Lectura del santo evangelio según san Mateo (19,13-15):
En aquel tiempo, le acercaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: «Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.» Les impuso las manos y se marchó de allí.
Palabra del Señor
Este texto incluye un diálogo entre Josué y el pueblo, y prácticamente concluye el libro; quedan unos cuantos versículos (30-33), que relatan el entierro de Josué, el destino de los restos de José, hijo de Jacob, y el de los restos de Eleazar, hijo de Aarón.
En el versículo 13 concluyó la alocución del «Señor, Dios de Israel» (cf. v. 2) por medio de Josué. Sin fórmula de continuidad, de manera casi abrupta, Josué deja de hablar en nombre del Señor y empieza a hacerlo en su propio nombre desde el versículo 14 hasta el 24. Se da así un diálogo entre Josué y el pueblo. Desde el versículo 25 hasta el 28 se ratifica la alianza, ratificación que concluye con el envío del pueblo, cada uno a su heredad, como era usual (cf. 1Sam 10,25; 2Sam 18,2). El versículo 29 reporta la muerte de Josué.
El diálogo se estructura en siete intervenciones, tres de Josué y cuatro del pueblo. En particular, el verbo servir (עבד) aparece siete veces en la intervención de Josué y otras siete en el diálogo.
Jos 24,14-29.
Lo que podría servir para indicar el paso del discurso de Dios al de Josué serían las coordenadas espacio temporales: «del otro lado del río… antiguamente» (v. 2) a «ahora… en cuyo país (de los amorreos)» (vv. 14.15). Josué se traslada del pasado al presente y de Mesopotamia a Palestina. Si refiriéndose al pasado habló en nombre del Señor, refiriéndose al presente lo hace en su propio nombre para actualizar la alianza del pueblo con el Señor.
1. La exhortación de Josué.
Su exhortación gira en torno a la relación con el Señor. Parte de una elección libre, condicionada a la eventualidad de que el pueblo considere que resulta duro servir al Señor (v. 15). Y sintetiza esa exhortación en dos actitudes:
a) Respetar y servir al Señor, fórmula que aparece literalmente (cf. 2Sam 12,24; cf. v. 14) en cierto momento crucial en que el pueblo había pedido un rey –siendo así que su rey es el Señor (cf. 2Sam 12,12– y Samuel le dio a Saúl después de recordarle los beneficios del Señor y de asegurarle la misericordia divina y de invitarlo a abandonar los ídolos (cf. 2Sam 12). El «servicio» se refiere al culto, pero este no se entiende solo en la perspectiva ritual, aunque esta es muy importante.
b) Romper con los dioses de sus antepasados implica la lealtad al Señor, reconociéndolo como Dios en exclusiva. La ruptura con los dioses de los antepasados (cf. Eze 20,7-8) exige reconocer que todo lo bueno se lo debe Israel al Señor, en tanto que de los «dioses rivales» (cf. Exo 20,3; Deu 5,7) proceden todos los males. La idolatría niega esa ruptura, constituye un engaño admitido y se expresa en rebeldía que se resiste a escuchar al Señor (cf. Eze 20,7-8).
Respetar» (temer) al Señor es ser fiel a la alianza, con la cual expresa su adhesión al Señor; «servir» al Señor implica reconocerlo como el liberador y salvador, servicio que se da con la vida y con la convivencia. Este servicio ha de ser sincero. No obstante, esta decisión debe ser libre; pueden escoger servirle al Señor, a los dioses del otro lado del río (Éufrates), a los de Egipto, o a los de los amorreos. Por su parte, Josué declara que él y toda su familia servirán al Señor.
2. El diálogo con el pueblo.
El pueblo percibió el tono desafiante de la condición que formuló Josué y respondió al desafío:
Pueblo: No piensa abandonar al Señor, del cual ha recibido la liberación y la salvación. Después de hacer una confesión histórica de fe, también declara su intención de servir al Señor, porque él es también su Dios, como lo es de Josué.
Josué: Insiste en que el pueblo está tentado de idolatría y que el Señor no está dispuesto a ser un dios más para ellos; la idolatría podría aniquilar el pueblo.
Pueblo: Insiste en que servirá al Señor. Esta vez, la réplica del pueblo es más breve y contundente negando el supuesto que planteó Josué: «¡No! Serviremos la Señor».
Josué: Los emplaza como testigos contra sí mismos de que eligieron servir al Señor, citación que entraña el hecho de ser ellos mismos sus propios acusadores, testigo de cargo en su contra.
Pueblo: Acepta ser testigo contra sí mismo.
Josué: Los enfrenta a su propia decisión y los invita a renunciar a los ídolos para servir al Señor. No se indica que el pueblo haya quitado de en medio suyo los ídolos.
Pueblo: Declara su decisión de servir al Señor y de escucharlo (hacerle caso).
Entonces Josué sella la alianza. Él y el pueblo se comprometen a temer y servir al Señor. Josué, además, hace de legislador, como Moisés, erige un monumento memorial-testimonial (cf. Is 1,2; Miq 6,1-2): después de declararse «siervo» del Señor, Israel no puede renegar de él. La ceremonia termina con la despedida ritual del pueblo.
Josué muere reconocido como «siervo» del Señor, así como Moisés (cf. Jos 1,1.13.15), es decir, cooperador libre del Señor en su obra liberadora a favor de su pueblo.
Mientras Josué habló en nombre del Señor («Así dice el Señor…») solamente enumeró lo bueno que el Señor había hecho por el pueblo desde antes de que el pueblo lo conociera y lo reconociera como su Dios, omitiendo todo reproche por los pecados del pueblo. Ahora, cuando habla por sí mismo, encara insistentemente al pueblo con su realidad de idolatría-infidelidad. Contrastan la decisión de Josué y su familia de «respetar y servir» al Señor –con la consiguiente exclusión de los ídolos– y la decisión masiva del pueblo, que Josué hace reiterar explícitamente tres veces, por el hecho de que el abandono de los ídolos por parte del pueblo aparece como una demostración de la verdad de sus palabras, mientras que Josué no tiene que despojarse de ellos, porque no los tiene. Esto significa que la idolatría es más bien fenómeno de masas, es decir, cuando la adhesión al Señor es personal, la idolatría queda excluida; en cambio, cuando es masiva, esa adhesión es débil e influenciable, y puede ser cambiada por una idolatría.
Esto ayuda a comprender la importancia de la fe personal vivida en pequeñas comunidades que sean alternativa de vida y de convivencia para el cristiano en medio del «mundo», de modo que esas comunidades se conviertan en un «signo» luminoso para el «mundo». En vez de la amarga protesta por la injusticia del «mundo» –como si fueran grupos de oposición– esas comunidades se presentan como una amistosa propuesta de que sí es posible otro estilo de vida y otra forma de convivencia, renunciando a la idolatría del prestigio, del poder y del dinero.
Al celebrar la eucaristía hacemos renovación de «la alianza nueva y eterna», afianzando también nuestra renuncia a toda forma de idolatría.
Feliz sábado en compañía de María, la madre del Señor.
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