La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-viernes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Viernes de la XX semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Comienzo del libro de Rut (1,1.3-6.14b-16.22):

En tiempo de los jueces, hubo hambre en el país, y un hombre emigró, con su mujer Noemí y sus dos hijos, desde Belén de Judá a la campiña de Moab. Elimelec, el marido de Noemí, murió, y quedaron con ella sus dos hijos, que se casaron con dos mujeres moabitas: una se llamaba Orfá y la otra Rut. Pero, al cabo de diez años de residir allí, murieron también los dos hijos, y la mujer se quedó sin marido y sin hijos. Al enterarse de que el Señor había atendido a su pueblo dándole pan, Noemí, con sus dos nueras, emprendió el camino de vuelta desde la campiña de Moab. Orfá se despidió de su suegra y volvió a su pueblo, mientras que Rut se quedó con Noemí. 
Noemí le dijo: «Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su dios. Vuélvete tú con ella.» 
Pero Rut contestó: «No insistas en que te deje y me vuelva. Donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios.» 
Así fue como Noemí, con su nuera Rut, la moabita, volvió de la campiña de Moab. Empezaba la siega de la cebada cuando llegaron a Belén.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 145,5-6ab.6c-7.8-9a.9be-10

R/.
 Alaba, alma mía, al Señor

Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, 
el que espera en el Señor, su Dios, 
que hizo el cielo y la tierra, 
el mar y cuanto hay en él. R/. 

Que mantiene su fidelidad perpetuamente, 
que hace justicia a los oprimidos, 
que da pan a los hambrientos. 
El Señor liberta a los cautivos. R/. 

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan, 
el Señor ama a los justos. 
El Señor guarda a los peregrinos. R/.

Sustenta al huérfano y a la viuda 
y trastorna el camino de los malvados. 
El Señor reina eternamente, 
tu Dios, Sión, de edad en edad. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,34-40):

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» 
Él le dijo: «»Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.» Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
Viernes de la XX semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
La cronología interna del relato nos sitúa «en el tiempo en que gobernaban los jueces». Comienza con una narración de emigración y repatriación: de Belén a Moab y de Moab a Belén. Vale la pena leer completa la introducción del libro (1,1-6), aunque el leccionario omita el v. 2. La época que narra el libro de los Jueces es época de cuentos. No es una historia, por eso las coordenadas de tiempo y espacio no se precisan con detalle. Los personajes tienen nombres significativos:
• Elimélec (אֱלִימֶלֶךְ): mi Dios es rey.
• Noemí (נָעֳמִי): mi favorita, mi dulzura.
• Majlón (מַחְלוֹן): débil, estéril, enfermo.
• Kilión (כִלְיוֹן): acabado, agotado, consumido.
• Rut (רוּת): alivio/consuelo.
• Orfá (עָרְפָּה): (etimología incierta).
 
