Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,11-19):
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo: «ld a presentaros a los sacerdotes.»
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»
Palabra del Señor
Miércoles de la XXXII semana del Tiempo Ordinario. Año II.
En el año 71 a. C., los romanos atacaron la isla de Creta para apoderarse de ella y controlar así el comercio marítimo por el Mediterráneo, pero fueron rechazados por los cretenses, quienes a su vez plantearon un tratado de paz muy humillante, y el senado romano lo rechazó. Cuando los romanos neutralizaron a Mitrídates, rey del Ponto y aliado estratégico de los cretenses, enviaron al general Quinto Cecilio Metelo (año 67 a. C.) quien sometió la isla al imperio hasta el año 63 a. C., después de la muerte de Pablo. La relación de los cretenses con el imperio no era en absoluto armónica. Los cristianos eran parte de esa población, y debían definir su propia postura ente el ocupante romano. La carta a Tito aborda este asunto en su último capítulo.
Tit 3,1-7.
El fragmento que se propone a la meditación para este día se puede subdividir en tres partes: las normas de conducta en sociedad, el pasado común con el resto de la humanidad, y el presente a partir de la revelación del amor de Dios.
1. Normas de conducta social.
Cuidadosamente, dado el carácter levantisco de los cretenses, el remitente de la carta se refiere a una indicación previa: se trata de «recordarles» (ὑπομιμνῄσκω) una instrucción que debió de ser parte de las catequesis iniciales. Esto implica que la primera evangelización tomó muy en cuenta la situación sociopolítica de los cretenses y que ellos aceptaron el mensaje que se les propuso al respecto. Si hay que «recordar» esa instrucción, es porque se hace necesario. No hay mención de persecución alguna en la carta, lo que permite suponer que se trata de convivir con la así llamada «pax romana», como es el caso de otras situaciones (cf. Rom 13,1-7; 1Ped 2,13; 1Tim 2,2), y que el nacionalismo de los cretenses podía estar exasperándose en esos momentos. Lo que Tito debe recordarles es la sumisión «al gobierno y a las autoridades». Se trata de aceptar una situación de hecho (ὑποτάσσω: «someterse»), pero también de adoptar una postura libre y positiva (πειταρχέω: «hacer caso») tomando iniciativas constructivas («dispuestos a toda obra buena»).
En concreto, les recuerda que se comprometieron a no insultar y a no ser agresivos, sino, por el contrario, a ser compasivos y a mostrarse sencillos con «todos los hombres», no solo con los de la propia comunidad cristiana, sino también con los paganos.
2. Vida y convivencia anteriores.
El pasado de todos, incluido el remitente («también nosotros») estuvo marcado por una conducta insensata (ἀνοήτος), obstinada (ἀπειθής) y descarriada (πλανάω): vivieron un pasado de esclavitud («éramos esclavos…»), pero no se trató de esa esclavitud convencional, social, sino de una peor, por su carácter interior: «esclavos de pasiones (ἐπιθιμία) y placeres (ἡδονή) de todo género», lo cual los hacía ineptos para convivir: «nos pasábamos la vida haciendo daño y comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros».
La conducta así descrita se caracteriza por una cerrazón mental que los conducía a la incapacidad para el mutuo entendimiento y los arrastraba a la dispersión social. Esa era una condición peor que la de los esclavos, porque eran ellos mismos quienes se privaban de la libertad, llevados por sus impulsos y sus apetencias, totalmente descontrolados y alienados. Al no ser dueños de ellos mismos, no procuraban su propio bienestar ni, mucho menos, el bienestar de los demás. Vivían en función de hacer daño, en una actitud del todo negativa, que los llevaba a rivalizar unos contra otros, a hacerse mutuamente fastidiosa la vida y a despreciarse unos a otros. Eran vidas infelices que hacían imposible la convivencia social.
3. Vida y convivencia cristiana.
El punto de inflexión lo constituye una «epifanía»: la manifestación de la «bondad (χρεστότης) de Dios» y su «amistad con la humanidad (φιλανθρωπία)». Por esa «bondad» llamó Dios a la fe a los paganos (cf. Rom 11,22); a todos, judíos y paganos, los invita a la enmienda (cf. Rom 2,4), es decir, a rectificar la injusticia contra el prójimo, y por esa bondad a todos otorga la salvación por medio del Mesías (cf. Efe 2,4). Y esa «amistad» suya con la humanidad acentúa no solo el amor, sino la familiaridad en un plano de igualdad, mostrando que mira con simpatía a la humanidad.
La vida desdichada y la convivencia fallida de «los hombres» vio una luz nueva en esa «epifanía». Y eso fue una iniciativa totalmente generosa y gratuita de Dios, «no con base en las buenas obras que hubiéramos hecho», es decir, no como reacción de Dios a la bondad humana, sino como la manifestación de su libre voluntad de ayudarnos únicamente movido por amor («misericordia»). La acción de Dios se describe como «salvación», es decir, infusión de vida, y esto lo hizo «con el baño regenerador y renovador» (el bautismo), que es signo del Espíritu Santo que copiosamente Dios derramó sobre nosotros. Ese «baño» es comunicación de una vida por la cual nacemos de nuevo y somos hechos hombres nuevos. La desdicha se transforma en dicha, la convivencia es ahora no solamente posible, sino grata. Dios nos ha dado la esperanza de heredar una vida eterna y de habitar con él en la morada eterna (cf. vv. 8-15, omitidos).
Vivir y convivir en «el mundo» es, al mismo tiempo, vocación y misión. Es en este mundo en el que hacemos historia, historia individual e historia común. Vivimos y convivimos con la misión de hacer visible la epifanía de Dios, para que los que caminan en tinieblas y sombras de muerte puedan ver la luz de la gloria de Dios. Por muy difíciles que nos parezcan las condiciones de esta sociedad en la que peregrinamos, esta oportunidad de hacer historia es un don para nosotros.
Nuestra tarea es dejarnos transformar por la bondad de Dios y ser testigos de su amistad con la humanidad. Si dejamos que él nos haga renacer y nos renueve, a través de nosotros manifestará su misericordia y derramará su Espíritu Santo a través de nuestra pequeña capacidad de amar.
La celebración de la eucaristía nos permite entrar en la esfera de Dios y salir con la vida henchida de la fuerza del Mesías crucificado y resucitado para convertirnos en buena noticia para cuantos en el mundo sufren y esperan, presintiendo que la dicha que anhelan sí es posible.
Feliz miércoles.
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