La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-sábado

Foto: Pïxabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Sábado de la III semana de Cuaresma. Año I

La Palabra del día

Primera lectura

Lectura de la profecía de Oseas (6,1-6):

VAMOS, volvamos al Señor.
Porque él ha desgarrado,
y él nos curará;
él nos ha golpeado,
y él nos vendará.
En dos días nos volverá a la vida
y al tercero nos hará resurgir;
viviremos en su presencia
y comprenderemos.
Procuremos conocer al Señor.
Su manifestación es segura como la aurora.
Vendrá como la lluvia,
como la lluvia de primavera
que empapa la tierra».
¿Qué haré de ti, Efraín,
qué haré de ti, Judá?
Vuestro amor es como nube mañanera,
como el rocío que al alba desaparece.
Sobre una roca tallé mis mandamientos;
los castigué por medio de los profetas
con las palabras de mi boca.
Mi juicio se manifestará como la luz.
Quiero misericordia y no sacrificio,
conocimiento de Dios, más que holocaustos.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 50,3-4.18-19.20-21ab

R/. Quiero misericordia, y no sacrificios

V/. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

V/. Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias. R/.

V/. Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):

EN aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto

Sábado de la III semana de cuaresma.
 
Esta semana nos ha conducido a preguntarnos por qué la insistencia en poner a un lado el falso culto y al otro el auténtico. La respuesta está en que lo mismo que sucede con la hipocresía y la sinceridad. La hipocresía destruye las relaciones humanas, en cambio la sinceridad las cultiva y las hace crecer. El falso culto genera la engañosa impresión de que todo está bien en la relación con Dios y con la humanidad. Y resulta que esa falsedad disfraza de piedad el vacío de Dios y pretende legitimar la injusticia social.
 
El gran problema de la hipocresía religiosa es su persistente ceguera. El «fariseo» de todo tiempo vive engañado pensando que es un ser perfecto, y por eso los demás deberían tenerlo como un modelo de conducta, y Dios está en permanente deuda de reconocimiento con él. Este «fariseo» se siente incluso con derecho a reclamarle a Dios el reconocimiento de su perfección, y el premio que corresponde a su ilusoria rectitud.
 
1. Primera lectura (Os 6,1-6).
El profeta acaba de anunciar que Dios se repliega hasta que el pueblo declare su culpa y lo busque (cf. Os 5,15). Es una manera de hacer ver el respeto de Dios por la libertad del pueblo, y que la relación entre ambos es consensual, no forzada.
 
El pueblo, impactado por el anuncio de abandono, declara volver al Señor, pero no manifiesta intención de convertirse a él, sino que espera que Dios reaccione de una manera mecánica, como los ciclos naturales. Da la impresión de no creer en el Señor (el Dios de la historia) sino en los cultos de la naturaleza propios de los paganos, o, al menos, parece que esos cultos han influido tanto en el pueblo que este terminó pensando del Señor lo mismo que los paganos de sus dioses:
• «Él nos despedazó y nos sanará…» parece que hablara de la acción de Dios como conciben las cosas los cultos del eterno retorno. Piensan que no se precisa cambio alguno de parte del pueblo; todo se hace solo, mecánicamente, o Dios solo se encarga de todo.
• «En dos días nos hará revivir…» expresión que suena a «en un dos por tres» (o sea, «¡en un ya!») él nos restablecerá». Las cosas suceden por inercia, es cuestión de aguardar, nada más. Si lo anterior era la mecánica, esto se refiere al tiempo del ciclo natural.
• «Esforcémonos por conocer al Señor». El conocimiento del Señor ya no consiste en la práctica del derecho y la justicia, sino el ritmo previsible de los fenómenos de la naturaleza. No se percibe aquí una relación personal, sino una cuestión de erudición escolar.
Dios –por medio del profeta– responde en los términos que ellos entienden:
• El amor que ellos declaran es superficial y efímero, porque le falta consistencia.
• Por eso les resultan hirientes la palabra de los profetas y el juicio claro del Señor.
• Él prefiere la lealtad al culto ritual, la práctica del derecho y la justicia a los holocaustos.
 
