La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-viernes

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Viernes de la I semana del Tiempo Ordinario. Año I

Feria, color verde

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (4,1-5.11):

HERMANOS:
Temamos, no sea que, estando aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros crea haber perdido la oportunidad.
También nosotros hemos recibido la buena noticia, igual que ellos; pero el mensaje que oyeron no les sirvió de nada a quienes no se adhirieron por La fe a los que lo habían escuchado.
Así pues, los creyentes entremos en el descanso, de acuerdo con lo dicho:
«He jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»,
y eso que sus obras estaban terminadas desde la creación del mundo.
Acerca del día séptimo se dijo:
«Y descansó Dios el día séptimo de todo el trabajo que había hecho».
En nuestro pasaje añade:
«No entrarán en mi descanso».
Empeñémonos, por tanto, en entrar en aquel descanso, para que nadie caiga, imitando aquella desobediencia.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 77,3.4bc.6c-7.8

R/. No olvidéis las acciones de Dios

V/. Lo que oímos y aprendimos,
lo que nuestros padres nos contaron,
lo contaremos a la futura generación:
las alabanzas del Señor, su poder. R/.

V/. Que surjan y lo cuenten a sus hijos,
para que pongan en Dios su confianza
y no olviden las acciones de Dios,
sino que guarden sus mandamiento. R/.

V/. Para que no imiten a sus padres,
generación rebelde y pertinaz;
generación de corazón inconstante,
de espíritu infiel a Dios. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (2,1-12):

CUANDO a los pocos días entró Jesús en Cafarnaún, se supo que estaba en casa.
Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Y les proponía la palabra.
Y vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico:
«Hijo, tus pecados te son perdonados».
Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
«¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo uno, Dios?».
Jesús se dio cuenta enseguida de lo que pensaban y les dijo:
«¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados” o decir: “Levántate, coge la camilla y echa a andar”?
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados -dice al paralítico-:
“Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”».
Se levantó, cogió inmediatamente la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:
«Nunca hemos visto una cosa igual».

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

Viernes de la I semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
La promesa de Dios a Abraham consiste en una vida libre y feliz. Esta realidad se plasma en las Escrituras en términos de «una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel» (Exo 3,8). La tierra no es simple propiedad, es ámbito de libertad, porque en ella el hombre ejerce señorío. Ese señorío responde a la vocación original del hombre, a quien el Señor «colocó en el parque del Edén para que lo guardara y lo cultivara» (Gen 2,15). La tierra «fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel», es, a la vez, espacio de vida y de convivencia (la tierra se posee en familia) y ambiente en donde poder expandir la propia libertad.
 
Salir de Egipto solo muestra un aspecto de la liberación, su punto de partida («liberación de…»); dirigirse a la «tierra prometida» muestra el otro aspecto, su punto de llegada («liberación para…»). Moisés sacó a los israelitas de Egipto basado en la promesa del Señor, y los israelitas lo siguieron esperando el cumplimiento de esa promesa. Y ya el autor dejó dicho lo que sucedió después.
 
Ahora se refiere al éxodo del Mesías, que saca del «mundo» para conducir al «reino de Dios». O, en el lenguaje de Pablo, «el Mesías nos liberó para que seamos libres» (Gal 5,1). Como punto de partida, «el pecado», la más radical de las esclavitudes, la interior, origen de todas las otras; como punto de llegada, «el cielo», la nueva tierra prometida, la vida eterna y la libertad plena.
 
Hb 4,1-5.11.
Esa definitiva tierra prometida –continuando con el lenguaje del salmo 95– la denomina el autor el «descanso». La noción de «descanso» tiene aquí doble sentido. El primer sentido se refiere al «descanso» de Dios al coronar su propia obra creadora (cf. Gen 2,1-3); el segundo, al «descanso» sabático del pueblo como homenaje al Señor que lo sacó de Egipto (cf. Exo 20,8; 23,13; Dt 5,12-15). El primero connota consumación, el segundo libertad.
 
El autor lanza su voz de alerta: «Cuidado, no sea que mientras está en pie la promesa de entrar en su descanso, resulte que uno de ustedes se quede rezagado». La promesa, por parte de Dios, sigue vigente, todavía hay posibilidad de alcanzar la definitiva tierra prometida, y, para lograrlo, es preciso «escuchar hoy su voz» (Heb 3,7). Los israelitas fueron invitados a entrar en la «tierra prometida» (cf. Num 13,30; 14,7-9; Dt 1,21.29); a esa invitación se parece la buena noticia dada a los cristianos para invitarnos a entrar en el reino de Dios. Pero, así como a los que no entraron en la antigua «tierra prometida» por no escuchar, así puede sucedernos también a los cristianos por la misma razón. Después de dicha advertencia, viene la exhortación: puesto que ya le hemos dado crédito a la buena noticia, entremos en ese descanso.
 
