La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-viernes

Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

Fiesta nacional de acción de gracias

Jornada Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes

La Palabra del día

PRIMERA LECTURA

Yo mismo apacentaré mis ovejas y las llevaré a descansar.

Lectura de la profecía de Ezequiel   34, 11-16

Así habla el Señor:

¡Aquí estoy Yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré sobre las montañas de Israel, en los cauces de los torrentes y en todos los poblados del país. Las apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas altas de Israel. Allí descansarán en un buen lugar de pastoreo, y se alimentarán con ricos pastos sobre las montañas de Israel.

Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar -oráculo del Señor-. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y sanaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia.

SALMO RESPONSORIAL  22, 1-6

R/El Señor es mi pastor nada me puede faltar.

El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas.

Me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza.

Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo.

SEGUNDA LECTURA

La prueba de que Dios nos ama.

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma  5, 5b-11

Hermanos:

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores.

Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Y ahora que estamos justificados por su sangre, con mayor razón seremos librados por Él de la ira de Dios.

Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida.

Y esto no es todo: nosotros nos gloriamos en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien desde ahora hemos recibido la reconciliación.

EVANGELIO

ACLAMACIÓN AL EVANGELIO Mt 11, 29ab

Aleluya.

Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón. Aleluya.

EVANGELIO

Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 15, 3-7

Jesús dijo a los fariseos y a los escribas esta parábola:

Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido.

Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.


La reflexión del padre Adalberto

Tercer viernes después de Pentecostés.
Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Ciclo C.
 
Cuando la Biblia habla del hombre no se vale, como la moderna antropología, de conceptos abstractos, sino de partes, órganos, miembros o funciones del cuerpo, que muestran un aspecto concreto de su ser. Corazón denota la interioridad del ser humano, su vida psíquica, en su aspecto estático o permanente. Denota también el estado permanente de la vida psíquica del ser humano (el conjunto de sus facultades y disposiciones interiores) del que procede una actividad psíquica habitual que manifiesta su condición humana. El corazón de Jesús es la expresión concreta del eterno designio de Dios en «presentación» humana.
 
1. Primera lectura (Ez 34,11-16).
El anuncia que el Señor en persona se enfrenta a la clase dirigente para reclamarle su pueblo, del cual abusan. El pueblo disperso a causa de los abusos de sus dirigentes ha ido a parar a lugares de donde el Señor se propone liberarlo sacándolo. Una circunstancia aciaga («un día de oscuridad y nubarrones»: cf. Am 5,18), es decir, el día de la «ira de Dios», provocó esa dispersión. La «ira» de Dios significa las consecuencias devastadoras de la injusticia, reprobada por el Señor Dios.
Su actividad liberadora implica la búsqueda de las «ovejas» (seguir su rastro), el éxodo rescatador («los sacaré de entre los pueblos»), la congregación que renueva el llamado hecho a Abraham en Ur de Caldea («los congregaré de entre los países»), la repatriación («los traeré a su tierra»). Y su actividad salvadora se verá en el cuidado de su vida y convivencia («los apacentaré»: tres veces), la promesa del retorno a la tierra, de la abundancia de vida y de la tranquila seguridad (los montes de Israel, los ricos pastizales, sestear), especialmente de los miembros más débiles de ese pueblo (descarriadas, heridas, enfermas), sin excluir a los otros miembros (gordas, fuertes).
 
2. Segunda lectura (Rm 5,5-11).
El corazón humano es doblemente influido por el don del Espíritu Santo:
• Experimenta el asombroso amor de Dios.
• Se hace capaz de amar como Dios.
En efecto, la muerte del Señor Jesús Mesías en la cruz, antes de que nosotros pudiéramos amar con desinterés, demuestra el amor universal, gratuito y fiel de Dios por nosotros, previo a todo mérito de nuestra parte. Dicha demostración nos da libertad y confianza para dirigirnos a Dios como un hijo a su Padre (cf. Rom 8,15; Gal 4,6). Y el mismo Espíritu nos habilita para amar del mismo modo a la humanidad con hechos concretos (cf. Gal 5,13-26).
Nos da tranquilidad pensar y sentir que él nos amó de ese modo cuando éramos incapaces de amar, y que el Mesías murió por los malvados. Se podría dar que alguien quizá muriese por un inocente; es racional pensar que alguno se arriesgara por una persona buena. Lo admirable, en este caso, es la forma como Dios demostró su amor. El Mesías murió por nosotros cuando aún éramos enemigos de Dios y entre nosotros mismos («pecadores»); por tanto –y esto vale para todo ser humano–, ahora, ya reconciliados con él, no hay temor respecto del futuro de nuestra relación con él. Su «sangre» (el Espíritu), que nos hace justos, nos libera de la condena.
Nace un nuevo orgullo, no el de las propias obras, sino el de tener tal Padre. Y esta condición filial nos impulsa a ser como el Padre, a imitar su conducta, a amar del mismo modo.
 
