La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-sábado

Foto: Pixabay.
Angeles

Primera lectura

Lectura del primer libro de Samuel (1,24-28):

EN aquellos días, una vez que Ana hubo destetado a Samuel, lo subió consigo, junto con un novillo de tres años, unos cuarenta y cinco kilos de harina y un odre de vino. Lo llevó a la casa del Señor a Siló y el niño se quedó como siervo.
Inmolaron el novillo, y presentaron el niño a Elí. Ella le dijo:
«Perdón, por tu vida, mi Señor, yo soy aquella mujer que estuvo aquí en pie ante ti, implorando al Señor. Imploré este niño y el Señor me concedió cuanto le había mi pedido. Yo, a mi vez, lo cedo al Señor. Quede, pues, cedido al Señor de por vida».
Y se postraron allí ante el Señor.

Palabra de Dios

Salmo

1S 2,1.45.6-7.8abcd

R/. Mi corazón se regocija por el Señor, mi Salvador

V/. Mi corazón se regocija en el Señor,
mi poder se exalta por Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación. R/.

V/. Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor.
Los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía. R/.

V/. El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece. R/.

V/. Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,46-56):

EN aquel tiempo, María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
“se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava”.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
“su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
“derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia”
—como lo había prometido a “nuestros padres”—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

22 de diciembre. 

Los hijos se entendían en el pueblo de Israel a la luz de un doble horizonte: en la perspectiva personal, eran la prolongación del individuo, como una forma de supervivencia personal a través de la descendencia; en la perspectiva nacional, eran signo de la pujanza del pueblo, y garantía de que se cumpliría la promesa de Dios al pueblo. No tener hijos era, por eso, una doble desgracia. Se pensaba que hasta podía ser una maldición de Dios, en castigo por algún pecado (injusticia).El hijo, vida nueva, es don de Dios. Consagrar el hijo a Dios significa consagrarle el propio ser y el propio futuro. 

1. Primera lectura: promesa (1Sm 1,24-28).

Ana (חַנָּה: «gracia») y su marido Elcaná (אֶלְקָנָה: «Dios adquiere») enfrentan una dura realidad. Ana, a pesar de ser su favorita –Elcaná tenía dos mujeres–, no le ha dado hijos, y ambos sufren esa frustración. Ana le suplicó al Señor que la liberara de la humillación dándole un hijo varón, con la promesa de consagrarlo a su servicio. Y así fue como nació Samuel (שְׁמוּאֵל: «el nombre de Dios»). Para Ana, ese hijo significaba su realización como mujer, y era suficiente bendición.Después de destetar al niño –en esa época la lactancia materna era más prolongada que ahora– (cf. 2Mac 7,27: tres años), Ana subió con él al santuario de Siló con el propósito de cumplir su voto. Renunció al derecho que tenía todo israelita a rescatar a su primogénito (cf. Ex 13,2.12.15), lo dejó en el santuario para el servicio del Señor, y se regresó a su casa. Según prescribía la Ley, los primogénitos debían destinarse al servicio del Señor, pero después del incidente del becerro de oro, del cual solo se sustrajo la tribu de Leví, los consagrados al Señor serán solo de esa tribu (cf. Nm 3,11-13). Por eso los otros debían ser rescatados. Pero Ana lo entrega dando la ofrenda del rescate, «un novillo de tres años». Ella había pedido un hijo varón para liberarse del estigma de ser considerada como maldita de Dios. Samuel la ha liberado de ese estigma, y ella, en gratitud al Señor, se lo entrega «de por vida, para que sea suyo». El hijo la liberó de la vergüenza y de la humillación, y después liberará de la vergüenza y de la humillación a toda la nación. 

2. Evangelio: cumplimiento (Lc 1,46-56).

El acento «revoltoso» que tiene el nombre de María (מִרְיָם, Μαριάμ/Μαρία) se relaciona con el éxodo (cf. Ex 15,20-21): se trata del grito de victoria de los humildes y oprimidos que se sienten liberados y salvados por el Señor. No hay anuncio alguno del «día del desquite de nuestro Dios» (cf. Is 61,2) –arenga omitida por Jesús (cf. Lc 4,19)–, sino declaración profética de la instauración de un orden nuevo cuya sola inminencia pone al descubierto el fracaso de los poderes humanos, la vacuidad de su arrogancia y el engaño de sus riquezas.En su propio nombre, y en el de la nación entera, María entona el cántico de alabanza de los israelitas fieles al Dios fiel, a quien reconoce, ante todo, como «mi salvador», porque él libera y salva al pueblo de la opresión («humillación») que ha venido padeciendo. Ella misma, en persona, será considerada «feliz» (no maldita) por las generaciones venideras (no solo la contemporánea). El Potente (δυνατός, no «el poderoso»: κραταιός) ha realizado en su favor las proezas liberadoras del éxodo, y las extiende «a sus fieles de generación en generación». María anuncia que despunta un orden nuevo, que cumple la promesa hecha a Abraham y a su descendencia: el fracaso de los proyectos de los arrogantes, el final del reinado de los poderosos, por un lado, y la exaltación de los humildes y la satisfacción de los insatisfechos con el injusto orden antiguo, plutocrático, porque la riqueza termina causando frustración. El Señor se ha acordado de la promesa de ser misericordioso con Abraham y su descendencia, descendencia que es mucho más numerosa que la biológica (cf. Lc 3,8b).Simultáneamente, María habla en primera persona, en representación del Israel fiel, y también como personificación de la Iglesia. Expresa la inconformidad de todos los justos de todos los tiempos, manifiesta la insatisfacción de todos los que, animados por el Espíritu Santo y por la esperanza en el Mesías, ven ya cumplida la promesa por la fidelidad de Dios, liberador y salvador. Vivir el presente sin perspectiva de futuro empobrece el presente. La promesa, por engendrar la esperanza, le da sentido a la vida, ayuda a valorarla en función de un propósito, y le asegura futuro mucho más allá de la vida física. El hombre antiguo miraba esa promesa en términos de supervivencia de la raza. Con Jesús cambia la mirada: no se trata simplemente de prolongar los propios genes, sino de perpetuarse a sí mismo, porque la condición de hijo de Dios no es física y biológica, sino espiritual. Sin el Espíritu Santo, la vida humana queda cautiva en «la carne», es decir, en condición de intrascendencia y de limitada proyección. María, con la mirada iluminada por la promesa, profetiza el cumplimiento de la esperanza de todo el pueblo por la intervención liberadora y salvadora de Dios en la persona de Jesús. Y a esa luz, ella ve derrumbarse el orden injusto y surgir el nuevo orden por obra de Dios y de sus fieles.Nuestro encuentro de fe con Jesús, y particularmente el que vivimos al celebrar la eucaristía, tiene esa potencialidad: el Potente hace obras grandes en nosotros para que nosotros anunciemos el nuevo orden, la nueva convivencia social humana, que Jesús con tanto ardor llamaba «el reino de Dios», que no es un sistema político más, ni tampoco un opositor de los existentes, sino una alternativa a todos ellos.¡Ven, Señor Jesús!

Feliz día.

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