La última gran gallera de Sincelejo sigue dando la pelea

La gran Gallera San José, la única que queda en Sincelejo.
Angeles

Al lado de modernos locales comerciales, frente a una avenida citadina que le hace contraste y escoltada por complejos residenciales que, igualmente, le exaltan como una maravilla del moderno mundo criollo, sobrevive la última gran gallera de Sincelejo.

Tiene la fortaleza estructural del primer día y un prestigio levantado a punta de importantes concentraciones con invitados de Sur y Centro América.

El Club Gallístico San José sigue vivo 52 años después de haber abierto sus puertas, que han necesitado apenas unas manos de pintura para seguir albergando torneos con bullicio y apuestas que, aunque escasos, todavía dan la pelea.

La idea de construir este coliseo, que estuviera a la altura del naciente departamento de Sucre, fue de un hombre con nombre de poeta y alma de gallero.

José Asunción Silva, fallecido hace 16 años, fue el mentor de este club que guarda tantas historias y que lidia con los animalistas que, de vez en cuando, sacan sus espuelas.

Silva necesitó mucha plata para parar con hormigón una decena de robustas columnas, gradas, escaleras y un ‘volado’ (visera) que protege de la lluvia y el sol en la puerta de entrada.

La gallera es una auténtica réplica a escala del Coliseo de Ferias de Sincelejo. No por casualidad, sino porque el arquitecto-ingeniero fue el mismo para ambas edificaciones: el corozalero José Rodrigo De Vivero.

Un punto más para considerar que la San José es una gran gallera, porque, junto con la capilla del Cementerio Central (también con un ‘volado’ de hormigón), y el antiguo Club Campestre, forman parte de los inicios de la arquitectura moderna de la capital sucreña.

Y más si se tiene en cuenta que la exigencia del ‘poeta de los gallos’ era tal que, si De Vivero le recomendaba varillas de equis pulgadas, él redoblaba la medida, como queriendo que esa obra, al igual que la tradición, durara para siempre.

Una cosa es hablar de la San José y otra es verla. No tiene grietas, pese a sus más de 50 años.

Una cuestión de honor

Estos detalles se conocen en el relato de Manuel, el primogénito de José Asunción, para quien mantener este club es algo que trasciende la herencia.

«Prácticamente, nací con un gallo en la pata de la cuna. Mi papá fue gallero de toda la vida», tradición también adquirida a través de su padre: mi abuelo Ángel Silva Hernández, que también fue un gran criador y peleador de gallos».

La gallera es para Manuel, como lo fue para su papá, todo: una forma de vida, un negocio, una tradición y una forjadora de amistades.

Desde 1967 hasta estos días, Manuel siente que el negocio ya no es igual de próspero; las cosas en este mundo de las apuestas empeñadas en la palabra están tan duras como la mazorca criolla que desgrana para sus ‘pupilos’, que no paran de cantar con finura. Tiene 20, y son los únicos en Sucre con tamaña gallera propia.

El negocio ha cambiado, aunque la esencia sea la misma: jugarse el dinero, la palabra y la reputación detrás de un ave arisca.

Antes, bastaba con llevar el gallo, echarlo al ruedo y animar frenéticamente el encuentro a muerte. El peso y el tamaño eran los requisitos básicos, la suerte hacía lo demás.

Pero la tecnología ha penetrado las entrañas del los coliseos, picoteando las ganancias, y dejando a Manuel y quién sabe a cuántos galleros más rejugados, con una resignación que no alcanza a cortarles las alas.

«Ahora tienes que inscribir los grupos de cuatro gallos, pesarlos, anillarlos, eso va a un computador, el computador hace un sorteo, ahí te da la relación de tus peleas y cuántas salen en la noche. Es algo más organizado».

Así es el negocio en Colombia, los gallos son marcados, los echan con ejemplares de otros departamentos y países con los que compartan ese registro para que no haya dudas de que el enfrentamiento será equitativo y no se arriesgue la convivencia que caracteriza a las galleras, donde los únicos que pelean son los animales.

«Lo que se permite, más o menos, es un mes de diferencia (de edad) . Ya lo tienen establecido. Esto ha cambiado mucho. En parte, al negocio no le convino. Muchas galleras esperan eventos para abrir sus puertas, a veces organizamos torneos locales para mantener la actividad gallística».

