La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-viernes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Viernes de la Octava de Pascua

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (4,1-12):

EN aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, después de que el paralítico fuese sanado, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos. Los apresaron y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente, pues ya era tarde. Muchos de los que habían oído el discurso creyeron; eran unos cinco mil hombres.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, junto con el sumo sacerdote Más, y con Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes, Hicieron comparecer en medio de ellos a Pedro y a Juan y se pusieron a interrogarlos:
«¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros?».
Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo:
«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es “la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».

Palabra de Dios

Salmo

Sal 117,1-2.4.22-24.25-27a

R/. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R/.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. R/.

Secuencia
(Opcional)

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (21,1-14):

EN aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque rio distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

Viernes de la octava de Pascua.
 
La pesca, uno de los oficios artesanales más antiguos de la humanidad, consiste en sacar los peces de su medio vital con el fin de alimentarse. Entre los guerreros, llegó a convertirse en metáfora militar, como se constata en Hab 1,14-17. Jesús recurre a dicha metáfora cuando invita a unos a seguirlo, con la promesa de hacerlos «pescadores de hombres». Pero hay tres diferencias:
• La pesca de peces los extrae del agua, su medio vital, para matarlos; la pesca «de hombres» que él propone los saca del «mundo», en el que están muriendo, para salvarlos.
• La pesca de «hombres» tiene un horizonte universal, no se trata, por tanto de la prevalencia de un pueblo sobre otro, sino de la unificación de todos los pueblos de la tierra.
• La «pesca» de pueblos es violenta, y los condena al dominio, al despojo y a la humillación; la misión, en cambio, conquista pueblos con amor para liberarlos y dignificarlos.
 
1. Primera lectura (Hch 4,1-12).
La aristocracia sacerdotal y laica, el partido saduceo, interviene para silenciar el anuncio sobre «la resurrección», porque ellos no creen en ella (cf. Lc 20,27), en tanto que los fariseos sí. Suponen que los discípulos de Jesús comparten la misma doctrina que defienden los fariseos. Esto se debe a que los discípulos proponen la doctrina como realizada en Jesús, en vez de proponer a Jesús, crucificado por saduceos, como el resucitado. Pese a que detienen a Pedro y a Juan, la comunidad crece, ahora «como cinco mil hombres adultos» (cf. 2,41: «tres mil vidas»). No se hace mención del bautismo de agua, pero el número «cinco» sugiere la presencia y actividad del Espíritu Santo. Hay una promesa del Espíritu. Eso es un signo de madurez espiritual.
Los «apóstoles» comparecen ante el Consejo, conformado por los tres mayores poderes de la sociedad judía: Senadores, aristocracia civil; letrados, poder ideológico; sumo sacerdote, poder religioso. Se enumeran cuatro sumos sacerdotes, con lo que Lucas pretende subrayar la realidad histórica (nombres propios) y la generalidad (cuatro) de la reacción de alarma y oposición del estamento religioso contra los apóstoles. El interrogatorio comienza por determinar la autoridad de los apóstoles, como lo hicieron con Jesús (cf. Lc 20,2). Ahora el sobrenombre de Pedro toma otro significado: al estar su respuesta inspirada por el Espíritu Santo, la testarudez se convierte en firmeza y fidelidad frente a un Consejo dominado por la casta sacerdotal, saducea. Sabe que el anuncio de la resurrección de Jesús irrita al Consejo porque pone en peligro los intereses que defienden los que gobiernan el templo.
Pedro anuncia a Jesús y denuncia a los dirigentes: Dios está de parte de Jesús y no de parte de los dirigentes ni de su institución. Dios actúa en contra de las decisiones asesinas del Consejo. Y es Jesús quien prolonga la actividad de Dios dándole vida al pueblo. Jesús es la piedra que le da consistencia al nuevo edificio que es la comunidad cristiana (en oposición al templo), porque él es la única salvación para toda la humanidad.
 
