La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-viernes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Viernes de la XXV semana del Tiempo Ordinario. Año I

San Vicente de Paúl, presbítero
Memoria obligatoria
Color blanco

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura de la profecía de Ageo (2,1-9):

El año segundo del reinado de Darío, el día veintiuno del séptimo mes, vino la palabra del Señor por medio del profeta Ageo: «Di a Zorobabel, hijo de Salatiel, gobernador de Judea, y a Josué, hijo de Josadak, sumo sacerdote, y al resto del pueblo: «¿Quién entre vosotros vive todavía, de los que vieron este templo en su esplendor primitivo? ¿Y qué veis vosotros ahora? ¿No es como si no existiese ante vuestros ojos? ¡Ánimo!, Zorobabel –oráculo del Señor–, ¡Ánimo!, Josué, hijo de Josadak, sumo sacerdote; ¡Ánimo!, pueblo entero –oráculo del Señor–, a la obra, que yo estoy con vosotros –oráculo del Señor de los ejércitos–. La palabra pactada con vosotros cuando salíais de Egipto, y mi espíritu habitan con vosotros: no temáis. Así dice el Señor de los ejércitos: Todavía un poco más, y agitaré cielo y tierra, mar y continentes. Pondré en movimiento los pueblos; vendrán las riquezas de todo el mundo, y llenaré de gloria este templo –dice el Señor de los ejércitos–. Mía es la plata y mío es el oro –dice el Señor de los ejércitos–. La gloria de este segundo templo será mayor que la del primero –dice el Señor de los ejércitos–; y en este sitio daré la paz –oráculo del Señor de los ejércitos.–»»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 42,1.2.3.4

R/.
 Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío»


Hazme justicia, oh Dios,
defiende mi causa contra gente sin piedad,
sálvame del hombre traidor y malvado. R/.

Tú eres mi Dios y protector,
¿por qué me rechazas?,
¿por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo? R/.

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada. R/.

Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la citara,
Dios, Dios mío. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,18-22):

Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y añadió: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
 
Viernes de la XXV semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
Ageo insistió en el contraste ente la ingente magnitud de los esfuerzos con la escasez de los resultados. El autor, habituado al esquema de pecado-castigo, presentó ese contraste como represalia del Señor de la naturaleza y de la historia («Señor de los ejércitos») en razón de que ellos disfrutaban de casa habitable, en tanto que la casa del Señor estaba en ruinas. Le atribuyó también al Señor la sequía y la infertilidad de la tierra, su deforestación y la improductividad de los cultivos (trigo, vino, aceite) y de la ganadería (1,9-11).
El oráculo anterior encontró eco en «Zorobabel, hijo de Sealtiel, Josué, hijo de Josadac, sumo sacerdote, y todo el resto (שְׁאֵרִית) del pueblo» (1,12), quienes lo reconocieron como mensaje del Señor y lo recibieron con respeto religioso. Ante esa reacción, Ageo le garantizó al pueblo la presencia del Señor, y esto produjo la moción espiritual en dichos tres actores (Zorobabel, Josué y el resto), los cuales se decidieron a emprender las obras del templo (cf. Ag 1,12-15).
 