3. Evangelio (Lc 15,1-7).
Frente al amor de Dios manifestado en Jesús se dan dos posturas posibles:
• La aceptación sencilla y agradecida de un don tan grande y generoso.
• El rechazo de tanta generosidad, tachándola de complicidad y alcahuetería.
Los recaudadores y los descreídos se acercan complacidos a escuchar el mensaje de Jesús, en el que él les ofrece gratuitamente el amor de Dios. Los fariseos y los letrados critican amargamente esta oferta y descalifican a Jesús. El testimonio del amor de Dios implica el riesgo de no ser comprendido por los «buenos», los que se sienten orgullosos de sus propias obras y con derecho a juzgar y a condenar incluso al mismo testigo avalado por Dios (cf. Lc 9,35).
La comparación con la que Jesús quiere explicar su conducta no llama «pastor» al propietario de las ovejas, sino «hombre» (ἄνθρωπος), para que quede claro que aquí no se trata de una cuestión de liderazgo sino de humanidad. El dilema es integración («buscar») o desintegración («perder»).
El énfasis está puesto en lo que él hace para recuperar la oveja perdida («deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la extraviada hasta encontrarla»). Dado que las otras están «en el desierto», es decir, en el camino del éxodo, la única que le preocupa es «la extraviada». Esto implica que la seguridad consiste en estar en el camino del éxodo, y que la perdición está en el abandono de dicho camino. Es importante señalar que, de acuerdo con la profecía de Ezequiel, el extravío de la oveja es responsabilidad de los dirigentes abusivos.
La comparación culmina en las expresiones de alegría. El «hombre» y Dios se identifican en esta alegría. «Muy contento», se la carga en hombros, porque él mismo quiere conducirla de regreso «a casa» evitándole la fatiga de desandar el trayecto de su extravío. Y quiere expandir su alegría comunicándola; por eso hace partícipes de la misma a «sus amigos» (círculo íntimo) y «vecinos» (círculo más amplio): todos deben compartir su dicha. Esa es la alegría «del cielo», la del corazón de Dios: la satisfacción que le produce a Dios la enmienda del pecador.
 
El «corazón» de Jesús no es un músculo, es la revelación de lo que nunca cambia en Dios, de lo que siempre permanece, a pesar mismo de las inestabilidades de los corazones de «los hombres».
El ser humano se hace como Dios cuando ama como él. Es «hijo» el que hace lo que le ve hacer a su Padre. Cuanto más ama un ser humano, tanto más humano se hace, más divino se convierte. El corazón de Jesús es la manifestación del designio liberador y salvador del Padre en expresión humana. «Hombre» (humano) de verdad es quien comparte la alegría de Dios por la integración de los excluidos. La sociedad excluyente es inhumana porque es legalista (letrados) e hipócrita (fariseos): le da más importancia a la ley que a la persona, se basa más en su falsa concepción de la divinidad que en la auténtica experiencia de la verdad de Dios.
Nosotros somos los pecadores a quienes Jesús rescató y trajo de regreso. No podemos alegar méritos propios para ser contados en el número de sus discípulos. Podemos compartir su afán por traer a otros pecadores al rebaño, en vez de multiplicar las razones para mantenerlos alejados. Si podemos comer a la mesa del Señor, no es por merecimiento nuestro, sino por bondad suya. Ayudemos a que esa bondad les llegue a muchos otros.
Feliz solemnidad.
 

Comentarios en Facebook

Deja una respuesta

Ingresa tu comentario
Por favor, ingrese su nombre aquí