Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,17-19):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos.»
Palabra del Señor
Miércoles de la X semana del Tiempo Ordinario. Año I.
Después de explicar los motivos del cambio de planes de viajar a Corinto, informó Pablo que se fue a Tróade en busca de Tito, a quien había enviado a Corinto como buen componedor, y quien le daría buenas noticias de la comunidad de Corinto. Da gracias a Dios porque la evangelización produce buenos frutos, y –haciendo uso de otra metáfora, la del incienso– presenta la misión en términos de culto a Dios. Los que acogen el mensaje son perfume con olor a vida; los que lo rechazan, huelen a muerte. Y todo esto ha sido gracia de Dios, no mérito suyo (cf. 2Co 1,23-2,17). Pablo no se recomienda a sí mismo, pues siente que no necesita recomendación distinta de la comunidad en sí, que es su carta de presentación, carta abierta al mundo, carta de Cristo, escrita por él, con la tinta del Espíritu Santo (cf. 2Co 3,1-3).
El apóstol quiere insistir en que se ha dado un cambio en la relación de la humanidad con Dios a partir de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Ese cambio es el paso de la Antigua Alianza (o antigua relación) a la Nueva Alianza, por la plena e inequívoca relación que Dios hace de sí mismo en la persona, la obra y el mensaje de Jesús.
2Co 3,4-11.
Hoy Pablo afirma que la confianza que experimenta ante Dios, atestiguada por su conciencia, se la debe al Mesías, y declara que no se apoya en cualidades personales, sino en la aptitud que le da Dios, que es quien los capacita, a él y a sus compañeros (Silvano y Timoteo) para este servicio, y los ha hecho servidores de una alianza nueva.
La diferencia entre las dos alianzas se concreta en una serie de oposiciones de este talante: la Ley (o antigua alianza) estaba escrita en losas de piedra; la nueva (la del Espíritu Santo), en corazones de carne). El código («la letra»), mata; el Espíritu, da vida. La Ley es agente (διακονία) de muerte y condenación; la nueva alianza es agente (διακονία) de gloria y rehabilitación. La Ley era pasajera; la nueva alianza permanece. El Antiguo Testamento es leído con un velo; el Nuevo es la luz de la gloria de Dios. El Antiguo Testamento resplandece en el rostro de Moisés; el Nuevo, en el del Mesías (cf. 2co 4,6). Alude a un pasaje (Ex 34,29-35) en donde se habla del esplendor de la Ley antigua (manifestada en el resplandor del rostro de Moisés), y que, no obstante, esa misma Ley se convierte en un instrumento de maldición para el individuo (cf. Dt 27,26: «¡Maldito quien no mantenga los artículos de esta Ley, poniéndolos por obra!»), y para el pueblo (Ga 3,10: «Los que dependen del cumplimiento de la Ley caen bajo una maldición»).
Lo pasajero se mostró glorioso, pero lo permanente es inmensamente más glorioso. El «agente de muerte» (διακονία τοῦθανάτου), o sea, la Ley, se inauguró con gloria, hasta el punto de que los israelitas quedaron deslumbrados por el rostro radiante de Moisés, pese a lo caduco que era ese régimen de «letras grabadas en piedra». Al «agente del Espíritu» (διακονία τοῦπνεύματος) se le atribuye superior gloria, pues si el agente de condena tuvo esplendor, mucho mayor ha de ser el del agente de la rehabilitación.
La «letra» es la Ley mosaica en cuanto exige del ser humano una sumisión que le resulta imposible realizar, desobediencia que lo conduce a la «muerte» (cf. Rom 7,5). El judaísmo contemporáneo de Pablo, por arte de los letrados, había separado la Ley de sus raíces vitales, y ese uso legalista y literal de la Ley la convertía en instrumento de muerte (cf. 2Cor 3,14). La nueva alianza no es un texto que completa la antigua, sino el paso de lo escrito a lo vivido. Sin el Espíritu, el escrito «mata», aunque sin el texto el Espíritu Santo se quedaría sin eco en el tiempo y en el espacio (cf. Jer 31,31; Ez 36,26). Él le da vida a la Escritura y la hace vivificadora.
Moisés recibió la Ley, «agente de muerte» grabada letra por letra en losas de piedra; el resplandor pasajero del rostro de Moisés es consecuencia de su encuentro con Dios, privilegio personal que Pablo contrapone a la gracia que reciben todos los creyentes en Jesús.
Ahora, sin recurso a la Ley, pero con la Ley y los profetas como testigos, se revela el indulto otorgado por Dios para dar vida a todo el que le dé su adhesión a Jesús (cf. Rm 3,21-22). Esa es la gloria que se revela por el Espíritu Santo, cuyo esplendor es tan superior que eclipsa el de la Ley. El primero ha sido eclipsado por la gloria del segundo, porque si lo pasajero tuvo su lapso de gloria lo permanente tendrá una gloria definitiva.
Es preciso que todo evangelizador tome nota atenta de esa prioridad del Espíritu sobre la Ley y de la correspondiente diferencia entre uno y otro Testamento. La propuesta del cristiano no es la Ley de Moisés. Eso ya caducó. Ahora es la libertad del Espíritu, que nos transforma en seres cada vez más semejantes al Señor. No percibir ni afirmar esta diferencia perjudicaría la causa del evangelio. Por eso muchos contradictores del evangelio señalan ambigüedades y contradicciones como razones para no dar su asentimiento a la buena noticia. Es preciso que los discípulos de Jesús nos configuremos cada día más con el Señor por la fuerza del Espíritu Santo.
No se trata de alimentar sentimientos antisemitas manipulando los textos del evangelio o de las cartas apostólicas. El legalismo literal campea en las sociedades de todos los tiempos y sirve de pretexto a todos los fanatismos excluyentes y homicidas. El rechazo del que fue objeto Jesús en Palestina en el siglo I se habría dado también en Roma o en Grecia, o en cualquier otro lugar de la geografía y en cualquier otro momento de la historia, incluso en nuestras sociedades actuales y en las diversas latitudes del mundo moderno.
Lo que realmente importa es entablar la nueva relación con Dios según el Espíritu de Jesús. Este Espíritu Santo, que después de la ascensión del Señor fue derramado «sobre toda carne», está disponible para todos, particularmente para los discípulos de Jesús. Lo podemos recibir a través del mensaje acogido con fe, por la oración y por medio de los sacramentos. Ese es el objetivo propio de la comunión eucarística.
Feliz miércoles.
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