La Palabra del día y la reflexión del padre Adalberto-miércoles

Foto: Pixabay.
Angeles

(Contenido facilitado por www.diocesisdesincelejo.org)

Miércoles de la XIX semana del Tiempo Ordinario. Año I

San Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir
Memoria obligatoria, color rojo

Primera lectura

Lectura del libro del Deuteronomio (34,1-12):

 

En aquellos días, Moisés subió de la estepa de Moab al monte Nebo, a la cima del Fasga, que mira a Jericó; y el Señor le mostró toda la tierra: Galaad hasta Dan, el territorio de Neftall, de Efraín y de Manasés, el de Judá hasta el mar occidental, el Negueb y la comarca del valle de Jericó, la ciudad de las palmeras, hasta Soar; y le dijo: «Ésta es la tierra que prometí a Abrahán, a Isaac y a Jacob, diciéndoles: «Se la daré a tu descendencia.» Te la he hecho ver con tus propios ojos, pero no entrarás en ella.» 
Y allí murió Moisés, siervo del Señor, en Moab, como había dicho el Señor. Lo enterraron en el valle de Moab, frente a Bet Fegor; y hasta el dia de hoy nadie ha conocido el lugar de su tumba. Moisés murió a la edad de ciento veinte años; no había perdido vista ni había decaído su vigor. Los israelitas lloraron a Moisés en la estepa de Moab treinta días, hasta que terminó el tiempo del duelo por Moisés. Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos; los israelitas le obedecieron e hicieron lo que el Señor había mandado a Moisés. Pero ya no surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara; ni semejante a él en los signos y prodigios que el Señor le envió a hacer en Egipto contra el Faraón, su corte y su país; ni en la mano poderosa, en los terribles portentos que obró Moisés en presencia de todo Israel.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 65,1-3a.5.8.16-17

 

R/. Bendito sea Dios, 
que me ha devuelto la vida

Aclamad al Señor, tierra entera; 
tocad en honor de su nombre, 
cantad himnos a su gloria. 
Decid a Dios: «¡Qué temibles son tus obras!» R/. 

Venid a ver las obras de Dios, 
sus temibles proezas en favor de los hombres.
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, 
haced resonar sus alabanzas. R/. 

Fieles de Dios, venid a escuchar, 
os contaré lo que ha hecho conmigo: 
a él gritó mi boca 
y lo ensalzó mi lengua. R/.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,15-20):

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»

Palabra del Señor


La reflexión del padre Adalberto
Miércoles de la XIX semana del Tiempo Ordinario. Año I.
 
Primero murió María, y fue sepultada en Cadés (cf. Nm 20,1); después murió Aarón, en el Monte Hor, a la edad de 123 años (cf. Nm 33,39). Ahora se reporta la muerte de Moisés, a los 120 años. Ninguna de las tres muertes se narra en detalle, aunque de la muerte de María no se reportan ni la edad ni el tiempo de duelo, de la de Aarón se reportan tres días de duelo (cf. Nm 20,29).
Este breve capítulo sirve de conclusión tanto al Deuteronomio como a todo el Pentateuco, del cual forma parte. Por eso coinciden los nombres de Nebo y Pisgá para designar el mismo monte (cf. Deu 3,27). El relato de la muerte de Moisés está ligado al de su sucesión por parte de Josué (cf. Deu 1,37-38; 3,25-28) de modo semejante a la sucesión de Elías por parte de Eliseo. Así, el relato, aunque concluye una narración, queda abierto a la continuación de la historia.
El autor del relato desborda lo real para sugerir lo ideal. Desde la cumbre del Fasga, en el monte Nebo, no se puede contemplar la totalidad de la tierra que describe. Pero pretende mostrar que Moisés vio la totalidad de la tierra de la promesa (verla es una forma de tenerla: cf. Gn 13,14-15; Nm 27,12-13).
 