2. Evangelio (Lc 18,9-14).
No se trata de que Dios rechace el culto, de lo que se trata es de que no llama «culto» a cualquier rito religioso. La parábola que refiere Jesús está motivada en la falacia de quienes se consideran intachables, exhiben su presunta impecabilidad y desprecian a los demás, porque los consideran inferiores a ellos, pensando que los otros son los únicos pecadores; se contraponen a quienes sí se sienten pecadores, se avergüenzan de su pecado, lo reconocen y esperan el perdón de Dios.
2.1. El falso culto (el fariseo).
Parte de la suposición de que tiene derecho a despreciar a los demás, porque él es mejor. Además:
• Su actitud es arrogante, altanera, indicada por su postura («se plantó»).
• Dios resulta ser mero espectador de sus pretensiones de santidad.
• Su piedad (ayuno, diezmo) es «excesiva», va más allá de lo exigido, para presumir de ella.
2.2. El culto auténtico (el recaudador).
Toma conciencia de su propia realidad ante Dios sin compararse con los demás. Por eso:
• Reconoce que el santo es Dios, por lo que guarda su distancia con respecto de él.
• Admite y declara su injusticia, de la cual se vergüenza, sin atreverse a mirar a Dios.
• Se arrepiente y confía en el amor compasivo de Dios, y espera ser perdonado por él.
Según Jesús, el culto auténtico entabla relación con Dios, el falso no; el falso culto no reconoce responsabilidad ante el prójimo; el auténtico no puede prescindir de dicha responsabilidad. Pero Jesús deja entender que el fariseo está tan engañado que ni siquiera puede darse cuenta de que su relación con Dios es ficticia mientras persista en su actitud despectiva frente al otro. Porque el soberbio se condena a no crecer y vive confinado en sí mismo, pero el humilde se abre a esa posibilidad, cree y crece.
 
Según Jesús, hay dos maneras de concebir el culto a Dios que son totalmente opuestas entre sí. Y la oposición no radica en la actitud más o menos positiva del hombre frente a Dios, sino a la mayor o menor responsabilidad el hombre ante sus semejantes. El sello de autenticidad del culto –no podía ser de otra manera– es el amor al ser humano, y tanto más auténtico será el culto que se le tribute a Dios cuanto mayor compromiso de amor refleje a favor de la humanidad.
 
El culto auténtico «cultiva» una positiva relación con Dios mediante una relación de convivencia humana justa y cada vez más constructiva. La oposición que hace el profeta entre misericordia y sacrificio, o la que hace Jesús entre bajar rehabilitado y bajar sin rehabilitación, se basan en lo mismo: el culto solo resulta aceptable por Dios cuando se traduce en compromiso de «enmienda» (respeto por el derecho del prójimo).
 
El modelo de culto es la entrega de Jesús por los demás. Por eso, la eucaristía celebra la máxima expresión de nuestro culto a Dios, porque ella significa la entrega de Jesús para el perdón de los pecados y para que la humanidad rebose de vida. La misma celebración tiene diferentes acentos para los que de ella participan: unos como ministros, con la entrega total de sí mismos a realizar el designio de Dios en el pueblo; otros como esposos o como progenitores, entregados a edificar la iglesia en el ámbito doméstico; otros como ciudadanos, en los múltiples quehaceres que exige la construcción de la convivencia social humana; otros como consagrados, comprometidos a dar el gozoso testimonio de que la convivencia desinteresada, basada en las bienaventuranzas, es del todo posible. De dicha entrega nos hacemos partícipes, y con ella nos hacemos solidarios en la comunión eucarística, la cual renueva nuestras fuerzas para continuar dándole ese culto al Padre.
Feliz sábado con María, la madre del Señor.

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