría y, como consecuencia de esta, se produce la fractura moral, que tiene los rasgos de una búsqueda de sí mismo, sobre todo por el ansia de placeres. Eso condujo a la humanidad de entonces a un libertinaje sin control que terminó desnaturalizando hasta las más elementales relaciones humanas. El «Catecismo holandés» opina que Pablo no se refiere (en los versículos 26-27) a la homosexualidad como hoy se define, sino a unas relaciones de ese tipo no por inclinación, sino por el afán de experimentar formas desconocidas de placer.
Cuando dice que «Dios los entregó» (vv. 26.28), se refiere al libre albedrío, del cual abusaron hasta romper «toda regla de conducta», haciendo cosas reprobables y aplaudiendo a quienes las hacían. Es evidente que Pablo no se detiene en la moral sexual, sino que, a partir del culto a la criatura en vez de al Creador, desvela una degradación en cascada, que comienza, sí, por la subvaloración de la propia persona, pero –insiste– al negarse a reconocer a Dios, quedaron los hombres a merced de impulsos descontrolados que pervirtieron las relaciones humanas y la misma convivencia social (cf. Rm 1,26-32, omitido por el leccionario).

Rom 2,1-11.
La comunidad de Roma estaba formada por cristianos de orígenes pagano y judío (cf. 1, 16). Primero, Pablo se refirió a la condición de los paganos ante Dios (cf. vv. 18-32) expresando valoraciones que cualquier judío compartía. Así dejó ver que conocía y censuraba la injusticia que había en la sociedad pagana, de forma que su libertad profética no provocara sospechas de parcialidad a favor de los paganos, con los cuales se declaró en deuda (cf. 1,14).
Ahora se vuelve al mundo judío y entabla con él una querella valiéndose del estilo de diatriba (discurso polémico de censura) y enfrentando a un supuesto antagonista de mentalidad judía. Recurre al argumento que usan los judíos: que Dios juzga por las «obras». El antagonista de Pablo juzga a los paganos con ese criterio y termina dando sentencia contra sí mismo, porque se porta del mismo modo. Pero el judío se imagina que, por ser judío, gozaba de privilegios ante Dios y, porque tenía la Ley, podía juzgar con ella y condenar a los otros, aunque también él la quebrantara. No se da cuenta de la inagotable bondad de Dios, ni tampoco su tolerancia, ni agradece su paciencia y, por lo mismo, aplaza la «enmienda» que Dios espera de él. Juzga erradamente que Dios tiene dos medidas: una indulgente para los israelitas y otra implacable para los paganos (vv. 1-4). Aquí, el apóstol se refiere a la «enmienda» de conducta, que parte de un cambio mental (ματάνοια) y que se traduce en las obras, no a una «conversión» a Dios.
Ahora se refiere a la «dureza» (σκληρότης) del corazón «impenitente» (ἀμετανόητος), es decir, a la testarudez de quien se resiste a cambiar de mentalidad y de obras. Pablo lo aterriza: esa obstinada mala conducta lo está llevando a la propia ruina (usa de nuevo el lenguaje arcaico de pecado-castigo) y –precisamente porque conoce a Dios– debe saber que el bien conduce a la vida y el mal a la muerte (cf. Dt 30,15-20).
Habla del «día de la cólera» (ἡμέρα ὀργῆς), es decir, del aspecto disfórico del «día del Señor». En efecto, el día del Señor, o «día del Hijo del Hombre», tiene un aspecto eufórico, que es la liberación y salvación para los que esperaron su venida, y un aspecto disfórico, que son las consecuencias que tiene el hecho de apoyarse en la riqueza, el poder o cualquier otra realidad distinta del Señor. El «día de la cólera» se imagina y expresa en términos de castigo, pero no es otra cosa que la decepción irreversible que le deja la injusticia a quien confió en ella. En este «día», Dios «pagará a cada uno según sus obras» (cf. Sal 62,13). Esta alusión a las «obras» confirma que la «enmienda» se refiere a las actuaciones en relación con los demás a juicio de Dios: a quienes buscaron la gloria y el honor indeclinables obrando el bien, les dará la vida eterna; a quienes se dejaron arrastrar por el egoísmo contra la verdad y hacia la injusticia, les tocará en suerte un castigo implacable. Es cada uno quien decide su futuro (vv. 5-8).
El «conocimiento» de Dios no es un saber teórico –como una ventaja en la información que el creyente tendría sobre el no-creyente–, es una experiencia del ser de Dios para que oriente la conducta de aquel a quien se le concedió ese conocimiento. Por tanto, desde el punto de vista de las «obras», no hay diferencia alguna entre el judío y el pagano, «porque Dios no tiene favoritismos». Con Ley o sin ella, cada uno se atiene a su conducta. Porque no basta con solo escuchar la Ley para sentirse en paz con Dios, hay que practicarla para recibir su aprobación. Anuncia «aflicción y angustia para todo ser humano que cometa lo malo» sea judío o griego; y «gloria, honor y paz a todo el que practica el bien», judío o griego. Es importante señalar la especificación que hace en ambos casos: «en primer lugar al judío, pero también al griego». Con ella indica que el conocimiento de Dios que tiene el judío lo hace más responsable de la conducta que adopte, mala o buena, porque Dios no hace acepción de personas (vv. 9-13: el leccionario omite desde v. 12).
Además, los paganos que, aun sin conocer la Ley hacen espontáneamente lo que ella manda, se constituyen así en Ley para sí mismos, y muestran que el contenido de la Ley está escrito en ellos. Eso basta para el juicio de Dios que, según el evangelio que Pablo anuncia, se realiza por medio de Jesús, el Mesías (vv. 14-16), es decir, en función de su persona y su obra.
 
El juicio de Dios se realiza amando. Y Jesús es la expresión de ese amor. Puede ser que uno conozca explícitamente a Dios, o que lo reconozca implícitamente dejándose guiar por una conciencia humana. La respuesta debe ser personal y, por tanto, nada garantiza de antemano la salvación ni condena por anticipado a la perdición.
Una cosa es el análisis de la realidad, la determinación de sus causas y sus tendencias, de sus variables y de sus constantes; otra es la constatación de las consecuencias y de los influjos que ejerce ese orden sobre las personas; y otra es la asignación genérica de culpa. No se puede condenar en bloque a un colectivo humano, porque son personas libres, capaces de cambiar, y sus decisiones son personales.
Todo depende de la responsabilidad personal. Es decir, que la respuesta de cada uno a la voz de Dios se da aproximándose al «Hijo del Hombre», Jesús, en su calidad de Mesías (enviado de Dios al pueblo) para que el hombre haga el nuevo éxodo.
Eso lo podemos hacer en la eucaristía y así podremos comprobar que lo que importa no es pertenecer a un grupo o a otro sino dar la adhesión personal de fe a Jesús Mesías.
Feliz miércoles.

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