La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-viernes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Viernes de la XIX semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro de Josué (24,1-13):

En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén. Convocó a los ancianos de Israel, a los cabezas de familia, jueces y alguaciles, y se presentaron ante el Señor. 
Josué habló al pueblo: «Así dice el Señor, Dios de Israel: «Al otro lado del río Éufrates vivieron antaño vuestros padres, Teraj, padre de Abrahán y de Najor, sirviendo a otros dioses. Tomé a Abrahán, vuestro padre, del otro lado del río, lo conduje por todo el país de Canaán y multipliqué su descendencia dándole a Isaac. A Isaac le di Jacob y Esaú. A Esaú le di en propiedad la montaña de Seír, mientras que Jacob y sus hijos bajaron a Egipto. Envié a Moisés y Aarón para castigar a Egipto con los portentos que hice, y después os saqué de allí. Saqué de Egipto a vuestros padres; y llegasteis al mar. Los egipcios persiguieron a vuestros padres con caballería y carros hasta el mar Rojo. Pero gritaron al Señor, y él puso una nube oscura entre vosotros y los egipcios; después desplomó sobre ellos el mar, anegándolos. Vuestros ojos vieron lo que hice en Egipto. Después vivisteis en el desierto muchos años. Os llevé al país de los amorreos, que vivían en Transjordania; os atacaron, y os los entregué. Tomasteis posesión de sus tierras, y yo los exterminé ante vosotros. Entonces Balac, hijo de Sipor, rey de Moab, atacó a Israel; mandó llamar a Balaán, hijo de Beor, para que os maldijera; pero yo no quise oír a Balaán, que no tuvo más remedio que bendeciros, y os libré de sus manos. Pasasteis el Jordán y llegasteis a Jericó. Los jefes de Jericó os atacaron: los amorreos, fereceos, cananeos, hititas, guirgaseos, heveos y jebuseos; pero yo os los entregué; sembré el pánico ante vosotros, y expulsasteis a los dos reyes amorreos, no con tu espada ni con tu arco. Y os di una tierra por la que no habíais sudado, ciudades que no habíais construido, y en las que ahora vivís, viñedos y olivares que no habíais plantado, y de los que ahora coméis.»»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 135,1-3.16-18.21-22.24

R./
 Porque es eterna su misericordia

Dad gracias al Señor porque es bueno. R/. 

Dad gracias al Dios de los dioses. R/. 

Dad gracias al Señor de los señores. R/.

Guió por el desierto a su pueblo. R/.

Él hirió a reyes famosos. R/.

Dio muerte a reyes poderosos. R/.

Les dio su tierra en heredad. R/.

En heredad a Israel, su siervo. R/.

Y nos libró de nuestros opresores. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (19,3-12):

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: «¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?» 
Él les respondió: «¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne»? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.» 
Ellos insistieron: «¿Y por qué mandó Moisés darle acta de repudio y divorciarse?» 
Él les contestó: «Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestras mujeres; pero, al principio, no era así. Ahora os digo yo que, si uno se divorcia de su mujer –no hablo de impureza– y se casa con otra, comete adulterio.» 
Los discípulos le replicaron: «Si ésa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse.»
Pero él les dijo: «No todos pueden con eso, sólo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos por el reino de los cielos. El que pueda con esto, que lo haga.»

Palabra del Señor

La reflexión del padre Adalberto
Viernes de la XIX semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
Es bastante discutido el origen de este capítulo, pero es claro su mensaje. Se trata de ratificar la alianza del pueblo con el Señor como contrapartida al cumplimiento de la promesa por parte de Dios. Hay dos partes, que se distribuyen prácticamente en los dos últimos textos del libro que se proponen en esta lectura a grandes zancadas:
1. Alocución del Señor (vv. 1-13). Historia del pueblo: narración de lo que fue antes y después de que el Señor tomara la iniciativa de revelársele. Consta de siete etapas. Texto de hoy
2. Diálogo entre Josué y el pueblo (vv. 14-24). Exhortación a la fidelidad al Señor, expresada en la renuncia a la idolatría. Respuesta del pueblo. Texto de mañana.
 
