Miércoles de la XXIX semana del Tiempo Ordinario. Año II.
Después de explicar cómo el designio de Dios se realiza por medio del Mesías, el autor vuelve a explicar ese designio, que es el mensaje capital de su escrito. En el capítulo 3, entre el v. 1 (que constituye un anacoluto; retoma la idea en el v. 14), y el v. 13 intercala esta digresión y vuelve a poner en primer plano ese designio. Puede dividirse así este fragmento:
1. Revelación del «secreto (μυστήριον) del Mesías» (3,2-4).
2. Explicación del secreto del Mesías (3,5-9).
3. Repercusiones del secreto del Mesías (3,10-13).
Ef 3,2-12.
En el v. 1 se advierte que, aduciendo su condición de «prisionero por el Mesías» (título de honor para el discípulo) en favor de los paganos, va a declarar algo. Esa declaración la hace en el v. 14, porque en este momento siente la necesidad de insertar aquí la explicación de por qué se designa a sí mismo como «prisionero por el Mesías para el bien de los paganos». No es una arrogante pretensión de su parte, es don de Dios.
1. Revelación del secreto del Mesías.
Los efesios no conocen al autor, pero él supone que ellos están enterados de que Dios le encargó generosamente una misión en beneficio de ellos (en cuanto paganos), misión que fue fruto de la revelación del secreto que sintetizó antes. Dicha «revelación» se refiere al mensaje de la buena noticia y a la vocación del mensajero. El conocimiento del «secreto», que implica la revelación, entraña también la gracia de Dios; no se puede conocer dicho «secreto» sin recibir la gracia del Espíritu Santo y, por tanto, sin experiencia del amor universal de Dios. Con solo leer 1,8-14; 2,1-22, pueden deducir qué tan bien conoce él «el secreto del Mesías», que es el mismo «designio secreto de Dios» (1,9), y que consiste en la igualdad de todos los seres humanos ante Dios.
Este «secreto» constituye el énfasis particular del evangelio entre los paganos, y, al mismo tiempo, la razón de ser tanto de su acogida como de su rechazo, igual que ocurrió con la predicación de Jesús entre los judíos.
2. Explicación del secreto del Mesías.
Ese secreto nunca antes se dio a conocer a la humanidad del modo que ahora se da por la acción del Espíritu en todos los cristianos («consagrados») y, particularmente, en los apóstoles y en los profetas. Es decir, no se trata de una simple cuestión teórica, de principios, sino de una auténtica «revelación», la cual es fruto de la experiencia del amor universal de Dios gracias al don de su Espíritu. En virtud de dicha revelación, todos tienen claro que los paganos, por la fe en el Mesías Jesús, fe que responde a la predicación de la buena noticia, son partícipes de la misma herencia, del mismo cuerpo y de la misma promesa, en igualdad de condiciones con los israelitas.
El autor se declara servidor de esa buena noticia por don generoso de Dios, y aunque él se considera el menor de los consagrados («santos»), se declara agraciado por Dios con el don de anunciar a los paganos «la inimaginable riqueza del Mesías» (el don del Espíritu) y, al mismo tiempo, aclarar cómo se va realizando «el secreto desde siempre escondido en Dios, creador del universo». Esta condición de «escondido» no debe atribuirse a Dios, como si él no quisiera que se conociera, sino a incapacidad de la humanidad, la cual –dividida como estaba por fronteras materiales y espirituales– no era capaz de percibir ese designio amoroso de Dios.
3. Repercusiones del secreto del Mesías.
La revelación de este «secreto» tiene hondas repercusiones en la convivencia social y en la vida personal. Cronológicamente, el orden es inverso: primero impacta la vida individual (el reinado de Dios), y después la convivencia social (el reino de Dios). Pero, teológicamente, el autor quiere acentuar que el proyecto original de Dios y su meta es unir en un solo cuerpo toda la humanidad.
a) Las repercusiones sociales.La Iglesia, como comunidad universal de los creyentes y seguidores del Mesías, ha suprimido en sí misma las barreras de discriminación y exclusión que siguen vigentes entre los hombres. Y así, por medio de ella, desde el cielo (o sea, de parte de Dios) se les notifica a los poderes humanos, las soberanías y las autoridades de la tierra, cuál es el auténtico orden establecido por la sabiduría creadora de Dios y restaurado y dado a conocer por la obra que él realizó a través del Mesías Jesús. De nuevo, el autor usa conceptos paganos para desacralizarlos: «soberanías» (ἀρχαῖς) y «autoridades» (ἐξουςίαις) eran, en el mundo pagano, potencias celestiales (ἐν τοῖς ἐπουρανίοις); el autor los reduce a poderes mundanos endiosados (idolatría del poder) y enemigos del hombre y de la buena noticia.
b) Las repercusiones individuales. Gracias al Mesías Jesús, «Señor nuestro» (es decir, «el que nos ha hecho libres»), los seres humanos tenemos libertad para acceder a Dios, sin temor alguno, con la audacia que da la fe en él, sin necesidad de intermediario alguno distinto de Jesús. Por eso, la resistencia e incluso la persecución por parte de esos poderes humanos deben ser miradas de frente. Es explicable que se resistan a quienes les niegan legitimidad, pero su resistencia no debe dar motivo para el desánimo. El autor los exhorta a que miren sus cadenas («prisionero por el Mesías Jesús») como un título de honra y gloria.
La revelación o publicación del secreto de Dios no sigue el protocolo de las llamadas «religiones mistéricas», en las cuales los secretos (μυστήρια) se revelaban y al mismo tiempo se ocultaban, porque estaban reservados solo a los «iniciados». En la perspectiva cristiana el asunto es otro:
• En primer lugar, los misterios son revelados a todos los que le dan su adhesión al Mesías y, por eso, reciben el Espíritu Santo. Porque estos secretos no constituyen un saber teórico, sino un conocimiento experimental.
• En segundo lugar, porque los misterios son para darlos a conocer, de manera que causen impacto en la sociedad humana, incluso si ella se resiste a darle su adhesión de fe al Mesías: «los hombres» quedan notificados.
Los sacramentos son misterios, y entre ellos descuella la eucaristía, «el sacramento de nuestra fe». Este misterio admirable sintetiza nuestra fe. Por eso, la Iglesia lo considera tan importante y lo custodia con tanto respeto. En él verificamos, o debiéramos verificar, que los que comemos del mismo pan somos un solo cuerpo. Y esa es la misión que se nos confía después de cada celebración eucarística («pueden irse en paz»): ir a construir la unidad.
Feliz miércoles.
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