Ageo 1,15b-2,9.
Segundo oráculo de Ageo. Mediados de octubre del 520, último día de la fiesta de las Chozas.
La ocasión es festiva y fastuosa, de grandes ceremonias en el templo y de gran concurrencia de peregrinos. Es el segundo año del reinado de Darío y se presagian conmociones cósmicas (cambios en la geopolítica), agitación de los pueblos y relevos de reinos e imperios. Pero era también la oportunidad en que Israel celebraba la conmemoración de la salida de Egipto y la travesía por el desierto habitando en chozas durante siete días. Esta fiesta se asociaba tanto al templo como al cumplimiento de la promesa mesiánica.
El oráculo se dirige ahora «a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judea, y a Josué, hijo de Yosadac, sumo sacerdote, y al resto del pueblo». Añade «el resto del pueblo» al anterior.
Los que pudieron ver el templo antiguo (cf. Esd 3,12) con todo su esplendor ahora no ven nada de eso, solo ven ruinas. Contrasta esa ruinosa realidad actual con la añoranza producida por la gloriosa realidad pasada, que pocos pueden confirmar. Pero ahora no acusa al pueblo por ese fracaso, sino que, como «mensajero del Señor» (1,13), ahora se propone consolar.
Por eso, insiste por tres veces (totalidad homogénea), «el Señor de los ejércitos» los convoca a la esperanza. Llamar a Dios «Señor de los ejércitos» tiene doble sentido: a) por un lado, se refiere a los astros como creaturas de Dios (los «ejércitos celestes»): afirma que el Señor es el dueño de toda la creación; por el otro, como los caldeos adoraban los astros y les atribuían el destino de los hombres, Ageo afirma que el Señor es dueño de la historia. El espacio y el tiempo le pertenecen; no lo determinan, él los gobierna. Sus palabras de aliento se parecen a las que Josué escuchó en su momento (cf. Jos 1,6-7.9.18), que suenan como una invitación a confiar en que la empresa que podría parecer imposible no lo es en realidad. Esa expresión «pueblo entero» (lit.: «pueblo de la tierra») designaba anteriormente a la población campesina con plenos derechos ciudadanos, hombres leales al rey (cf. 2Rey 11,18; 21,14); ahora designa a la «gente del común», en relación con los dirigentes civiles y religiosos.
Por eso se remite, en primer lugar, a la historia y evoca la salida de Egipto y la alianza pactada entonces: el Espíritu del Señor –como otrora la columna de fuego o de nube (cf. Ex 13,21-22; 14,19)– todavía permanece en medio del pueblo, no hay por qué desanimarse. La alianza fue una palabra «viva» (eficaz, activa, comprometedora para ambas partes) y estableció entre Dios y el pueblo una relación que –aunque el pueblo fue infiel– el Señor mantiene en virtud de su fidelidad (está «en medio» de ellos), su «espíritu» (entendido aquí como el mismo Señor en cuanto actúa en ellos) permanece en el pueblo. El Señor sigue fiel a su alianza.
Ageo ve la creación y la historia referidas a un centro a donde confluye la realización de los designios del Señor, el templo de Jerusalén (cf. Is 2,2-5; Mi 4,1-4; Isa 60). Enseguida promete una agitación del orden social internacional –con las imágenes de una conmoción cósmica: catástrofes y temblores–: «dentro de poco, yo agitaré cielos y tierra, mares y continentes», conmoción que beneficiará a su pueblo. Hasta el momento, las revoluciones, las caídas y los surgimientos de nuevos imperios fueron adversos; esta vez no será así. Este es un privilegio que no tuvo al templo edificado por Salomón, porque este fue destruido. La convergencia de las riquezas de las naciones no se refiere solamente a la precaria situación de los judíos, que a la sazón no podían levantar un templo suntuoso por carecer de recursos económicos, sino a que el Señor les abre espacio a otras riquezas de las naciones, a sus riquezas espirituales, y por eso promete llenar el templo de «gloria» (fama, prestigio) en su condición de «Señor de los ejércitos». Él cambiará la geografía y la historia. El término «riqueza» (חֶמְדָה) denota lo que es objeto de deseo, de anhelo, y en sentido amplio describe la felicidad de los tiempos que se esperan, los del Mesías.
En segundo lugar, afirma que él es dueño y señor de todo –«el oro y la plata» son los metales más preciados– y todo esto se pondrá a disposición del templo. Esta es otra declaración en su condición de «Señor de los ejércitos». Si antes se refirió a los tesoros espirituales, ahora habla de las riquezas materiales, y nuevamente hace mención de la «gloria», en otra acepción del término hebreo (כָּבוֹד: riqueza económica).
Por último, hace un tercer anuncio de la «gloria». Es de tal magnitud esta intervención suya como Señor de la naturaleza y de la historia («Señor de los ejércitos»), que el esplendor (כָּבוֹד) del segundo templo sobrepasará el del primero porque en este Dios dará la paz. Esta promesa está también avalada por la triple aseveración de que quien habla por boca del profeta es el mismo Señor de los ejércitos (v. 4). La paz a la que se refiere Ageo es la plenitud de los bienes mesiánicos: bienestar, seguridad, armonía entre Dios y el hombre, entre los hombres y entre los hombres y las creaturas y entre las creaturas, unas con otras (cf. Isa 11,6-9; Jer 33,6-9).
 
Es pertinente insistir en que Ageo no le apunta solo de la construcción de un edificio sino a la reconstrucción del pueblo mismo como pueblo de Dios. Dios renueva la alianza y asegura que la historia y la creación están al servicio de ese designio, cuya meta es la paz: la felicidad en la armonía. Dios permanece fiel a su amor y cumple sus promesas. Nosotros podemos mantener la fe sin desanimarnos, con la esperanza de que la paz prometida vendrá, como lo anuncia el Señor de la naturaleza y de la historia. Y hay que tener presente que este segundo templo, restaurado por Herodes, fue el que visitó Jesús, que es «nuestra paz» (Ef 2,14).
Aunque no sea como la han entendido «los hombres» la promesa, que es la vida en plenitud, se ha venido cumpliendo y, al mismo tiempo, esclareciendo. Cada vez comprendemos mejor cuál es en realidad esa generosa promesa del Señor.
Fruto de la tierra (creación) y del trabajo de los hombres (historia), los dones eucarísticos nos anticipan el cumplimiento de «la promesa del Padre» (cf. Lc 24,49): el don del Espíritu Santo por mediación del Mesías resucitado, para darnos vida eterna y resucitarnos de la muerte.
Feliz viernes.

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