9 de julio.
Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.
Patrona de Colombia.
El nombre de la población –dicen– viene del vocablo indígena Xequenquirá, que, según unos, significa lugar pantanoso y nublado, y, según otros, significa pueblo sacerdotal (allí, en la isla de la laguna de Fúquene iban a ofrecer los indígenas el culto a los dioses muiscas).
Allí, según la tradición local, el 26 de diciembre de 1586 una imagen de la Virgen María se mostró refulgente y, desde entonces, comenzaron las manifestaciones de fe del pueblo católico en lo que finalmente se convirtió en un concurrido santuario. Esta fiesta es netamente colombiana, y es una bendición para este país que necesita redescubrir el valor de la vida humana, restaurar la sana convivencia social y despejar su horizonte de futuro.
1. Primera lectura (Ef 1,3-6.11-12).
La lectura de la carta a los efesios nos remite al designio original del Padre: la unión de todos los pueblos, que se fundamenta en la reconciliación de los seres humanos («lo terrestre») con Dios («lo celeste»). Desde el principio nos destinó a estar consagrados a él por el amor.
Destacamos hoy el hecho de que «nos agració» (ἐχαρίτωσεν ἡμᾶς) por medio de su Hijo querido, justamente porque María es llamada «agraciada»/favorecida (κεχαριτωμένη). En ella se realiza el proyecto al cual Dios destinó a toda la humanidad por medio de su Hijo.
Esta generosidad/gracia de Dios es gratuita, pero no superflua. María no es objeto pasivo de la gracia de Dios sino cooperadora activa con su fe.
La expresión «para himno a su gloria» (εἰς ἔπαινον δόξης: vv. 6.12.14) referida al Padre, a su Hijo y a su Espíritu, marca el himno de bendición (1,3-19) que abre la carta a los efesios. La lectura que de él se hace en esta fiesta solo trae las dos primeras veces en que aparece.
La primera parte (vv. 3-6) es bendición de estilo judío y contenido cristiano. El hombre bendice dando gracias a Dios, que lo bendice infundiéndole su vida, su Espíritu. Bendice (agradece) por:
• La elección.
• La predestinación.
• La liberación («redención»: v. 7, omitido).
La segunda parte (vv. 11-12) agradece:
• El comienzo de la salvación por la raza de Abraham.
• La realización del designio divino.
• El cumplimiento de la promesa hecha a Abraham.
Pero el Mesías no estaba destinado solo a los judíos (vv. 13-14, omitidos).
2. Evangelio (Lc 11,27-8).
Jesús explicaba que la eficacia liberadora de su actividad depende de la radicalidad de la opción de fe por él. Entonces, una mujer anónima, vocera del «resto de Israel», reaccionó en su favor:
• Dichoso el vientre que te llevó… Considera que la dicha de la «madre» (nación) de Jesús reside en la generación biológica. Israel es un pueblo afortunado por haber sido el origen étnico de Jesús.
• … y los pechos que te criaron. Radica esa dicha en la transmisión de la leche (la enseñanza) materna (nacional), o sea, en las tradiciones judías. Ese legado, asumido por Jesús, está en buenas manos.
Esta dicha contrasta con la que Jesús declara a las mujeres de Jerusalén, la ciudad que rechazó al Mesías: «Dichosas las estériles, los vientres que no han parido y los pechos que no han criado» (Lc 23,29). La dicha no radica en la vinculación étnica ni cultural con él, sino en la fe dada a él.
Por eso, Jesús retoma e interpreta con su autoridad lo que ya había profetizado su madre, María: «Me llamarán dichosa todas las generaciones» (Lc 1,48):
• Mejor: ¡dichosos los que escuchan el mensaje de Dios…La dicha no se refiere al pasado, sino al presente. Consiste en ser un pueblo nuevo, no constituido por vínculos biológicos o culturales, sino por la escucha del mensaje de Dios (cf. Lc 8,21).
• … y lo cumplen! La dicha se completa en la fidelidad al mensaje, que ahora es la norma de alianza con Dios. Queda así superada la Ley nacional por el Espíritu universal, y la alianza con Abraham cede paso la alianza con Jesús (cf. Lc 22,17-18).
Jesús va más allá de los vínculos de «la carne» (biológicos, culturales) y nos conduce al reino, a la nueva familia de Dios, basada en la fe (escucha y compromiso).
Hay dos maneras de considerar «dichosa» a María:
1. Por los vínculos de la carne con Jesús: «el vientre que te llevó y los pechos que te criaron».
2. Por su fe comprometida: «los que escuchan el mensaje de Dios y lo guardan».
En muchas comunidades aún se hace demasiado énfasis en los vínculos de la carne: parentesco consanguíneo de Jesús con María, relación de madre-hijo en perspectiva biológica, ascendiente de María en relación con Jesús por el hecho de ser su madre… y también su papel en la Iglesia y en la vida del creyente («discípulo amado») se enfoca en esa perspectiva.
Otras comunidades, más maduras en la fe, advierten el sentido que tienen las palabras de Jesús en conexión con la parábola del sembrador (cf. Lc 8,15). María es «la tierra buena» donde el mensaje de Dios dio fruto, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1,42).
Por eso, si ella es «dichosa por haber creído» (cf. Lc 1,45) y si desde entonces la llaman dichosa «todas las generaciones» (Lc 1,48) es por la obra que Dios ha hecho en ella, y porque ella escucha las palabras de Jesús y las pone por obra (cf. Lc 8,21; 6,47).
La figura evangélica de María es muy superior a la que pueden delinear apenas parcialmente las advocaciones y las apariciones. Es aquella la que debe iluminar a estas, y no al contrario.
La justicia y la paz que buscamos los colombianos no se darán por motivaciones basadas en los vínculos de la carne sino por la escucha generosa y la práctica comprometida de la buena noticia de Jesucristo. La mera pertenencia sociológica a la Iglesia católica no basta para llamarse católico. Tampoco la sola invocación del nombre de la Virgen María lo constituye a uno católico. La madre del Señor hace de puente entre el antiguo pueblo y el nuevo. Según la carne, pertenece a la raza de Abraham, pero por la fe en el Señor pertenece al reino de Dios.
Muchos han criticado que Colombia se hubiera consagrado por ley al Corazón de Jesús, pero no porque esta consagración se hubiera hecho efectiva por la fe (escuchar y cumplir el Evangelio), sino precisamente porque fue hecha por ley. La madre del Señor no necesita admiradores sino hijos como el discípulo amado, imitadores de su adhesión, amor y seguimiento al Señor, como discípula suya. La verdadera devoción a María –enseñó el Concilio Vaticano II– no consiste:
• en sentimentalismo estéril ni
• en vana credulidad.
Sino que:
• procede de la fe auténtica,
• reconoce la excelencia de la madre del Señor y Dios nuestro Jesucristo,
• impulsa a un amor filial a ella,
• y a la imitación de sus virtudes.
Al comulgar con el cuerpo de Cristo, espiritualmente nos asociamos al misterio de la encarnación y nos hacemos un solo cuerpo entre nosotros, y María forma ese cuerpo con nosotros.
Feliz fiesta.
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