Un regalo para Sucre

Tener una gallera propia no fue solo un capricho de Ángel Silva. Él quiso que fuera un regalo infaltable para su departamento, que celebró su segregación de Bolívar, en 1967, con una pelea de gallos. En la zona preferencial, que hoy llamarían VIP, caben 110 personas y en las graderías 1.200.

Desde entonces no hay año en el que los mejores galleros de la región se rieguen como maíz en la San José para, en honor al mariscal fundador, darse el gusto de decir: ¡Juega!

Antes las peleas eran en marzo, pues el 1º es el cumpleaños de Sucre, pero luego se fueron corriendo a enero para hacer moñona con las Fiestas del 20 en Sincelejo. Así, son otro plato del menú cultural de la llamada «fiesta buena».

El más reciente torneo tradicional fue el 18 de enero de este año. A los 8:00 de la mañana, los contendores estaban pesándose y a las 2:00 de la tarde los jueces ya habían prendido la fiesta con solo una seña.

Una verdadera ruleta en la que así como se pierde se gana, y donde se dan cita los dueños de las cuerdas más famosas. Porque en la gallería como en las corralejas, el propietario también es de renombre.

En la gallería a los equipos se les denomina cuerdas y así se hacen famosas consiguiendo prestigio a base de triunfos .

La cuerda Cerro, de Emiro Cerro; La Montañita, de Eduardo Chagüi; la Turbay, de Alejandro; y La Cobra, de Gonzalo Sanabria, son algunos ejemplos en el Caribe colombiano.

La fama de los gallos ha sido otro cambio del negocio: los de antaño tenían un nombre escogido ya sea por su carácter o en homenaje a algún personaje de moda.

Como El Tapa Portillo, que protagonizó riñas de leyenda y su dueño anécdotas que son recordadas por décadas.

«Ese Tapa Portillo se lo regalaron a un señor adinerado aqui en Sincelejo, el tipo hacía negocios y cuando iba a pelear su gallo y tenia algún préstamo en el banco, deudas que tenía que pagar, el gallo era un gran gallo y ganaba y con eso cubría las culebras que tenía».

Algunos gallos famosos que han pasado por la San José son: El Ángel Blanco, El Ají, La Mecedora, Media Noche, entre otros. Silva no bautiza sus gallos .

Pero hizo una excepción cuando el primer gobierno de Álvaro Uribe Velez, bautizó uno con el apellido del expresidente.

Esa anécdota sirve para recordar que cuando no hay concentraciones la gallera San José ha servido para que en ella se lancen al ruedo otros pollos o gallos: los políticos.

Silva Jr. se ríe nada más de pensar que un gallo sea bautizado Duque y otro Petro y que el segundo pierda, porque los ‘ataques’ entre galleros, que más bien son chanzas que no pasan a mayores, estallen a la par de la euforia que se experimenta al ver una riña.

Después de vaciar su caja de recuerdos y de repasar la historia familiar alrededor de la San José, responde a una pregunta que, asegura, no le causa inquietud. Pero lo dice muy rápido, y basta verle la cara para pensar que es una mentira sana.

«Hasta ahora estamos quietos. Tengo dos hijas, pero están un poco al margen de esto porque tienen… No sé cómo será esto en adelante, pero ya hay que ir delegando. Estoy tranquilo, uno no se puede dar mala vida, hay que ir viviendo el día a día. Estoy seguro de que en manos de quien quede, está bien».

Silva cierra las puertas de la San José, donde más de diez días después del torneo, aún hay plumas en el piso. Las peleas fueron buenas. La tarde ha caído y ha pasado otro día para esta mole de cemento a la que con solo ver de lejos no se le puede pronosticar el tiempo que le queda de vida.

Y para él pasó otro día de este encargo que se convirtió en pasión y del que han pasado 16 años. Bastó que su padre se lo pidiera y que él respondiera un «Sí» con palabra de gallero de la gran San José.

«En esto conoces muchas personas, haces mucha amistad, esto es de nobleza y de orgullo, es muy bonito…»

Manuel Silva sostiene uno de sus gallos. Mantener estos animales es costoso. Algunos reciben atención de un zootecnista o veterinario y su alimentación es esmerada.

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