Jos 24,2-13.
El capítulo comienza con tres acciones de Josué (v. 1, omitido): reunir «todas las tribus de Israel» (כָּל שִׁבְטֵי יִשְׂרָאֵל), convocar a las autoridades (ancianos, jefes, jueces y alguaciles) ante la presencia de Dios, y hablarle al pueblo. Se trata de una asamblea de estricto carácter religioso.
La introducción del «discurso de Dios» (Josué es su portavoz) es de corte profético, lo que sitúa a Josué en ese plano. El verdadero interlocutor del pueblo es el Señor.
Antes de la revelación. Al otro lado del río (Éufrates), Téraj y sus hijos Abram y Najor (se omite la mención de Harán) eran idólatras («servían a otros dioses»). De hecho, el nombre de Téraj alude a un culto dado a la divinidad Luna. Este culto a esas divinidades será el que terminará por ser prohibido a Israel (cf. Exo 20,3). No hay mención alguna de los antepasados semitas (Arfaxad, Sélaj Héber, Péleg, Reú, Sarug, Najor).
Revelación a Abraham. En un siguiente momento, se constata la irrupción del Señor: él tomó a Abraham «del otro lado del Río» (el Éufrates aparece como límite de frontera, lugar de la ruptura) y lo condujo a Canaán, donde lo multiplicó dándole a Isaac. No nombra a Ismael, omisión que pretende afirmar la unidad del pueblo, ni tampoco menciona la bajada de Abraham a Egipto.
La descendencia prometida. El «dar» hijos implica la prolongación del nombre y la garantía del futuro de la vida. Los dos hijos de Isaac, Esaú y Jacob, ratifican y multiplican el don que le hizo antes a Abraham dándole a Isaac. Pero no dice nada al respecto de estos hijos, excepto lo que seguirá a continuación, que no es lo que esperaría el que conoce la tradición patriarcal del Génesis.
Sus diferentes destinos. Con el énfasis dado al don de la tierra hecho a Esaú, contrasta el hecho de no mencionar iniciativa divina alguna en la bajada de Jacob y sus hijos a Egipto. Lo primero se presenta como un don divino («a Esaú le di en propiedad el monte de Seír»), lo segundo, por lo contrario, aparece como una iniciativa privada («Jacob y sus hijos bajaron a Egipto»)
La liberación de Egipto. Se extiende en este punto, pero no menciona la opresión egipcia; habla del paso del «Mar Rojo». La mención de Moisés y Aarón aparece claramente subordinada («envié a Moisés y Aarón»), porque el protagonista es el Señor. Menciona un «castigo» a Egipto, pero no explica la razón de ser del mismo, así mismo, menciona los «portentos» y la «sacada» de Egipto (se refiere aquí tanto a la generación presente como a los antepasados) y, por último, menciona los acontecimientos en torno al Mar Rojo: llegada de los israelitas, persecución por parte de los egipcios, apelación de los israelitas al Señor, la «nube oscura» de la que él se valió para proteger a los israelitas, y el «desplome» del mar sobre los egipcios… a los ojos de los israelitas. Es notable la extensión que le dedica el discurso a esta parte.
La estancia en el desierto. Llama la atención también la omisión respecto de la alianza del Sinaí, quizá para destacar más la alianza que se va a pactar enseguida, o tal vez para dar a entender que la que cuenta es la del presente. No se refiere a la idolatría ni a la rebeldía del pueblo, aunque sí habla de lo prolongada que fue la estancia en el desierto («muchos años»), estancia que no comenta ni justifica, como si el asunto no fuera tan digno de mención como el anterior. Solo menciona los favores de Dios, no sus «castigos».
Ocupación de Transjordania. Recuerda las victorias sobre los reyes amorreos (Og y Sijón: cf. Num 21,21-35), cuyos nombres no menciona. Se refiere a Balac y Balaam (Num 22–24), y da relieve a la acción protectora del Señor, que impidió la maldición y provocó la bendición de Balaam a favor de los israelitas. Pero no se refiere al grave pecado de Baal Fegor (Num 25) ni tampoco al consiguiente «castigo», omisión esta que prolonga la observación anotada anteriormente.
Ocupación de Cisjordania. Victoria sobre los poderosos de Jericó, expulsión de los (siete) pueblos por ellos representados, el pánico («la plaga de avispas») que los derrotó, y la tierra que ocuparon sin esfuerzo. Hay que notar que el énfasis del éxito de la conquista está puesto en la acción del Señor y no en las armas de los israelitas («no con tu espada ni con tu arco»). El discurso enumera tres dones: la victoria sobre los «dueños» de Jericó, la expulsión de los pueblos y la recepción de tierra, ciudades y campos cultivados.
 
 El autor parece empeñado en señalar solo los beneficios de Dios sin mencionar los pecados del pueblo ni sus correspondientes consecuencias («castigos»), con el claro propósito de facilitar la adhesión de fe a él. Pero, al mismo tiempo, haciendo la mirada retrospectiva y recordando que el pueblo tiene un pasado que hunde raíces en la idolatría, y teniendo en cuenta el entorno, que es también politeísta, Josué quiere que el pueblo –que ciertamente es mixto desde que salió del país de la esclavitud– al que muy probablemente se le están vinculando algunos residentes de los pueblos ocupados, afiance su fe en el Señor y el carácter exclusivo de esta relación. Para logarlo, solamente hace énfasis en el amor del Señor que los ha venido conduciendo con solicitud y con protección continua, sin insistir en los pecados del pueblo, pues ya tuvieron suficiente cuando recibieron el «castigo». El discurso quiere mostrar la indulgencia del Señor y ofrecerles una nueva oportunidad a todos, como una especie de amnistía: «borrón y cuenta nueva».
Esto nos sugiere algo muy recomendable antes del «acto penitencial» que nosotros realizamos al comenzar celebrar el banquete eucarístico. Puesto que se trata de lo que llamamos «eucaristía» (acción de gracias), la celebración debe comenzar con una sentida acción de gracias a Dios por su amor, por nuestra vocación a la fe, por sus bendiciones, por las personas que él ha puesto providencialmente en nuestro camino para ayudarnos a crecer, por la capacidad que nos da de amar, servir y perdonar, etc. Tal reconocimiento preparará mejor la andadura a nuestro «acto penitencial», es decir, al reconocimiento de nuestros pecados y a la correspondiente súplica de perdón, y se equilibra mejor el comienzo de nuestra celebración, de la cual vamos a salir una vez más con la certeza de haber sido amados y bendecidos gratuitamente, por puro amor divino.
Feliz viernes.

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