Rut 1,1.3-6.14b-16.22.
La introducción deja claro con sus datos que el autor del libro no se propone referir una historia, sino relatar un cuento verosímil con una finalidad didáctica. «El tiempo de los jueces» puede ser una expresión semejante a la española «en tiempos de bárbaras naciones», dado que entonces se daban períodos de guerra sucedidos por otros de tranquilidad, lo que provocaba la alternancia de períodos de escasez seguidos de otros de producción y relativo bienestar.
En los períodos de escasez de alimentos, como sucede con todas las especies, las familias tenían que emigrar a buscarlos donde los hubiera. Aquí el hambre aparece como un recurso del narrador para poner en movimiento una familia que sale de Belén («casa del pan») para irse a un territorio extranjero («la campiña de Moab») en calidad de residentes extranjeros. Hasta el momento, toda la familia permanece en el anonimato, lo que indica que es una situación común y frecuente.
La presentación de la familia se hace en el v. 2 (omitido por el leccionario), que ya se adelantó en la introducción. Ya en el v. 1 se había dicho que la iniciativa de la emigración la tomó el jefe de la familia («un hombre emigró desde Belén…»), como correspondía. Los hijos desempeñarán un papel puramente simbólico, sus vidas serán fugaces. Y finalmente se constata su llegada a la tierra de su destino, sin detalles, porque lo que interesa es lo que sigue a continuación. Inclusive, la larga estancia de la familia en Moab («unos diez años») se narra en pocas palabras.
Aconteció la muerte de Elimélec. La familia quedó en una condición de extrema marginalidad. La tríada «forasteros (pobres), huérfanos y viudas», que caracterizaba a los excluidos en aquella sociedad, califica esta familia. Luego, se casaron los dos hijos con mujeres moabitas, Orfá y Rut, pero ellos no sobrevivieron mucho tiempo a su padre –diez años– y murieron sin haber tenido hijos. Ahora la marginalidad alcanza su cumbre: tres viudas pobres sin hijos. Noemí, totalmente sola en país extranjero, decidió volver a Belén («casa del pan») porque «el Señor había atendido a su pueblo dándole pan». Emigró con marido y con hijos, y se dispone a volver sola.
De las seis veces que aparece el verbo «volver» (שׁוּב), cuatro se refieren al punto de partida (cf. vv. 8.11.12.14) y dos el punto de llegada (cf. vv. 7.10). A diferencia del principio (v. 1), ahora la migración la encabeza una mujer. Noemí apremió a sus nueras a regresar a sus respectivas casas con efusión de sentimientos de gratitud, con deseos de que el Señor, su Dios –por encima de las barreras nacionales–, las bendijera y les recompensara su buen comportamiento hacia ella y sus hijos difuntos, y con argumentos razonables sobre su incierto futuro al lado de ella. Pero ellas se negaron alzando la voz y llorando, y manifestaron su intención de quedarse con ella. Finalmente, Orfá se regresó, pero Rut se quedó con su suegra, cambiando así de pueblo y de Dios, aunque, por el matrimonio de ambas con israelitas podían ser consideradas ambas como pertenecientes al pueblo de Israel, razón por la que Nohemí las bendijo en nombre del Señor.
La decisión de Rut implica que ella renunció al legítimo ideal de tener un marido y de parir hijos, todo por piedad con su suegra, a la que decidió acompañar en su sombrío destino (cf. 1,12-13). La considerada insistencia de Nohemí se encontró con la devota resistencia de Rut que añadió a su fidelidad un juramento y una imprecación para terminar asegurando «solo la muerte nos podrá separar» (v. 17, omitido). Son palabras solemnes, las más solemnes del capítulo, y con sonoridad rítmica. Es la primera vez que Rut habla sola; hasta ahora lo había hecho a coro con Orfá.
El viaje de retorno es también narrado sobriamente, porque lo único que le interesa al autor es el punto de partida, Moab (vv. 6.22) y el de llegada, Belén (vv. 7.19). Su llegada causó un alboroto, sobre todo entre las mujeres. Nohemí, aludiendo al significado de su nombre, derramó la congoja que amargaba su alma, atribuyéndole al Todopoderoso Señor la causa de su amargura. El nombre que llevaba sonaba ahora irónico y hasta burlesco. La atribución de su desgracia al Todopoderoso (שַׁדַּי: dos veces) corresponde, por un lado, a la convicción de que todo procede del Señor (para afirmar su unicidad), enumerando los opuestos (cf. Is 45,6-7), y, por el otro, para darle cierto aire de antigüedad al relato, utilizando ese nombre arcaico y la concepción de Dios aneja al mismo.
Llegaron a Belén para la siega de la cebada, tiempo de alegría (cf. Is 9,2), pese a la amargura de Noemí, pues Rut presagia la alegría y la vida. Hay una esperanza latente en medio de tanto dolor. La aventura de Moab y todo lo que la provocó llegaron a su fin, y aunque sufrió y habría razón para cambiarse de nombre, de hecho, no lo cambia. La presencia de Rut «la moabita» es bálsamo que alivia sus dolores. Están a finales de abril y principios de mayo, y ante ellas se abre un futuro promisorio, propicio para la celebración; el tiempo del hambre insatisfecha ya quedó atrás.
 
El inexplicable sufrimiento de los justos no es definitivo ni tampoco determinante. La bondad, el valor y la rectitud vividos en el dolor se muestran fecundos, porque las personas no solo crecen humanamente, sino que Dios premia su fidelidad probada (demostrada) en la aflicción. «Rut la moabita» se muestra como la persona generosa y solidaria, dispuesta a cambiar sus prioridades individuales, sus valores culturales y sus arraigos naturales (familia, nación) para apoyar a una de su condición, viuda, pobre y extranjera, aceptando hacerse como ella –viuda y pobre, en un país distinto del suyo–, haciendo honor a su nombre.
El seguimiento de Jesús por parte del cristiano contiene esos rasgos: la opción por la pobreza en favor de los pobres, los sufrientes, los sometidos y las víctimas de la injusticia, y la solidaridad con ellos en la misericordia, la lealtad, la búsqueda de la felicidad, y la fidelidad a esa opción hasta el final, es el programa de las bienaventuranzas, la dicha que se obtiene de manera paradójica, al unir la propia suerte a la de los «perdedores» en este mundo, para hacerlos ciudadanos del reino.
Así es el sufrimiento de Jesús en la cruz, y el de todos los que, con él, cargan la cruz. De esa cruz brota el Espíritu Santo, cuya fuerza se nos transmite por medio del sacramento de la eucaristía.
Feliz viernes.

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