2. Evangelio (Jn 21,1-14).
El espacio en el que se desarrolla la acción descrita a continuación es designado por su nombre pagano («mar de Tiberíades»). Se mencionan siete discípulos, número que connota una totalidad heterogénea y universal, ya no Doce, número que connota solo a Israel.
Simón (nombre) Pedro (sobrenombre) toma la iniciativa de ir a «pescar», y sus compañeros lo apoyan. Pero la empresa resulta infructuosa. Están en «la noche», es decir, en la tiniebla, sin Jesús. Por eso la «pesca» (misión) no tiene éxito alguno.
La luz brilla cuando aparece Jesús. La noche se vuelve amanecer, despunta un nuevo día. Y él toma la iniciativa de preguntar por el fruto de su trabajo, pero la seca respuesta negativa de ellos indica su desaliento y su fracaso. Él les da una indicación: echar la red «al lado derecho de la barca». En lenguaje figurado, esto significa comprometer al grupo entero, a su comunidad, en una tarea de creación, liberación y salvación. La pesca resulta abundante y llamativa. El discípulo predilecto de Jesús identifica a su Señor, y Simón Pedro realiza dos acciones:
• Se ató la prenda de encima a la cintura. Recuerda así la acción de Jesús cuando se ató el paño a la cintura para significar su disposición de servir hasta la muerte. Pedro no había adoptado esa actitud, y por eso la misión no dio frutos. Ahora se muestra dispuesto a hacerlo.
• Se tiró al mar. Recuerda así que Jesús le había lavado los pies en señal de su entrega servicial. Ahora él –que había rechazado esa actitud de Jesús–, con esta inmersión en el agua (como un «bautismo») manifiesta su disposición de entregar su vida en el servicio, al estilo de Jesús.
Por el momento, Jesús no responde ante estas manifestaciones de Pedro.
Cuando los discípulos llegan a la orilla, se encuentran con que él les tiene preparado de comer pescado y pan. Sin embargo, les pide que aporten los peces que han cogido en la pesca que han hecho. De nuevo Simón Pedro toma la iniciativa y arrastra la red repleta de peces, cuyo tamaño ahora se señala (eran «grandes»: hombres adultos) y cuyo número se reporta: ciento cincuenta y tres (50×3 + 3). «Cincuenta» es el número de miembros de las comunidades de profetas, hombres del Espíritu, adultos; 3 es el número de la totalidad homogénea, totalidad que multiplica y suma. La presencia de Dios (totalidad absoluta) potencia y multiplica las comunidades cristianas.
Jesús los invita a almorzar. Hacía poco se había dicho que acababa de amanecer y que el trayecto que había entre el sitio donde pescaron y el lugar en donde estaba Jesús era de aproximadamente unos cien metros. Esto significa que los datos cronológicos tienen un valor teológico. En efecto, el paso del amanecer al mediodía indica que los discípulos han venido avanzando en claridad, y ahora están en el momento de la plena luz, en el cenit, cuando Jesús es tan patente que ninguno duda que sea él. Y él repite el mismo gesto que cuando repartió los panes y los peces a la multitud y luego les habló de la eucaristía.
 
El fracaso del grupo cuando emprende la misión por iniciativa de «Simón Pedro» tiene un punto favorable, que implica escucha («Simón»), y otro censurable («Pedro»), la desvinculación de Jesús. La desvinculación, que ocasiona el fracaso, consiste en la actitud proselitista; el afán de conseguir adeptos, o reclutar nuevos miembros. No es esa la motivación de la misión. La escucha verdadera de las palabras de Jesús se da cuando la misión se dirige a la muchedumbre que sufre y le ofrece a la gente una alternativa restauradora, liberadora y salvadora.
En este relato, el mar simboliza la historia, y la playa simboliza la meta. Jesús está ya en la meta y, desde allí potencia la labor de los suyos. Al llegar, ellos ven que Jesús les tiene preparado el alimento, pero les pide que presenten el fruto de su labor antes de comer lo que él mismo les ha preparado. La eucaristía es, a la vez, punto de partida y meta de llegada de la misión, hasta que se convierte en nuestra meta definitiva, en el banquete del reino del Padre. Es bueno tener esto presente al irnos «en paz» (cf. Jn 20,19.21), luego de la celebración eucarística.
Feliz viernes de Pascua.

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