La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-viernes

Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Viernes de la X semana del Tiempo Ordinario. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (4,7-15):

El tesoro del ministerio lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros. Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros. Todo es para vuestro bien. Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 115,10-11.15-16.17-18

R/. Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.» R/.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo,
hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas. R/.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,27-32):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído el mandamiento «no cometerás adulterio». Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está mandado: «El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio.» Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.»

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

 
Viernes de la X semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
El apóstol, discípulo misionero de Jesús, se mueve entre la tribulación y la esperanza. En su vida y obra se prolonga el misterio de la vida, pasión, muerte y resurrección del maestro. Él vive su camino discipular y misionero configurándose con su Señor, con total fe en él, y con confiada esperanza en el cumplimiento de las promesas de Dios.
Tras una manifestación de contraste, Pablo describe las penalidades del apóstol, entre combates, para revelar la razón de ser de esa tenacidad que anima al apóstol en medio de sus duras luchas: su fe en Dios, y así lleva a la comprensión de la realidad invisible en la que él se mueve.
Si se le pregunta por la motivación que lo impulsa a permanecer y perseverar en una misión que exige tanto y encuentra tantas dificultades, la respuesta de Pablo es su fe. De ella brota el ímpetu del apóstol y ella lo sostiene en las dificultades de la misión.
A la pregunta por la finalidad de tanto empeño a pesar de tan alto precio que hay que pagar para lograr lo que él se propone, Pablo responde que su objetivo es dar a conocer la gracia de Dios, a fin de que la gente dé gloria a Dios reconociéndose agradecida con él.
 
2Co 4,7-15.
La relación del apóstol con el «mundo» al cual se dirige su actividad puede aparecer difícil de entender a los ojos de ese mundo, pero es muy clara para él a partir del conocimiento que tiene del misterio de Jesús. De hecho, cuando se refiere al maestro llamándolo simplemente «Jesús», piensa en el hombre histórico, incomprendido por sus contemporáneos, pero «hijo» de Dios.
1. Manifestación de contraste.
La luz de la nueva creación, de la liberación interior y de la salvación definitiva es el «tesoro» que se contiene en seres humanos comunes y corrientes, recipientes «de arcilla» (cf. Gn 2,7), frágiles y humildes. La expresión «vasijas de barro» puede hacer alusión a la fragilidad personal de Pablo (cf. 2Cor 12,7-10; Gal 4,14), pero puede explicarse también –como ya se vio– en relación con el relato de la creación (cf. Rom 9,21-23; 1Cor 15,47; 1Tes 4,4). Esto es indicio de que el contenido («esa fuerza tan extraordinaria») no procede del continente, sino que su procedencia es de origen superior («…es de Dios»). El discípulo es como Jesús, un hombre igual a los otros, pero habitado por una fuerza que viene de lo alto.
2. Penalidades del apóstol.
Esa «fuerza tan extraordinaria» que procede de Dios (el Espíritu Santo) y que supera las leyes y las culturas, se revela en la vida del misionero: continuamente expuesto a la muerte de Jesús, de modo que la vida (la historia) de Jesús se replica en la vida mortal de su discípulo; oposiciones y resistencias por todas partes, pero no logran detener el ímpetu con el que lo anima Jesús. Todas las imágenes que emplea recuerdan las diversas peripecias de un combate de gladiador en el cual el apóstol, sin la ayuda de la gracia del Señor, sería un indudable condenado a muerte. Con siete contrastes llega a una lapidaria declaración que lo esclarece todo: «la muerte actúa en nosotros, la vida en ustedes». Misterio de identificación: Jesús, que dio su vida por nosotros para darnos vida, sigue haciéndose presente en el mundo a través de sus enviados.
3. La fe invencible del apóstol.
Las duras pruebas del ministerio tienen su contrapartida en la fecundidad del mismo; no se trata de dolores infructuosos, «pues si los sufrimientos del Mesías rebosan sobre nosotros, gracias al Mesías rebosa en proporción nuestro ánimo» (2Cor 1,5). La misma compensación que se realiza entre el Mesías y el creyente se reproduce entre el apóstol y los cristianos.
La fe que configura al apóstol con el Jesús de la historia también establece su comunión con el Jesús que habita en la gloria, de manera que la predicación, al mismo tiempo que se realiza en las contradicciones que padeció Jesús, también hace partícipe de «la gloria de Dios», por su fidelidad del Padre que lo resucitó de la muerte. Esta fe es visible por parte de los destinatarios de la buena noticia, quienes no simplemente la admiran, sino que –al ver la entereza con la que el apóstol afronta las oposiciones– reconocen y agradecen la obra de Dios a través del mismo.
4. La nueva realidad.
El cuadro se completa con la descripción que el apóstol hace de la nueva realidad que vive. Las apariencias pueden inducir a pensar que la condición de apóstol es muy exigente y no gratificante.
Pero el discípulo misionero no se acobarda ante la magnitud de la tarea, por difícil que ella sea. Por experiencia va comprobando que sus muchas tribulaciones van dejando en él una nueva y más profunda realidad: si exteriormente se va desgastando, interiormente se va renovando día a día. Es decir, en esta vida presente ya está experimentando la condición futura, la vida nueva y definitiva (eterna) que el Espíritu, como «arras», le asegura. El derrumbe del albergue terrestre, «esta tienda de campaña» (el «cuerpo», la existencia mortal) no implica aniquilación alguna, sino la adquisición de «un edificio que viene de Dios, un albergue eterno en el cielo». Esto constituye la certeza que anima, la esperanza que alienta (cf. 2Cor 4,16–5,10, omitido).
 
Ser «apóstol» de Jesús es una realidad que impregna la vida entera y la conduce al máximo de sus posibilidades. Si las exigencias son altas, más alta es la experiencia que se logra después de aceptar esas exigencias y de haber aceptado luchas para que la humanidad pudiera conocer el inefable y asombroso amor de Dios. Esa experiencia solo es accesible a quien se compromete a entregar la vida como Jesús para experimentar la resurrección del Señor Jesús en esta vida.
El amor a la humanidad que entraña esta opción se sostiene sobre la opción de fe, que da libertad para amar y hablar en nombre de Dios, y perdura gracias a la esperanza en alcanzar la meta que ya logró Jesús. Hay que insistir en que Pablo al presentar así la tarea apostólica se remite a Jesús en su historia terrestre, con sus fatigas y padecimientos en su vida mortal, y luego los refiere a la gloria de la que ahora goza, gloria que el apóstol aspira a alcanzar realizando la obra del Señor y ofreciéndoles a otros la oportunidad de participar de la misma gloria.
En la celebración de la eucaristía aceptamos ese compromiso y, viviéndolo, comprobamos que esa vida nueva es absolutamente cierta, que «quien nos preparó concretamente para eso fue Dios, y como garantía nos dio el Espíritu» (2Cor 5,5).
Feliz viernes.

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