De ese descanso solo quedan excluidos los que son objeto de la «cólera» del Señor (cf. Sal 95,11), es decir, los que se querellaron contra Moisés y pusieron a prueba el amor del Señor. La «cólera» se entiende como el enérgico rechazo que el Señor hace de una conducta injusta, no como enojo temperamental de su parte. En el caso presente, esa «cólera» se concreta en la reprobación de la idea de que el trayecto hacia la tierra prometida («desierto») debe ser un camino libre de esfuerzo y de dificultades para quienes lo recorren. Esa idea hace que los invitados a recorrer ese camino se sientan defraudados y con derecho a protestar («querella») cuando se presentan los conflictos, y por eso exigen pruebas extraordinarias de amor por parte de Dios («tentación»), lo que implica poner en duda ese amor. Dios no acepta esa pretensión, porque él está educando hijos (cf. Heb 12,8-9) para conducirlos a la misma gloria del Hijo (cf. Heb 2,10).
 
La relación del descanso con el relato de la creación permite que el autor desentrañe otro sentido de ese término en el salmo; no se trata de un mero bienestar terrestre otorgado por Dios, sino del proyecto mismo de Dios en su integridad, desde la creación hasta la resurrección, lo que ya había expresado al hablar de «vocación celeste» (cf. Heb 3,1). Así completa el sentido que tiene para el cristiano hablar del «descanso»: consiste en el perfeccionamiento de la creación humana que se da a través del éxodo del Mesías, es decir, de la participación en su muerte y resurrección.
 
En resumen, el «descanso» consiste en la coronación del cristiano con la vida eterna y la libertad total después de haber recorrido el «desierto» de esta vida compartiendo voluntariamente la vida, la pasión, la muerte y la resurrección del Señor. En esto consiste la fe cristiana, en escuchar «la buena noticia», aceptarla y vivirla fielmente, afrontando las dificultades, sin declararse defraudado por el Señor, y sin reclamar otras pruebas del amor de Dios diferentes de las «señales» recibidas cuando fuimos «iluminados» (cf. Heb 10,32), es decir, al dar nuestra adhesión de fe.
 
Los rebeldes no entraron en ese «descanso» que fue la tierra prometida, pero Dios ofrece ahora un nuevo «hoy», una nueva y mejor oportunidad que no es lícito despreciar. De hecho, la entrada en la tierra prometida, bajo la guía de Josué, no agotaba la promesa de Dios; él tiene mucho más para ofrecer, ya que quien entra en este descanso es porque ha completado del todo sus tareas. Así que hay que empeñarse en entrar en este descanso (el leccionario omite los vv. 6-10).
 
La palabra de Dios, vehículo de esa invitación y cuyo contenido es «buena noticia», será el criterio por el que habremos de ser juzgados (vv. 12-13, omitidos).
 
Sin embargo, lo que nos mueve no es el temor al juicio, sino el estímulo que se deriva de saber que Jesús ha hecho de manera definitiva lo que los sacerdotes antiguos hacían una vez al año: el paso a través de la cortina hasta el lugar santísimo para hacer la expiación por el pueblo. Porque Jesús «atravesó los cielos» hasta el trono mismo de Dios para reconciliarnos con él. Ese estímulo nos da seguridad de que podemos entrar en su descanso (v. 14, omitido).
 
Es costumbre hablar entre cristianos del «descanso eterno», o incluso de pedir para los difuntos dicho descanso, a veces sin claridad sobre lo que pedimos. En realidad, avizoramos el futuro de vida eterna («luz perpetua») y libertad definitiva («perdón de los pecados») que Jesús conquistó para nosotros. Cuando deseamos que un difunto «descanse en paz» expresamos nuestro anhelo de que su bondadoso salvador los conduzca al descanso en donde logren su plenitud como seres humanos creados por Dios, y en donde alcancen la libertad de los hijos de Dios. Nosotros vamos más allá de desear «paz sobre su tumba», deseamos la paz para ellos.
El Espíritu Santo, a través de los profetas, certifica la dicha de los que mueren como cristianos: «Cierto –dice el Espíritu– podrán descansar de sus trabajos, porque sus obras los acompañan» (Ap 14,13). Esas obras con las cuales afrontaron las dificultades, sin querellas ni tentaciones, son el testimonio vivo y perdurable de su fe, la fe que les permite entrar en el descanso de Dios.
 
La celebración de la eucaristía nos nutre con el pan de vida eterna para que, unidos al Mesías en su éxodo, tengamos fuerzas para atravesar el desierto y llegar a la definitiva tierra prometida.
Feliz viernes.
 

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