Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,51-58):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron;,el que come este pan vivirá para siempre.»
Palabra del Señor
Reflexión de la Palabra
XX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B.
Declarar que la herencia prometida por el Señor a Abraham y sus descendientes solo se obtiene asimilando la condición humana de Jesús, es decir, su entrega de amor hasta la muerte, que es lo que significa su «carne», fue algo que desconcertó mucho a los judíos, habituados como estaban a las ideas transmitidas por sus maestros que les aseguraban que Dios les daría el imperio sobre todas las naciones con un acto de poder soberano. Por decir lo menos, debieron de sentirse muy decepcionados. Lo que Jesús declaraba les sonaba a insensatez.
Jn 6,51-58.
El texto propuesto para hoy retoma el último versículo del texto del domingo anterior, dado que allí es donde Jesús pasa del tema del maná al tema del cordero pascual, manteniendo las alusiones que ha venido haciendo al éxodo. La herencia del Padre celestial para sus hijos es la vida eterna, que se transmite por el don del Espíritu, y este Espíritu solo se encuentra en la realidad humana de Jesús, es decir, en su «carne». Ahora todo gira en torno a las metáforas de «comer» y «beber». Y Jesús se presenta a sí mismo como «el Hijo del Hombre», es decir, el prototipo humano. Este breve texto se refiere a tres temas: la vida, la convivencia y la supervivencia del creyente. Tiene una introducción y deja pendiente una conclusión, dado que no hay reacción de sus oyentes.
1. Introducción.
La afirmación de Jesús esta vez no provoca críticas hacia él, sino una acalorada polémica entre sus oyentes, que ahora sí están desorientados. Cuando Jesús les hablaba del «pan», ellos pensaban que se refería a una doctrina; pero al hablarles de su «carne», los desconcertó y se dividieron. No logran entender, pero el discípulo de Jesús, que piensa en la eucaristía, sí entiende.
2. La vida.
La fe es expresada ahora con dos metáforas del campo de la alimentación: «comer» y «beber». Ambas implican la interiorización, la asimilación y la relación con la vida. Para «comer», hay dos verbos: el primero (ἐσθίω) se refiere a la acción de alimentar la vida, y aparece tres veces; el otro (τρώγω), al proceso como se hace, y aparece cuatro veces. «Comer» (ἐσθίω) es apropiarse del alimento e incorporarlo al propio ser para sostener la vida. Y esto se hace procesualmente, por porciones (τρώγω). La fe equivale también a hacer propia la «carne» de Jesús que, con todo y ser mortal, comunica el Espíritu e infunde vida inmortal. Esta realidad humana de Jesús se asimila gradualmente en el proceso del seguimiento.
«Beber» es apropiarse de un líquido, que no hay que procesar, sino solo ingerir. Lo que se bebe es la «sangre» de Jesús. Separada de su «carne», implica la muerte, y muerte violenta. Eso significa que asociarse a la muerte de Jesús es, paradójicamente, garantía de vida eterna. Explica esto el hecho de que Jesús muere dando su vida, entregándola por la vida y la libertad de todos, lo cual manifiesta el Espíritu de Dios que habita en él. Y el Espíritu es el que infunde vida eterna.
Así queda claro que solamente apropiándose de la vida y de la muerte de Jesús puede el hombre alcanzar una vida que supere la muerte. Esos son alimentos verdaderos, porque garantizan vida.
3. La convivencia.
La fe, entendida como asimilación de la «carne» y la «sangre» de Jesús, crea comunión entre él y el que las come. «Seguir» o permanecer con Jesús es vivir en su amor (cf. Jn 15,10), lo cual exige la presencia y la actividad del Espíritu Santo. Por consiguiente, la fe en él, expresada en términos de «comer su carne» y «beber su sangre», une íntimamente a Jesús en una relación de comunión de vida que genera comunidad de camino y de destino: «sigue conmigo y yo con él».
Pero también esta comunión involucra al Padre. Jesús, en su calidad de Hijo, fue enviado por el Padre para dar vida (cf. Jn 5,19-21.26), y él les transmite el Espíritu Santo a los suyos con el fin de que cumplan la misma misión que él (cf. Jn 20,21-22). El Padre es Espíritu, y los que adoran al Padre lo hacen comunicando su amor sin desfallecer (cf. Jn 4,24). Jesús vive de ese amor del Padre y en él encuentra su satisfacción (cf. Jn 4,32.34); por eso, él demuestra su amor a los suyos del mismo modo que el Padre se lo demostró a él, y así ellos pueden participar de su alegría (cf. Jn 15,9-11) comunicando a otros la misma calidad de vida que ellos recibieron de él, el Espíritu Santo, y satisfaciendo así plenamente sus anhelos de amor en esa convivencia.
4. La supervivencia.
Jesús reitera su condición de «pan», pero ya no entendido como un maestro de sabiduría, sino como el modelo de vida y de convivencia que le permite al ser humano realizarse plenamente y ser feliz. Hay dos panes: el falso, el que ellos consideraban «del cielo», y el verdadero (cf. Jn 6,32), que es él, dado por el Padre a la humanidad como demostración de amor «para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca» (cf. Jn 3,16). El auténtico éxodo (éxito) del ser humano se realiza «comiendo» este pan. Los otros panes, incluido el maná, no son garantía de vida indestructible; el que los come sobrevive temporalmente, pero no puede hacerlo definitivamente. La adhesión a la vida entregada («carne») y a la muerte testimonial («sangre») de Jesús sí garantiza vivir para siempre.
5. Conclusión.
La ausencia de reacción por parte de los oyentes deja la cuestión en suspenso. Los discípulos se han mantenido al margen hasta el momento. Pero a todos les queda claro que Jesús no propone un triunfalismo milagroso, sino una entrega generosa de amor hasta la muerte.
Recibir el pan de parte del Padre, como enseña Jesús, compromete a compartirlo con libertad, desprendimiento y generosidad para crear solidaridad. Esto no es para masas, ni para ciudadanos concienzudos, sino para «hombres adultos», es decir, creyentes llenos del Espíritu Santo.
El pan partido, repartido y compartido con alegría nos anticipa el banquete del reino de Dios en la historia y nos hace constructores de la nueva sociedad humana. Así nos preparamos para el banquete eterno, en el reino del Padre, donde la muerte habrá sido vencida para siempre.
Las asambleas dominicales de las comunidades cristianas celebran el domingo al Señor Jesús, el crucificado vencedor de la muerte, quien ilumina nuestras cruces actuales dándonos ánimo para el camino: «el que come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él».
¡Feliz día del Señor!
Comentarios en Facebook