Deu 34,1-12.
La mirada panorámica de la tierra que el Señor le muestra a Moisés la recorre de norte a sur, así como Abraham la había recorrido por etapas, también de norte a sur. Por eso el Señor declara la correspondencia entre la tierra prometida y la tierra que va a entregar, para que conste que la promesa está a punto de cumplirse. Moisés no entrará en ella (cf. Dt 4,21). El hecho de que esta visión panorámica sea físicamente imposible –aunque desde el monte Nebo sí sea posible ver el Mar Mediterráneo en un día claro–, y la reiterada insistencia en que Moisés, pese a que no entra en la tierra, la contempla íntegramente desde lejos obligan a pensar de nuevo en el sentido que tiene el veto a ese ingreso de Moisés. Tal vez sea una forma de explicar por qué él no completó el éxodo, no tanto desde el punto de vista de la culpa, sino desde la perspectiva de la solidaridad que él siempre asumió con respecto del pueblo en la culpa (cf. Deu 1,29-38). Moisés perece con la «generación malvada», pero el último de ella, y aparte de todos ellos. La visión que el Señor le permite es también ocasión para comprobar por si mismo el cumplimiento de la promesa.
La muerte del profeta se reporta sin detalles. La redacción del texto original parece dar a entender que el Señor mismo es quien lo sepulta, y por eso nadie sabe el lugar de su tumba. El hecho de que no se conozca el sitio de su tumba equipara la muerte de Moisés a la suerte de Elías, que fue arrebatado al cielo (cf. 2Ry 2,11). En todo caso, su muerte no se debió a debilitamiento por razón de la edad, aunque Moisés mismo se hubiera declarado impedido por la edad para «entrar y salir», es decir, para cumplir sus tareas como jefe (cf. Deu 31,2). El autor afirma que gozaba del uso de sus facultades y conservaba su vigor. Más bien se entiende como la culminación de una misión, sugerida por los 120 años que vivió: tres generaciones (la de la esclavitud, la de la liberación y la de la travesía del desierto). Esta edad es la máxima asignada por Dios al hombre habida cuenta de su condición «de carne» (cf. Gen 6,3). Pero, al mismo tiempo, haber sido testigo de las obras del Señor durante tres generaciones le asigna a su vida un sitial de privilegio, y al mismo tiempo corona su muerte con una aureola de realización personal. El duelo por su muerte fue de treinta días. El duelo por la muerte del Faraón era de setenta y dos días; el de la muerte de Jacob fue de setenta días; el de la muerte de Aarón fue de treinta días. Esta comparación permite apreciar lo lamentable que se pondera la muerte de Moisés, que, por otro lado, se diferencia de la de Aarón en el hecho de que de este último si se conoce el lugar de su sepultura (cf. Num 20,26.28).
La capacidad de Josué se expresa en «grandes dotes de prudencia» (רוּחַ הָכְמָה), y se atribuye a que Moisés le impuso las manos. Esta imposición de manos significaba la transmisión del espíritu, la delegación de autoridad (cf. Nm 27,20) y la investidura para el cargo. Y a ello se debe también el hecho de su aceptación por parte de los israelitas.
El balance final indica que Moisés en relación con el Señor y el pueblo ocupa un puesto singular:
1. Ningún profeta se le compara. La profecía era para Israel la gran mediación con el Señor; ella marca la diferencia entre los «mediadores» paganos, que pretendían dominar sus divinidades, y los profetas hebreos, que eran receptores de la palabra del Señor y debían ser fieles a ella. Moisés es un profeta incomparable, aunque él mismo promete que el Señor enviará «un profeta… como yo» (Deu 18,15). Él se convierte para Israel en paradigma de profeta.
2. Su intimidad con Dios es sin par. El trato «cara cara» del Señor con Moisés (cf. Num 12,6-8) lo distingue del común de los profetas, porque la revelación del Señor a él es directa, sin recurso alguno a visiones ni sueños (lo que implica una comunicación imperfecta, «velada»), de tal modo que Moisés no se imaginaba a Dios, sino que lo contemplaba. La tienda de la reunión, que parece ser una especie de capilla privada de Moisés, es testimonio de esa intimidad.
3. Como liberador es inigualable. Los «signos y prodigios» que Moisés realizó en Egipto enviado por el Señor también lo sitúan por fuera de la serie de los profetas, los cuales realizaban acciones simbólicas o gestos expresivos para comunicar el mensaje, pero lo que hizo Moisés, por encargo del Señor, «contra el Faraón, su corte y su país» mostró la potente mano del Señor que liberó de la esclavitud a los israelitas y, como siervo del Señor, venció la resistencia del imperio opresor.
 
Moisés queda como figura de referencia, a la vez grandiosa y truncada. Lleva a cabo el éxodo del pueblo, pero el suyo se queda inconcluso. Moisés es una figura pendiente de terminar. Pero, del mismo modo, es una figura modélica, por cuanto cumple su misión con admirable abnegación, anteponiendo siempre el bien del pueblo a su bienestar personal o familiar, incluso cuando ese pueblo no le agradecía. No solo fue mediador entre el Señor y el pueblo, sino –sobre todo– fiel intercesor a favor del pueblo delante del Señor. De forma serena aceptó su relevo y entregó su «cargo» al sucesor sin amargura ni frustración, consciente de haber cumplido su misión.
En Jesús esa figura logrará tanto la perfección como la plenitud. Él libera radicalmente al hombre y lo conduce a la plenitud de la vida (salvación) convirtiéndose él en el modelo humano acabado («el Hijo del Hombre»), sacándolo –primero– del «mundo» e introduciéndolo en su comunidad alternativa («mi Iglesia») para llevarlo –por último– a la verdadera tierra prometida, «el reino del Padre». En vez de una Ley, nos infunde su Espíritu, que es impulso de amor divino y transmisor de vida definitiva. El maná de su éxodo es la eucaristía, verdadero pan de vida, cuerpo y sangre de Jesús, que nos configura con él en comunión de vida y de obra.
Feliz miércoles.

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